jueves, 26 de julio de 2018

La guerra sin fin. El terrorismo en el siglo XXI.- Walter Laqueur (1921)


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4.-Terrorismo suicida

«Del mismo modo que existen diferentes tipos de terrorismo, la naturaleza y la motivación de los terroristas suicidas diverge entre un país y otro. Tan sólo unos pocos de los que poseen una profunda motivación política o religiosa están dispuestos a entregar sus vidas. En otras palabras, el adoctrinamiento es fundamental, pero también tiene que exigir una predisposición psicológica. Sin embargo, como quiera que los candidatos para estas misiones raramente pasan pruebas o charlan sobre sus motivos (es posible incluso que ni siquiera sean plenamente conscientes de ellos), la cuestión seguirá siendo, en gran medida, terreno abonado para la especulación.
 El tema del adoctrinamiento (o del lavado de cerebro) ha ocupado un lugar importante en las actividades de algunos de los nuevos cultos religiosos y sectas europeas y norteamericanas. En diversos países de la Europa occidental el lavado de cerebro se ha tipificado como delito, y se han inventado no pocos esfuerzos en dar con métodos eficaces para “desprogramar” a las víctimas. La Asociación Psicológica Americana se ha referido al control mental; los cultos y las sectas afectadas han protestado airadamente contra cualquier tentativa de restringir lo que ellos consideran libertad de culto. Algunas de estas sectas han inducido a sus miembros a cometer suicidios colectivos. Si es posible convencer a centenares de personas para que se suiciden, entra dentro de la lógica conseguir que se embarquen, con la misma facilidad, en el terrorismo suicida.
 Los grupos terroristas musulmanes, así como otros que han llevado a cabo acciones de terrorismo suicida, afirman que el adoctrinamiento carece de importancia, que la yihad es una obligación religiosa y que hay más voluntarios listos para entrar en acción de los que pueden usar para ese tipo de misiones. Sin embargo, las pruebas revelan que, allá donde se produce un atentado suicida, los predicadores (o los propagandistas nacionalistas) han desempeñado un papel crucial en la creación de un clima propicio para la acción. En cuanto a la predisposición psicológica, en las entrevistas concedidas por los terroristas suicidas que fueron arrestados o que fracasaron en sus misiones, preguntados por sus motivos, han repetido, en ocasiones al pie de la letra, lo que les habían inculcado sus guías espirituales. Evidentemente, es inútil buscar a alguien con espíritu crítico o a un librepensador entre sus filas.
 El terrorismo suicida ha parecido un fenómeno incomprensible para quienes viven en sociedades seculares en las que, por lo general, la pasión ideológica era una fuerza en decadencia y el fanatismo una característica restringida a grupos marginales. No sólo parecía algo misterioso, sino también invencible, pues ¿de qué modo se puede luchar contra un enemigo que está dispuesto a sacrificar su vida? El terrorismo suicida puede propagar el pánico, cuando menos momentáneamente, entre el “enemigo” y, como en el caso de Israel, puede provocar unos daños materiales considerables.
 Esta variante del terrorismo es, también, una herramienta útil en la lucha por influir en la opinión pública fuera de las fronteras del país implicado. Todo esto ha propiciado que exista una tendencia a sobrevalorar la importancia del terrorismo suicida. Una docena de países han sido escenario de sus acciones y, en la mayoría, los atentados han sido discontinuos, incluso los perpetrados por la Hezbolá libanesa o los Tigres Tamiles, los terroristas suicidas más destacados en su tiempo. El daño económico no ha sido irreparable. Un puñado de directores generales de multinacionales estadounidenses han infligido más daño a los mercados bursátiles y a la reputación del sistema capitalista que todos los terroristas juntos.
[…]
 El terrorismo suicida es el arte de la guerra asimétrica por excelencia: no conoce reglas. Los mártires pueden utilizar incluso las armas más mortíferas o concentrar sus ataques contra los civiles pues parecen gente movida por la desesperación, una vez perdida toda esperanza. El Estado, sin embargo, no puede responder de manera eficaz y tiene que ceñirse a las normas y a las convenciones. Es curioso que los analistas occidentales hayan insistido tanto en la desesperación y en la falta de esperanza. Es posible que fueran motivos importantes en algún caso, pero no en todos. Los jóvenes saudíes que el 11 de septiembre secuestraron los aviones, por poner un ejemplo, no estaban desesperados y, en cualquier caso, quienes se mueven siguiendo el dictado de sus creencias religiosas entrarán en el paraíso después de haberse hecho volar por los aires. En otras palabras: más que desesperados, si algo les sobra, es esperanza.
 Sobre la cuestión de la invencibilidad de los terroristas suicidas, podemos referirnos a las palabras de Tertuliano (160-225), que afirmaba que la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia*. Un mártir cristiano de los primeros años de la tradición pacifista, sin embargo, no es comparable a un creyente en la yihad, y desde una perspectiva histórica, la expansión del Islam se debió a sus campañas militares, no porque se hubieran dedicado a poner la otra mejilla.
 El terrorismo suicida no es un fenómeno esporádico. Precisa de gente dispuesta a convertirse en mártires y de organizadores y coordinadores. Y es éste el talón de Aquiles del terrorismo y cabe la duda de que exista una cantera inagotable de candidatos para este tipo de misiones. El terrorismo suicida ha sido un arma mucho más eficaz que cualquier otra estrategia terrorista pero únicamente cuando los objetivos han adoptado las contramedidas políticas y militares erróneas.
 El entusiasmo por erigirse en un mártir pervivirá mientras haya una posibilidad razonable de que sea el camino que ha de conducir a la victoria. El sacrificio debe tener un propósito. Puede impedir la reconciliación e incluso desencadenar una guerra. Pero, ¿qué sucederá si, después de años de misiones y de centenares de mártires, los terroristas suicidas y sus ideólogos advirtieran que aún están lejos de su objetivo? ¿O si los militantes perseveraran en su campaña, como hicieron en la guerra entre Argelia y Francia, y el sistema político que naciera fuera diametralmente opuesto al que esperaban? Prabhakaran, el gran gurú de los Tigres Tamiles, dijo en una ocasión que su grupo étnico alcanzaría, inevitablemente, la independencia en cien años, pero que con el terrorismo el proceso se acortaría. Con una tozudez y una ingenuidad remarcables, los Tigres Tamiles se enzarzaron en una campaña terrorista que duró casi veinte años, de unos logros escasos y que dejó un panorama desolador. Del mismo modo, entre los círculos palestinos, los intelectuales empezaron a plantearse, en el verano de 2002, no tanto la moralidad de las acciones suicidas dentro de las fronteras de Israel sino su eficacia. La mayoría de palestinos aún creían que era el arma más eficaz. ¿Cómo se puede, sin embargo, mantener durante un período prolongado de tiempo ese ímpetu? Éste es el dilema al que tendrán que enfrentarse, tarde o temprano, las campañas basadas en las acciones suicidas.»  
 
*La cita exacta es plures efficimus quoties metimur a vobis, semen est sanguis Christianorum, “cuanto más nos siegan, más creceremos; la semilla es la sangre de los Cristianos”.   
  
 [El fragmento pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, 2003, en traducción de Ferrán Esteve. ISBN: 84-233-3559-3.]

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