4.-Terrorismo suicida
«Del mismo modo que existen diferentes tipos de
terrorismo, la naturaleza y la motivación de los terroristas suicidas diverge
entre un país y otro. Tan sólo unos pocos de los que poseen una profunda
motivación política o religiosa están dispuestos a entregar sus vidas. En otras
palabras, el adoctrinamiento es fundamental, pero también tiene que exigir una
predisposición psicológica. Sin embargo, como quiera que los candidatos para
estas misiones raramente pasan pruebas o charlan sobre sus motivos (es posible
incluso que ni siquiera sean plenamente conscientes de ellos), la cuestión
seguirá siendo, en gran medida, terreno abonado para la especulación.
El
tema del adoctrinamiento (o del lavado de cerebro) ha ocupado un lugar
importante en las actividades de algunos de los nuevos cultos religiosos y
sectas europeas y norteamericanas. En diversos países de la Europa occidental
el lavado de cerebro se ha tipificado como delito, y se han inventado no pocos
esfuerzos en dar con métodos eficaces para “desprogramar” a las víctimas. La
Asociación Psicológica Americana se ha referido al control mental; los cultos y
las sectas afectadas han protestado airadamente contra cualquier tentativa de
restringir lo que ellos consideran libertad de culto. Algunas de estas sectas
han inducido a sus miembros a cometer suicidios colectivos. Si es posible
convencer a centenares de personas para que se suiciden, entra dentro de la
lógica conseguir que se embarquen, con la misma facilidad, en el terrorismo
suicida.
Los grupos terroristas musulmanes, así como
otros que han llevado a cabo acciones de terrorismo suicida, afirman que el
adoctrinamiento carece de importancia, que la yihad es una obligación religiosa
y que hay más voluntarios listos para entrar en acción de los que pueden usar
para ese tipo de misiones. Sin embargo, las pruebas revelan que, allá donde se
produce un atentado suicida, los predicadores (o los propagandistas
nacionalistas) han desempeñado un papel crucial en la creación de un clima
propicio para la acción. En cuanto a la predisposición psicológica, en las
entrevistas concedidas por los terroristas suicidas que fueron arrestados o que
fracasaron en sus misiones, preguntados por sus motivos, han repetido, en
ocasiones al pie de la letra, lo que les habían inculcado sus guías
espirituales. Evidentemente, es inútil buscar a alguien con espíritu crítico o
a un librepensador entre sus filas.
El
terrorismo suicida ha parecido un fenómeno incomprensible para quienes viven en
sociedades seculares en las que, por lo general, la pasión ideológica era una
fuerza en decadencia y el fanatismo una característica restringida a grupos
marginales. No sólo parecía algo misterioso, sino también invencible, pues ¿de
qué modo se puede luchar contra un enemigo que está dispuesto a sacrificar su
vida? El terrorismo suicida puede propagar el pánico, cuando menos
momentáneamente, entre el “enemigo” y, como en el caso de Israel, puede
provocar unos daños materiales considerables.
Esta variante del terrorismo es, también, una
herramienta útil en la lucha por influir en la opinión pública fuera de las
fronteras del país implicado. Todo esto ha propiciado que exista una tendencia
a sobrevalorar la importancia del terrorismo suicida. Una docena de países han
sido escenario de sus acciones y, en la mayoría, los atentados han sido
discontinuos, incluso los perpetrados por la Hezbolá libanesa o los Tigres
Tamiles, los terroristas suicidas más destacados en su tiempo. El daño
económico no ha sido irreparable. Un puñado de directores generales de
multinacionales estadounidenses han infligido más daño a los mercados
bursátiles y a la reputación del sistema capitalista que todos los terroristas
juntos.
[…]
El
terrorismo suicida es el arte de la guerra asimétrica por excelencia: no conoce
reglas. Los mártires pueden utilizar incluso las armas más mortíferas o
concentrar sus ataques contra los civiles pues parecen gente movida por la
desesperación, una vez perdida toda esperanza. El Estado, sin embargo, no puede
responder de manera eficaz y tiene que ceñirse a las normas y a las
convenciones. Es curioso que los analistas occidentales hayan insistido tanto
en la desesperación y en la falta de esperanza. Es posible que fueran motivos
importantes en algún caso, pero no en todos. Los jóvenes saudíes que el 11 de
septiembre secuestraron los aviones, por poner un ejemplo, no estaban
desesperados y, en cualquier caso, quienes se mueven siguiendo el dictado de
sus creencias religiosas entrarán en el paraíso después de haberse hecho volar
por los aires. En otras palabras: más que desesperados, si algo les sobra, es
esperanza.
Sobre la cuestión de la invencibilidad de los
terroristas suicidas, podemos referirnos a las palabras de Tertuliano
(160-225), que afirmaba que la sangre de los mártires es la semilla de la
Iglesia*. Un mártir cristiano de los primeros años de la tradición pacifista,
sin embargo, no es comparable a un creyente en la yihad, y desde una
perspectiva histórica, la expansión del Islam se debió a sus campañas
militares, no porque se hubieran dedicado a poner la otra mejilla.
El
terrorismo suicida no es un fenómeno esporádico. Precisa de gente dispuesta a
convertirse en mártires y de organizadores y coordinadores. Y es éste el talón
de Aquiles del terrorismo y cabe la duda de que exista una cantera inagotable
de candidatos para este tipo de misiones. El terrorismo suicida ha sido un arma
mucho más eficaz que cualquier otra estrategia terrorista pero únicamente
cuando los objetivos han adoptado las contramedidas políticas y militares
erróneas.
El
entusiasmo por erigirse en un mártir pervivirá mientras haya una posibilidad
razonable de que sea el camino que ha de conducir a la victoria. El sacrificio
debe tener un propósito. Puede impedir la reconciliación e incluso desencadenar
una guerra. Pero, ¿qué sucederá si, después de años de misiones y de centenares
de mártires, los terroristas suicidas y sus ideólogos advirtieran que aún están
lejos de su objetivo? ¿O si los militantes perseveraran en su campaña, como hicieron
en la guerra entre Argelia y Francia, y el sistema político que naciera fuera
diametralmente opuesto al que esperaban? Prabhakaran, el gran gurú de los
Tigres Tamiles, dijo en una ocasión que su grupo étnico alcanzaría,
inevitablemente, la independencia en cien años, pero que con el terrorismo el
proceso se acortaría. Con una tozudez y una ingenuidad remarcables, los Tigres
Tamiles se enzarzaron en una campaña terrorista que duró casi veinte años, de
unos logros escasos y que dejó un panorama desolador. Del mismo modo, entre los
círculos palestinos, los intelectuales empezaron a plantearse, en el verano de
2002, no tanto la moralidad de las acciones suicidas dentro de las fronteras de
Israel sino su eficacia. La mayoría de palestinos aún creían que era el arma
más eficaz. ¿Cómo se puede, sin embargo, mantener durante un período prolongado
de tiempo ese ímpetu? Éste es el dilema al que tendrán que enfrentarse, tarde o
temprano, las campañas basadas en las acciones suicidas.»
*La cita exacta es plures efficimus quoties metimur a vobis, semen est sanguis
Christianorum, “cuanto más nos siegan, más creceremos; la semilla es la
sangre de los Cristianos”.
[El fragmento pertenece a la edición en español de
Ediciones Destino, 2003, en traducción de Ferrán Esteve. ISBN: 84-233-3559-3.]
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