viernes, 6 de julio de 2018

La Gota de Mercurio.- Alejandro Núñez Alonso (1905-1982)


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«Parece que ya estoy leyendo la nota necrológica de mañana: Anoche se apagó la llama de un genio. Misteriosas y dramáticas circunstancias rodean el suicidio de uno de los más representativos valores de la pintura universal. Aunque quién sabe. Eso sería de lo menos malo. No faltará quien diga que un tipo que hacía pintura surrealista tenía que acabar de un tiro o en el manicomio. Posiblemente haya algún gacetillero que diga: Se pegó un tiro el pintamonas paranoico. Ése sería el menos respetuoso pero sí el más exacto porque todos tenemos algo de aberrados.
 No, no me asusta dejar este mundo con la etiqueta de loco. Yo sé lo que es la locura. Hace tiempo, mucho tiempo que lo sé a priori. Generalmente las conclusiones a posteriori son ciertas en la medida que lo es, en apariencia, el razonamiento de base. Sin embargo, las definiciones apriorísticas nacen, crecen y se sustentan en la intuición, que es la dimensión geométrica, cúbica de la inteligencia. La intuición es la matemática de todo lo mágico, de todo aquello que no puede ser demostrado con operaciones aritméticas o con silogismos. Por intuición se puede llegar a Dios y se puede crear la obra de arte. Pero no hay que confundir la intuición con la superchería, pues también con superchería se llega al falso dios y a la falsa obra de arte. No quiero tampoco decir que la intuición sea una forma de la inteligencia, pues ha habido grandes inteligentes poco intuitivos y grandes intuitivos poco inteligentes. Es una virtud mental más o menos subordinada a la inteligencia, más o menos rebelde con la razón, que participa no tanto de la inteligencia razonada cuanto de la inteligencia que es gracia, don inexplicable que todos tenemos en mayor o menor cuantía y que todos ambicionamos poseer en grado sumo. Kiekergaard, que era un gran inteligente, que había encastillado su inteligencia dentro de la estructura matemática, lógica, inconmovible de la Razón, se escapa un buen día de la jaula intelectual y trata de cambiar la lógica por la intuición. Pero como no era intuitivo sino en el grado que la intuición puede ser admitida razonablemente, se pierde al salir de la jaula de la razón y se lanza a correr como un loco por los campos de la fe. Y como es un negado para la fe, pretende hallarla, tras forzadas y penosas búsquedas, en los textos bíblicos, precisamente en aquellos que no es posible entender sin interpretar recreándolos intuitivamente. Él se aferra a las antiguas escrituras como si ellas hubieran sido dictadas por el mismo Dios y no fueran pobres versiones, confusas versiones enrarecidas y modificadas por la acción de los siglos: desde el momento que fueron palabra de Dios hasta el día en que se hicieron escritura del hombre.
 La demencia es el contenido intuitivo del hombre desencadenado, desanclado de la razón. Cuando en una marejada de la vida la intuición pierde el áncora, el espíritu navega a la deriva y todas las costas se hacen inaccesibles. E inútiles. La intuición se enseñorea del mar de lo mágico y con las velas tensas es bajel que sólo arriba a puertos, playas y metas nuevos y desconocidos. Es cuando la intuición corre la aventura de los grandes descubrimientos irrazonables. Es cuando surgen las Dulcineas y las ínsulas, cuando las cosas pierden su nombre convencional, su figura aparencial y comienzan a ser lo que en realidad son para el espíritu; y son gigantes y son encantadores. Y son, tras las nubes del horizonte, manos y ojos de Dios.
 Sin la intuición yo no hubiera podido descubrir el secreto y el límite de la mujer de Lot. Y nunca hubiera descubierto la certidumbre de salvarla del límite en que se encuentra. Sé que al llegar a ese límite entre la muerte y la eternidad, rezaré la oración, la plegaria mágica, la misma que le rezó su esposo, la misma que le rezó Jesús. Pero le falta la tercera. Y yo se la rezaré. Entonces la sal se licuará y volverá a las fuentes originales, a los ojos húmedos y llorosos de los hombres. Pero ya no habrá más sed. Porque es la sal de Edit, de la sodomita convertida en estatua, la que pone amargura y sed infinita en nuestros espíritus. Y ¿cómo es posible que nadie, nadie, se haya preguntado por qué la sodomita rebelde, maldita en estatua, fue convertida en sal? ¿Por qué Él la salificó y no la volvió arcilla que es el destino de los demás mortales? Desde que Edit está en el límite, con el pie derecho puesto al occidente y el rostro vuelto al oriente, en una eterna actitud de marcha, los hombres se pelean y se matan por la sal y sucumben por la sed. "El agua que yo te daré a beber -decía el Hijo- no está en el pozo de Jacob. Mi agua te saciará la sed eterna."
 Dios castiga en la Mujer de Lot a la Humanidad, a todas las Sodomas y Gomorras que la Humanidad repite contumaz. Y tan reincidente que, para repetirse, ha de mirar atrás. ("Nunca mires atrás", me decía Sonia.) Mirar atrás es repetirse y en la repetición el pecado se hace más voluminoso a la vez que la virtud más exigua. La Mujer de Lot resume en su símbolo escultórico el drama del espíritu: un pie hacia adelante, hacia la revelación y lo futuro, y la mirada hacia atrás, hechizada por lo pasado, por la obra conclusa.
 Yo rezaré en la noche de mis siglos al pasar el límite, la oración. Y veré el milagro: que la sal se hace luz. Y con la sodomita, conducido de su mano, los dos entraremos en Jerusalén. 
 ¿En Jerusalén o en Toledo? ¿En Toledo o en Teotihuacán? ¿Hacia dónde dará los primeros pasos la Mujer de Lot? [...] Atrás, quedará el tiempo viejo, putrefacto en sus coágulos de la Disputa. Adelante, el tiempo nuevo, con los frutos ya maduros, de la Concordia. Y todos los papeles de la inteligencia, plenos de signos y de teorías, se arrugarán y terminarán por pulverizarse. Y será inaugurada la única dimensión conjugada en modo infinitivo.
 Sí, la locura. Ya sé lo que es la locura. Y si tú no quieres saberlo, por tibio y neutro, por acomodado y blando, no sueltes a los vientos poéticos las velas de la intuición. Guárdatela con el reloj en el bolsillo más pequeño de tu vestimenta. Y tómate una Coca-Cola bien fría. Así, despejado, puedes estudiar todas las filosofías, aun las más inextricables para el corazón, pero las más expeditas para la mente que exige una razón razonablemente razonadora.
 Me dirán que soy un pintamonas y un loco. Me dirán paranoico. Me dirán emulomaniático. Y me dañarán quizá, o pretenderán hacerlo, con el silencio. No tengo miedo al silencio. Camino paso a paso, firmemente, desde hace una hora hacia él.»
 
  [El fragmento pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 2000. ISBN: 84-08-46389-6.]
 

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