lunes, 16 de julio de 2018

Combates por la historia.- Lucien Febvre (1878-1956)


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Contra el espíritu de especialidad. Una carta de 1933

«Mi querido amigo: lamento su decisión; lo lamento de veras. La Encyclopédie quiere agrupar, debe agrupar a los principales en todos los campos de la investigación francesa. Y los agrupará; ya lo está haciendo. Hubiera deseado mucho que usted no faltara a ese llamamiento.
 Me contesta usted tres cosas: Trabajos ya comprometidos -nada tengo que decir a eso-; dificultad extrema y desproporción del esfuerzo: demasiada tarea material para demasiado poca iniciativa individual. En este punto comienzan mis divergencias, porque muy al contrario de lo que usted piensa, la parte de iniciativa e innovación me parece enorme en la obra que yo quisiera emprender. No se trata de hacer un volumen de imágenes con el pequeño comentario restringido que se lee en la parte inferior de todos los volúmenes llamados "comentados"; se trata de escribir bellas páginas de historia y de geografía apoyadas en representaciones comparadas y combinadas para complementarse y aclararse recíprocamente: mapas, cuadros estadísticos y opiniones propiamente dichas, reunidas en las mismas páginas con una inteligente e ingeniosa investigación, nuevos procedimientos de presentación y también de traducción (hacer variar las cifras de un cuadro estadístico, separando los "períodos" de otro modo, imagino, y poner de manifiesto las consecuencias frente al mapa inmutable y la "fotografía-testimonio", etcétera). Es difícil, sí. Y no se trata de hacerlo mecánicamente (aun cuando no haya que desdeñar la ingeniosidad mecánica), sino intelectualmente. Tan difícil que no se llegará a la perfección al primer intento. Pero la Encyclopédie es una obra en perpetua evolución y que se completará, retocará y rehará cada año.
 Finalmente, tercer argumento (y aquí las divergencias son evidentes). Me dice usted: "En todo eso, ¿dónde está la geografía?" Mi querido amigo: la geografía está en todas partes y en ninguna. Exactamente como la historia del arte. Exactamente como el derecho. Exactamente como la moral. Exactamente como... No sigo. ¿Por qué? Porque no hago una Encyclopédie des sciences.
 He rechazado con energía, con violencia incluso, ese punto de vista. Punto de vista que el año pasado me encontré, representado por un notable filósofo: nos había aportado una completa clasificación de las ciencias y pedía que, una tras otra, todas las ciencias que él había recensionado (y allí estaba la geografía, la moral, la lógica, la metafísica, el derecho, la estética, etc.) tuvieran en la Encyclopédie su pequeño o gran capítulo, en el que una vez más se expandieran las bellezas del espíritu de especialista. No, no y no.
 Aquí reside también el quid de nuestra discusión. Estoy de acuerdo con todos aquellos que no dejan de repetirme en todo el día: "¡Sea usted duro! Ni una sola concesión al espíritu de especialidad, que es el espíritu de la muerte en el actual estado del trabajo humano". Estoy de acuerdo -me atrevo a decirle- conmigo mismo, cuya vida toda, cuya acción toda, ha estado hasta el presente dirigida contra el espíritu de especialidad (vea, en último término, mis Annales d'Histoire économique et sociale). Y por ello he dicho: no, ciencias no, nada de esas combinaciones circunstanciales y locales de elementos a menudo asociados arbitrariamente. Romper los cuadros abstractos, ir recto a los problemas que el hombre no especializado lleva en sí mismo, se plantea para sí mismo y para los otros al margen de cualquier preocupación escolar, al margen de todo "espíritu de botón", como se dice en la marina: tal es mi objetivo desde el principio, desde la primera nota redactada de prisa y corriendo en octubre de 1932 y que es el germen de la Encyclopédie. Es así como se hará sensible a todos la unidad del espíritu humano: esa unidad que oculta la abundante reproducción de las pequeñas disciplinas contentas de su autonomía y aferradas desesperadamente -también ellas- a una autarquía tan vana en el dominio intelectual como funesta en el campo económico. Hagamos unos y otros, cuando haya ocasión, tratados y manuales de nuestras respectivas ciencias: es una necesidad práctica. Pero sólo tendrán valor humano cuando estén animados por el amplio espíritu de unidad científica que, precisamente, la Encyclopédie quiere proporcionar y proporcionará.
 Esto es un pensamiento de siempre. Y no traiciono ningún secreto diciéndole que si me he lanzado a la tarea de la Encyclopédie con todo el impulso que todavía me queda es porque en ello he visto el medio -que bruscamente y de la forma más imprevista se me proporcionaba- para servir las ideas que defiendo desde siempre y que, cada vez más, hacen suyas científicos que piensan sus ciencias en el marco de la ciencia. No, la geografía humana en cuanto tal no figura en la Encyclopédie. Repito su fórmula final y los votos que expresa, para traducir mejor mi pensamiento: no, mi querido amigo, la geografía humana no encontrará nunca "su casita independiente en el edificio enciclopédico". Ni tampoco la química, la botánica, etcétera. Eso sería la negación misma del programa del proyecto de la Encyclopédie. La Encyclopédie no es una ciudad-jardín de las ciencias y las artes: cien pisitos aislados, cada uno con su portero, su calefacción central y el amo de casa con sus costumbres. Es la casa común de todos los científicos y de todos los artistas donde se intercambian mutuamente sus métodos, sus ideas, sus investigaciones y sus preocupaciones, con el reconocimiento de que son hermanos en la intención y el esfuerzo, que tienen los mismos objetivos y que del éxito o fracaso que uno tenga puede el otro sacar provecho y enseñanza. 
 Porque yo no pido a profesores eminentes que compongan manuales o tratados de anatomía, mineralogía o química -y que coste que no desprecio toda la potencia intelectual e ingeniosidad técnica que implica el arte de fabricar oxígeno o ácido sulfúrico o piramidón; yo hago otra cosa y con propósito deliberado, eso es todo- para fines que creo muy altos, muy útiles hoy, y que se pongan a mi alrededor para encontrarlos, hombres, que son maestros en su campo, reconocidos como tales y consagrados como tales en el mundo entero; pero hombres que están también ansiosos de echar abajo los tabiques y de hacer circular por encima de los pequeños despachos cerrados en que operan los especialistas, con todas las ventanas cerradas, la gran corriente de un espíritu común, de una vida general de la ciencia.
 Me detengo aquí y es preciso que acabe porque eso que he dicho es el fondo mismo de mi pensamiento, al que me atengo por encima de todo. Por tanto, excuse usted la exaltación... Dé a sus alumnos el tratado que resumirá, que prolongará su experiencia y su esfuerzo fecundo en el marco de la disciplina a la que usted se dedica; usted sabe que yo seré el último en alegrarme cuando tenga en mis manos al fin ese libro que nos falta, pensado y redactado por usted. Pero eso es una cosa; la Encyclopédie es otra muy diferente y también legítima. Hubiera deseado que usted pasara de un plano a otro, como los que me siguen, y que sirviera a la vez no a dos dioses celosamente antagónicos y rivales, sino al mismo dios bajo sus dos aspectos: el "local" y el "universal".
 Sin más, etc.» 
 
 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Ariel, en traducción de Francisco J. Fernández Buey y Enrique Argullol. Depósito legal: B. 35.222-1971.]

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