jueves, 5 de julio de 2018

Dinero, lenguaje y pensamiento.- Marc Shell (1947)


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Introducción: del electro a la electricidad

«Entre el dinero de electro de la antigua Lidia y el dinero eléctrico de los actuales Estados Unidos ocurrió un cambio de importancia histórica. El valor de cambio de las primeras monedas se derivaba, enteramente, de la sustancia material (electro) de los lingotes de que se hacían las monedas y no de las inscripciones hechas en estos lingotes. La ulterior creación de monedas cuyas inscripciones, autorizadas políticamente, eran inadecuadas para el peso y la pureza de los lingotes en que se hacían las inscripciones, hizo cobrar conciencia de la extraña relación entre el valor aparente (moneda intelectual) y el sustancial (moneda material). Esta diferencia entre la inscripción y la cosa aumentó con la introducción del papel moneda. El papel, sustancia material en que se imprimían las inscripciones, supuestamente no constituía ninguna diferencia en el intercambio, y el metal o electro, sustancia material a que se referían las inscripciones, estaba conectado con dichas inscripciones de maneras cada vez más abstractas. Con el advenimiento de las transferencias electrónicas de fondos se rompió el eslabón que existía entre la inscripción y la sustancia. No nos importa aquí la cuestión del dinero eléctrico.
 La ideología, que quisiera definir la relación entre pensamiento y materia, necesariamente se interesa en esta transformación, a partir de la adecuación absoluta entre inscripción intelectual y sustancia real, hasta la completa disociación de una y otra. El componente filosófico y literario del relato de tal transformación empieza con la incomodidad -motivadora de cultura- que sintieron los griegos al instituirse el acuñamiento de monedas que, en los siglos VI y V a. de C., llegó a imbuir toda la vida económica e intelectual de Grecia. Entre los griegos el acuñamiento coincidió con acontecimientos políticos como la tiranía y acontecimientos estéticos como la tragedia. Además, algunos pensadores llegaron a reconocer las interacciones entre el intercambio económico y el intercambio intelectual, o entre dinero e idioma (Seme significa "palabra", así como "moneda"). Por ejemplo, Heráclito describió el intercambio monetario de mercancías en un símil complejo y en una serie de metáforas cuyos lógicos intercambios de significado definen la forma única de simultánea compra y venta de mercancías que se obtiene en la transferencia monetaria. Y Platón criticó a los sofistas y a los presocráticos como mercaderes del espíritu, no sólo porque aceptaban dinero a cambio de palabras útiles o halagüeñas, sino también porque eran productores de un discurso cuyos intercambios internos de significado eran idénticos a los intercambios de mercancías en las transacciones monetarias. Platón temió la tendencia política de sus palabras amonedadas y, en sus diálogos, representó aquel discurso como síntoma audible de una invasión invisible del idioma por una forma tiránica, destructiva de la sabiduría. La crítica de Platón se extendió a la propia Forma Ideal: ¿no estaba incluso la dialéctica socrática, preguntó, invadida por la forma monetaria de cambio? ¿No era la división dialéctica una especie de intercambio monetario que dialécticamente constituía una especie de hipoteca? La perturbadora confrontación del pensamiento con su propia internalización de la forma económica motivaba al pensamiento a convertirse en el autocrítico discurso de la filosofía.
 Judea en el siglo III a.C. y la península árabe en el siglo VI d.C. experimentaron similares perplejidades económicas e intelectuales con la introducción de la moneda acuñada. Los rabinos judíos llegaron a protestar contra la invasión del pensamiento jurídico por las nuevas formas monetarias. Haciendo que la proposición de que "todas las mercancías se adquieren unas a otras" fuese el blanco de un dilatado debate acerca del intercambio intelectual así como del material, elaboraron interpretaciones conflictivas de un asimon, "palabra corriente" que aún no ha sido legalmente acuñada ni tiene ningún significado definitivo. De manera similar, Mahoma expresó el nuevo intercambio económico en el notable contenido comercial de las metáforas del Corán e interiorizó las nuevas formas de intercambiar mercancías como modo de metaforización o de intercambio de significados.
 El cristianismo, en el siglo XII, ya había sido muy influido por los intentos griegos, judíos  e islámicos de enfrentarse al dinero numismático del espíritu. Los pensadores cristianos habían empezado a tratar con los tropos verbales como proceso económico cuando empezaron a desarrollarse formas fiduciarias y procedimientos financieros revolucionarios. Al principio, los europeos se mostraron tan incrédulos ante estas instituciones como temerosos de la acuñación se habían mostrado los griegos. Por ejemplo, la descripción del papel moneda de Kublai Khan hecha por Marco Polo fue considerada como una burda mentira y Felipe II afirmó no entender nada de "dinero inmaterial". A pesar de -o tal vez por causa de- esta reveladora resistencia a los nuevos modos de simbolización y de producción, los últimos 800 años constituyen la historia de la introducción y la aceptación de instituciones de capital y de los procesos intelectuales que hicieron avanzar a la cristiandad, de la época de las monedas de electro a la época del dinero eléctrico.
 Para la mayoría de los pensadores cristianos anteriores al siglo XII, las nuevas formas de intercambio y producción siguieron siendo objetos "externos" para su contemplación. Pensaban en la simbolización y la generación monetarias como en cualquier otro tema o asunto. Y sin embargo el dinero, que se refiere a un sistema de tropos, también es un participante "interno" en la organización lógica o semilógica del idioma que, a su vez, se remite a un sistema de tropos. Ya fuese que un escritor mencionara -o no- el dinero o tuviese conciencia de su papel potencialmente subversivo sobre su propio pensamiento, las nuevas formas de metaforización o intercambio de significados, que acompañaron a las nuevas formas de simbolización y producción económicas, iban cambiando el significado del significado del mismo. Esta participación de la forma económica en la literatura y en la filosofía, aun en el discurso acerca de la verdad, no queda definida por aquello de que hablan la literatura y la filosofía (a veces de dinero, a veces no) ni por la razón de que hablen de ello (a veces por dinero, a veces no) sino, antes bien, por la interacción trópica entre la simbolización y la producción económica y la lingüística. Un dinero formal del espíritu imbuye todo discurso y no le afecta el hecho de que el contenido temático de una obra en particular incluya dinero o no, ni si el contenido material de la tinta en que puede escribirse la obra incluye oro o no.»
 
 [El fragmento pertenece a la edición en español de la editorial Fondo de Cultura Económica, en traducción de Juan José Utrilla. ISBN: 968-16-2016-X.]
 

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