Prólogo en la trasladaçión
«Aquí comiença la Dança General, en la cual tracta como la muerte dize avisa a todas las criaturas que paren mientes en la breviedad de su vida, e que della mayor cabdal non sea fecho que ella meresçe. E asimismo les dize e requiere que vean e oyan lo que los sabios pedricadores les dizen e amonestan de cada día, dándoles bueno e sano consejo que pugnien en fazer buenas obras porque hayan complido perdón de sus pecados. E luego siguiente mostrando por espiriençia lo que dize, llama e requiere a todos los estados del mundo que vengan de su buen grado o contra su voluntad. Començando, dize ansí:
Dize la Muerte:
Yo só la muerte cierta a todas las criaturas / que son y serán en el mundo durante;
demando y digo, oh homne, por qué curas / de vida tan breve en punto pasante,
pues no hay tan fuerte nin recio gigante / que deste mi arco se pueda amparar;
conviene que mueras cuando lo tirar / con esta mi frecha cruel traspasante.
¡Qué locura es ésta tan manifiesta, / que piensas tú, homne, que el otro morrá
e tú quedarás, por ser bien compuesta / la tu complisión, e que durará!
Non eres cierto si en punto verná / sobre ti a dessora alguna corrupçión
de landre o carbonco, o tal implisión / porque el tu vil cuerpo se dessatará.
¿O piensas, por ser mancebo valiente / o niño de días, que alueñe estaré,
e fasta que llegues a viejo impotente / la mi venida me detardaré?
Avíate bien, que yo llegaré / a ti a dessora, que non he cuidado
que tú seas mancebo o viejo cansado, / que cual te fallare tal te llevaré.
La plática muestra ser pura verdad / aquesto que digo, sin otra fallençia;
la Santa Escritura con çertenidad / da, sobre todo, su firme sentencia
a todos, diciendo: "Fazed penitencia, / que morir habedes, non sabedes cuándo".
Si no, ved el Fraire que está pedricando; / mirad lo que dice de su gran sabiençia.
Dize el Pedricador:
Señores honrados, la Santa Escritura / demuestra e dize que todo homne nasçido
gostará la muerte, maguer sea dura, / ca traxo al mundo un solo bocado;
ca papa, o rey, o obispo sagrado, / cardenal, o duque e conde exçelente,
el emperador con toda su gente, / que son en el mundo, de morir han forçado.
Bueno e sano consejo:
Señores, puñad en fazer buenas obras, / non vos fiedes en altos estados,
que non vos valdrán tesoros nin doblas / a la muerte que tiene sus lazos parados.
Gemid vuestras culpas, dezid los pecados / en cuanto podades con satisfaçión,
si queredes haber complido perdón / de Aquel que perdona los yerros pasados.
Fazed lo que digo, non vos detardedes, / que ya la muerte encomiença a ordenar
una dança esquiva de que non podedes / por cosa ninguna que sea escapar,
a la cual dize que quiere llevar / a todos nosotros lançando sus redes:
abrid las orejas, que agora oiredes / de su charambela un triste cantar.
Dize la Muerte:
A la dança mortal venid los nasçidos / que en el mundo soes, de cualquiera estado;
el que non quisiere, a fuerça e amidos / fazerle he venir muy toste parado.
Pues que ya el Fraire vos ha pedricado / que todos vayaes a fazer peniyençia,
el que non quisiere poner diligençia / por mí non puede ser más esperado.
Primeramente llama a su dança a dos doncellas:
A esta mi dança traxe de presente / estas dos doncellas que vedes fermosas;
ellas vinieron de muy malamente / oír mis canciones, que son dolorosas;
mas non les valdrán flores e rosas / ni las composturas que poner solían;
de mí, si pudiesen, partirse querrían, / mas non puede ser, que son mis esposas.
A éstas e a todas por las aposturas / daré fealdad, la vida partida, /
e desnudedad por las vestiduras, / por siempre jamás muy triste aborrida,
e por los palaçios daré por medida / sepulcros escuros de dentro fedientes,
e por los manjares, gusanos royentes / que coman de dentro su carne podrida.
E porque el Santo Padre es muy alto señor, / que en todo el mundo non hay su par,
e desta mi dança será guiador; / desnude su capa, comiençe a sotar;
non es ya tiempo de perdones dar / nin de celebrar en grande aparato,
que yo le daré en breve mal rato: / dançad, Padre Santo, sin más detardar.
Dize el Padre Santo:
¡Ay de mí, triste, qué cosa tan fuerte / a yo, que trataba tan grande perlazía,
haber de pasar agora la muerte / e non me valer lo que dar solía!
Beneficios e honras e gran señoría / tove en el mundo, pensando vivir;
pues de ti, muerte, non puedo fuir, / valme, Jesucristo, e la Virgen María.
Dize la Muerte:
Non vos enojades, señor Padre Santo, / de andar en mi dança que tengo ordenada;
non vos valdrá el bermejo manto: / de lo que fezistes habredes soldada;
non vos aprovecha echar la Cruzada, / proveer de obispados nin dar beneficios;
aquí moriredes sin ser más bolliçios. / Dançad, imperante, con cara pagada.
Dize el Emperador:
¿Qué cosa es ésta, que atán sin pavor / me lleva a su dança a fuerça sin grado?
Creo que es la muerte, que non ha dolor / de homne que grande es o cuitado.
Non hay ningún rey nin duque esforçado / que della me pueda agora defender;
¡acorredme todos! Mas non puede ser, / que ya tengo della todo el seso turbado.»
[El fragmento pertenece a la edición en español de Editorial Castalia, en edición de Julio Rodríguez Puértolas. ISBN: 84-7039-381-2.]
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