martes, 22 de mayo de 2018

Sobre la naturaleza.- Parménides (c. 515 a.C. - c. 440 a.C.)


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I
«Bienvenido seas, tú, que llegas a nuestra mansión con los caballos que te traen;
pues no es un hado infausto el que te movió a recorrer
este camino -bien alejado por cierto de la ruta trillada por los hombres-,
sino la ley divina y la justicia. Es necesario que conozcas toda mi revelación,
y que se halle a tu alcance el intrépido corazón de la Verdad, de hermoso cerco,
tanto como las opiniones de los mortales, que no encierran creencia verdadera.
No obstante, a ti te será dado aprender todo esto y cómo las apariencias
tendrían que aparecerse para siempre como la realidad total.

II
Voy a decírtelo ahora mismo, pero presta atención a mis palabras,
las únicas que se ofrecen al pensamiento de entre los caminos que reviste la búsqueda.
Aquella que afirma que el Ser es y el No-Ser no es,
significa la vía de la persuasión -puesto que acompaña a la Verdad-,
y la que dice que el No-Ser existe y que su existencia es necesaria,
ésta, no tengo reparo en anunciártelo, resulta un camino totalmente negado para el conocimiento.
Porque no podrías jamás llegar a conocer el No-Ser -cosa imposible-
y ni siquiera expresarlo en palabras.

III
...porque el pensar y el ser son una y la misma cosa.

IV
Observa, pues, cómo lo que parece más lejano se hace firmemente presente para el espíritu,
que no se verá dividido por la unión del Ser con el Ser,
ni para dispersarse enteramente en contra del orden del universo
ni para reunirse.

V
Indiferente será para mí
el lugar por dónde comience, porque a este punto tendré que volver de nuevo.

VI
Hay que decir y pensar que el Ser existe, ya que es a Él a quien corresponde la existencia,
en tanto es negada a lo que no es. Te invito a que consideres todo esto,
pero, a la vez, quiero prevenirte acerca de esta vía de la búsqueda
y en cuanto a aquella otra por la que se lanzan los mortales ayunos de saber,
que marchan errantes en todas direcciones, cual si de monstruos bicéfalos se tratase. Porque es la perplejidad
la que en el pecho de estos dirige su espíritu vacilante. Y así se ven llevados de aquí para allá,
sordos, ciegos y llenos de asombro, como turba indecisa
para la cual Ser y No-Ser parecen algo idéntico y diferente,
en un caminar en pos de todo que es un andar y un desandar continuo.

VII
Porque jamás fuerza alguna someterá el principio: que el No-Ser sea.
Pero tú, no obstante, aleja tu pensamiento de esta vía
y no te dejes llevar sobre ella por la fuerza rutinaria de la costumbre,
ni manejando tus ojos irreflexivamente ni tus oídos que recogen todos los ecos,
ni acaso tu lengua: juzga, por el contrario, con razones que admitan múltiples pruebas,

VIII
como las que yo te he mostrado. Sólo nos queda ahora el hablar de una última vía,
la de la existencia del Ser. Muchos indicios que ella nos muestra permiten afirmar
que el Ser es increado e imperecedero
puesto que posee todos sus miembros, es inmóvil y no conoce fin.
No fue jamás ni será, ya que es ahora, en toda su integridad,
uno y continuo. Porque, en efecto, ¿qué origen podrías buscarle?
¿De dónde le vendría su crecimiento? No te permitiré que me digas o que pienses
que haya podido venir del No-Ser, porque no se puede decir ni pensar
que el Ser no sea. ¿Qué necesidad, pues, lo habría hecho surgir
en un momento determinado, después y no antes, tomar su impulso de la nada y crecer?
Por tanto, o ha de existir absolutamente o no ser del todo.
Jamás una fe vigorosa aceptará que, de lo que no es,
pueda nacer una cosa distinta; así, tanto para nacer
como para perecer la Justicia no le concederá licencia relajando los lazos
con los que lo retiene. La decisión sobre este punto descansa en esto:
es o no es. Pero una vez decidido, como era necesario,
el abandono de uno de los caminos por su carácter de impensable e innominado -porque no es el verdadero-,
habrá que considerar el otro como real y auténtico.
Porque, ¿cómo en el curso del tiempo podría ser destruido el Ser? ¿Cómo podría llegar a existir?
Ya que, si alcanzó la existencia, no es, y lo mismo ocurre si alguna vez debía existir.
Así se extingue el nacimiento y queda ignorada la destrucción.
No es igualmente divisible puesto que es todo él homogéneo.
Nada hay de más que llegue a romper su continuidad, ni nada de menos, puesto que todo está lleno de Ser.
De ahí su condición de todo continuo, ya que el Ser toca el Ser.
Inmóvil, por otra parte, en los límites de sus grandes vínculos,
carece de principio y de fin, puesto que nacimiento y destrucción
aparecen muy alejados, rechazados ya por la verdadera fe.
Como los mismo que permanece en lo mismo, en sí mismo descansa
y así prosigue inmutable en el mismo lugar, porque la poderosa Necesidad
lo mantiene en los lazos del límite que aprisiona su contorno.
No queda, pues, permitido al Ser el puro inacabamiento,
ya que está claro que no carece de nada, porque de carecer de algo, carecería de todo.
Es una y la misma cosa el pensar y aquello por lo que hay pensamiento,
pues sin acudir al Ser, en el cual se encuentra expresado,
¿podrías acaso encontrar el pensar? Nada hay ni habrá
fuera del Ser, ya que el Destino lo encadenó
en una totalidad inmóvil. No es, por tanto, más que puro nombre
todo lo que los mortales instituyeron persuadidos de que era verdad.
nacer y perecer, ser y no ser,
cambiar de lugar o mudar de tono en relación con el color.
Además, y dado que posee un último límite, el Ser está terminado
por todas partes, semejante a la masa de una esfera bien redondeada,
igual en todas direcciones a partir del centro.»


[El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1983, en traducción de José Antonio Míguez. ISBN: 84-7530-437-0.]

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