martes, 15 de mayo de 2018

La derrota del pensamiento.- Alain Finkielkraut (1949)


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Una sociedad finalmente convertida en adolescente

«Para el ignorante la libertad es imposible. Al parecer así lo creían los filósofos de las Luces. No se nace individuo -decían; se llega a serlo, superando el desorden de los apetitos, la mezquindad del interés privado y la tiranía de los apriorismos. En la lógica del consumo, por el contrario, la libertad y la cultura se definen por la satisfacción de las necesidades y, por lo tanto, no pueden proceder de una ascesis. La idea de que el hombre, para ser un sujeto por completo, debe romper con la inmediatez del instinto y de la tradición, desaparece de los propios vocablos que eran sus portadores. De ahí la crisis actual de la educación. La escuela, en su sentido moderno, ha nacido de las Luces y muere hoy al ser puesta en cuestión. Se ha abierto un abismo entre la moral común y ese lugar regido por la idea extravagante de que no existe autonomía sin pensamiento y no existe pensamiento sin trabajo sobre uno mismo. La actividad mental de la sociedad se elabora por doquier "en una zona neutra de eclecticismo neutral", salvo entre las cuatro paredes de los establecimientos escolares. La escuela es la última excepción al self-service generalizado. Así pues, el malentendido que separa esta institución de sus usuarios va en aumento: la escuela es moderna, los alumnos son posmodernos; ella tiene por objeto formar los espíritus, ellos le oponen la atención flotante del joven telespectador; la escuela tiende, según Condorcet, a "borrar el límite entre la porción grosera y la porción iluminada del género humano"; ellos retraducen este objetivo emancipador en programa arcaico de sujeción y confunden, en un mismo rechazo de la autoridad, la disciplina y la transmisión, el maestro que instruye y el amo que domina.
 ¿Cómo resolver esta contradicción? "Posmodernizando la escuela", afirman sustancialmente tanto los gestionarios como los reformadores. Estos buscan los medios de aproximar la formación al consumo y, en algunas escuelas americanas, llegan incluso a empaquetar la gramática, la historia, las matemáticas y todas las materias fundamentales en una música rock que los alumnos escuchan, con un walkman en los oídos. Los primeros preconizan, más seriamente, la introducción masiva de los ordenadores en las aulas a fin de adaptar a los escolares a la seriedad de la técnica sin obligarles, por ello, a abandonar el mundo lúdico de la infancia. Del tren eléctrico a la informática, de la diversión a la comprensión, el progreso debe realizarse suavemente y, si es posible, sin que se enteren sus propios beneficiarios. Poco importa que la comprensión así desarrollada por el juego con la máquina sea del tipo de la manipulación y no del razonamiento: entre unas técnicas cada vez más avanzadas y un consumo cada vez más variado, la forma de discernimiento que hace falta para pensar el mundo, carece de uso e incluso, como hemos visto, de palabra para nombrarse, pues la de cultura le ha sido definitivamente confiscada.
 Pero este simple reajuste de métodos y de programas sigue sin bastar para una reconciliación total de la escuela con la "vida". [...]
 Los jóvenes: son un pueblo de reciente aparición. Antes de la escuela, no existía: para transmitirse, el aprendizaje tradicional no necesitaba separar a sus destinatarios del resto del mundo durante varios años y, por consiguiente, no dejaba ningún espacio al largo período transitorio que nosotros llamamos la adolescencia. Con la escolarización masiva, la propia adolescencia ha dejado de ser un privilegio burgués para convertirse en una condición universal. Y un modo de vida: protegidos de la influencia familiar por la institución escolar y del ascendiente de los profesores por el "grupo de los iguales", los jóvenes han podido edificar un mundo propio, espejo invertido de los valores circundantes. Relajamiento del jean contra convenciones indumentarias, historieta contra literatura, música rock contra expresión verbal, la "cultura joven", esta antiescuela, afirma su fuerza y su autonomía desde los años sesenta, es decir, desde la democratización masiva de la enseñanza: "Como cualquier grupo integrado (el de los negros americanos, por ejemplo), el movimiento adolescente sigue siendo en parte un continente sumergido, en parte prohibido e incomprensible para cualquiera que esté fuera de él." [...]
 Esta regresión sería absolutamente inofensiva si el Joven no estuviera ahora en todas partes: han bastado dos décadas para que la disidencia invadiera la norma, para que la autonomía se transformara en hegemonía y el estilo de vida adolescente mostrara el camino al conjunto de la sociedad. La moda es joven; el cine y la publicidad se dirigen prioritariamente al público de los quince-veinteañeros; las mil radios libres cantan, casi todas con la misma música de guitarra, la dicha de terminar de una vez con la conversación. Y se ha levantado la veda de la caza al envejecimiento: mientras que hace menos de un siglo, en ese mundo de la seguridad tan bien descrito por Stefan Zweig, "el que quería progresar se veía obligado a recurrir a todos los disfraces posibles para parecer más viejo de lo que era", "los diarios recomendaban productos para adelantar la aparición de la barba" y los jóvenes médicos recién salidos de la Facultad intentaban adquirir una ligera barriga y "cargaban sus narices con gafas de montura de oro, aunque su vista fuera perfecta, y ello pura y simplemente para dar a sus pacientes la impresión de que tenían 'experiencia', en nuestros días, la juventud constituye el imperativo categórico de todas las generaciones. Como una neurosis expulsa la otra, los cuarentones son unos "teenagers" prolongados; en lo que se refiere a los Ancianos, no son honrados por su sabiduría (como en las sociedades tradicionales), su seriedad (como en las sociedades burguesas) o su fragilidad (como en las sociedades civilizadas), sino única y exclusivamente si han sabido permanecer juveniles de espíritu y de cuerpo. En una palabra, ya no son los adolescentes los que, para escapar del mundo, se refugian en su identidad colectiva; el mundo es el que corre alocadamente tras la adolescencia. Y esta inversión constituye, como observa Fellini con cierto estupor, la revolución cultural de la época posmoderna: [...]
 ¿Qué ha ocurrido, pues? Por muy enigmático que resulte, el delirio del que hablaba Fellini no ha surgido de la nada: el terreno estaba preparado y puede decirse que el largo proceso de conversión al hedonismo del consumo emprendido por las sociedad occidentales culmina hoy con la idolatría de los valores juveniles. ¡El Burgués ha muerto, viva el Adolescente! El primero sacrificaba el placer de vivir a la acumulación de las riquezas y situaba, según la fórmula de Stefan Zweig, "la apariencia moral por encima del ser humano"; demostrando una impaciencia equivalente ante las rigideces del orden moral y las exigencias del pensamiento, el segundo quiere, ante todo, divertirse, relajarse, escapar de los rigores de la escuela por la vía del ocio y esta es la razón de que la industria cultural encuentre en él la forma de humanidad más rigurosamente conforme a su propia esencia.»
 
  [El extracto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, en traducción de Joaquín Jordá. ISBN: 84-339-0086-2.]
 

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