jueves, 10 de mayo de 2018

Bambúes.- Jean-Marc Aubert (1951)


Jean-Marc Aubert
17
«De lejos reconocía el paso de Béjart y el ruido de los cubos. La piel interna de sus órganos se volvía del revés, ella estaba en contacto directo con su rugosidad. En ese momento estaba tan repleta que se alzaba de la tierra y era llevada como una bailarina hacia la barrera. Su hombre la esperaba y le posaba la mano en el hocico y los ijares. Empezaba a cantar con esa hermosa voz prolongada y profunda. Béjart le acariciaba nuevamente la piel y ella lo pacía con su lengua rasposa, sólo para degustar el sabor de su ropa. El sabor de Béjart le erizaba la piel y ahuyentaba a las moscas sin que tuviera que dar coletazos. Sí, Madeleine sentía unas ganas locas de que todos los días regresara Béjart, la buscara y buscara. El mundo era una decoración rutilante de color, pero un decorado chato donde se destacaba una figura divina que venía regularmente y servía de intermediario entre ella -Madeleine, vaca, flor perfumada, danzarina y diminuta- y el universo.
 
"Cuando se toca una gleba de tierra con la punta del dedo se está en contacto con toda la tierra", pensaba Béjart, del mismo modo.
 "Si rozo el mar con la punta del dedo, mi cuerpo se liga de súbito con el océano", divaga Bert, sentado en la terraza, encorvado sobre el libro de cuentas. Una simple brecha en un largo dique poderoso: por allí se precipita el mar entero e inunda las tierras protegidas. Béjart es aquella brecha, esa abertura entre el mundo vegetal o mineral y lo viviente. No es idiota decir que es Dios; sin duda la vaca no se equivoca.
 Cuando Sampo se aproxima a Bert para recuperar el libro de cuentas y discutir las conductas futuras, Bert expresa (no puede hacer otra cosa) su pensamiento pleno e íntegro:
 -Por cierto, por cierto Sampo, Madeleine roza mucho más que nosotros la verdad. ¿Y por qué? ¿Por qué?
 -Madeleine... No tengo el gusto de conocer a ese miembro de su estimada familia, Monsieur Bert.
 -Madeleine, la vaca Madeleine. Sí, Madeleine está en la vía de la felicidad. Y lo merece. La penetra el principio vital del agua. ¿Por qué en África y en Occidente el elefante y la ballena son dos de los mejores símbolos de la sabiduría? Es obvio, querido Sampo. Porque están en contacto perpetuo con el agua; es más, como su masa es enorme, están enormemente en contacto con el agua. La ballena vive sumergida y la ballena posee una frente amplia. El elefante, adepto de la ducha y la zambullida, gran barrica de agua con patas, abreva al hombre con clases de sabiduría y misericordia, de fraternidad y memoria en sus vastos cementerios blanqueados. Los dos son, para nosotros, símbolos de la inteligencia. La vaca es la representación más hermosa de este mismo ánimo. De madre a hija, sumerge su narizota en los abrevaderos, no menosprecia el torrente, sublima el agua transformándola en leche blanca, maternal y virgen a la vez. Cada día y desde siempre (y su madre antes que ella) hunde el morro en el primer rocío. Porque en las auroras del hombre las tropas salvajes de vacas pactaron con el AGUA, debemos meditar en la vaca y respetar infinitamente a las vacas, infinitamente a Madeleine. ¿Acaso otras religiones no las entendieron antes que nosotros, aunque sus razones fueran menos claras?
 Bert cerró los ojos e inspiró a todo pulmón, sumamente bambú en aquel preciso momento de su vida.
 A decir verdad, los sentimientos de unos y otros hacia Bert eran bastante disímiles.
 "En efecto, su pensamiento vuela más alto que la golondrina y es más amplio que los flancos de la grávida jabalina", diagnosticaba Sampo (dos animales que abatía de buen grado con carabina liviana o perdigones).
 "Monsieur Bert fundó la propiedad", decían otros. "Siempre nos trató bien".
 "El viejo empieza a desvariar a toda vela", pensaba Copperberg. "La naturaleza, los árboles, el agua, los elementos son las respuestas de Monsieur Bert cuando se le habla de facturas, gastos de explotación, suministro, Seguridad Social".
 "Por eso me respetan", pensaba Bert.
 "El bebedor de agua va por mal camino, está borracho, está en las nubes", decían por ahí.
 "Bert está cansado. De vez en cuando lo sobrepasa el mundo que ha creado", suspiraban Louise y sus jóvenes amigos. Louise precisaba, empero, que no estaba segura de ver claro y que Bert les reservaba, a todos, grandes sorpresas.
 "Es papá, hay que quererlo" decía Valsi, adolescente de tez morena, hija grande de un padre muy viejo.

 18
 A pesar de todo, Bert parecía un faro entre la bruma: su brillo era seguro y constante, aunque las nieblas pudieran disimularlo de vez en cuando.
 -¿Podemos talar los bambúes de A4? -preguntaba Sampo o uno de sus ayudantes.
 -Sí, pues todo es posible: que el ladrillo mude en caña, que el vino se transforme en leche cuajada -contestaba Bert.
 Sampo se extrañaba entonces de la sabiduría, muy por encima, muy por encima de él, humilde plantador de granos, diminutos granos, minúsculos y muy modestos granos.
 -Un gran faro en la bruma, tal es Monsieur Bert, de quien soy jacto de ser amigo -decía Sampo.
 -De quien te jactas de ser amigo -rectificaba Louise.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Editorial Andrés Bello, en traducción de Pierre Jacomet. ISBN: 84-89691-64-9.]
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: