lunes, 7 de mayo de 2018

Guerra y paz en el siglo XXI.- Eric Hobsbawm (1917-2012)


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9.-El orden público en una época de violencia

«1.-En cierto momento de la década de 1970, la Asociación de Jefes de Policía dijo al gobierno del Reino Unido que ya no era posible seguir evitando los desórdenes públicos en las calles, como en el pasado, sin contar con una nueva Ley de orden público. Unos cuantos años después, supongo que a principios de la década de 1980, fui invitado a un coloquio en algún punto de Noruega y observé que el folleto de reserva del hotel en el que debía alojarme -el habitual centro de convenciones situado en un entorno turístico- anunciaba que el establecimiento contaba con ventanas a prueba de balas. ¿En Noruega? Efectivamente, en Noruega. Me propongo dar comienzo a esta conferencia con estos dos incidentes. La época se ha vuelto más violenta, incluso en sus imágenes. No hay duda alguna al respecto. La charla que voy a dar trata del significado de esta situación y de los medios que los gobiernos debieran poner en marcha para proporcionar amparo a los ciudadanos en su vida cotidiana. Como verán, no hablaré únicamente de terrorismo. El asunto es mucho más amplio. Por ejemplo, incluye el gamberrismo del fútbol, otro fenómeno históricamente novedoso que empezó a presentar sus credenciales en la década de 1970.
 2.-Es evidente, tal como sugiere el recuerdo noruego que acabo de evocar, que una gran parte de esa violencia resulta posible por la extraordinaria explosión experimentada por el suministro y la disponibilidad globales de unos armamentos portátiles -o susceptibles de ser transportados por cualquiera- que poseen gran capacidad destructiva y unos precios relativamente económicos, lo que permite, que tanto individuos como grupos de particulares puedan procurárselos. En su origen, se trató de una de las consecuencias de la guerra fría, pero a partir del momento en que se vio claro que resultaba posible ganar elevadas sumas de dinero con estos ingenios, su producción no dejó de crecer vertiginosamente. [...] los Kaláshnikov o rifles de asalto AK47, originalmente desarrollados en la Unión Soviética durante la segunda guerra mundial, son la más formidable de todas las armas cortas. Según el Boletín de los Científicos Atómicos, hoy circulan por el mundo algo así como unos 125 millones de estos fusiles. Se pueden comprar por Internet, al menos en Estados Unidos en la página estadounidense de Kaláshnikov. Y en cuanto a las pistolas y los puñales, ¿quién podría estimar su número?
 Sin embargo, está claro que el desorden público, incluso en la forma extrema del terrorismo, no depende de la alta tecnología ni de los equipamientos caros, como quedó demostrado el 11 de septiembre de 2001. Los secuestradores de los aviones que causaron el desplome de las Torres Gemelas sólo iban armados con cúteres. Los grupos armados más persistentes, como el IRA y ETA, han dependido principalmente de explosivos, algunos de los cuales eran de hecho de fabricación casera. 
 ¿Es el orden público más difícil de mantener? Claramente, los gobiernos y las empresas lo creen así. En Gran Bretaña, los efectivos de las fuerzas policiales han crecido un 35 por 100 desde el año 1971, y si a finales de siglo había 34 funcionarios de policía por cada diez mil ciudadanos, treinta años antes eran 24,4 (lo que implica un incremento superior al 40 por 100). Y ni siquiera estoy teniendo aquí en cuenta el medio millón de personas que, según se estima, están empleadas en la industria de la seguridad como guardas y otros puestos similares -este es un sector de la economía que ha visto multiplicado su negocio a lo largo de los últimos treinta años, desde que en 1971 la compañía Securicor se considerara de magnitud suficiente como para cotizar en bolsa-. El pasado año 2005 había unas 2.500 compañías. [...]
 3.-No sólo se hace intervenir una mayor cantidad de recursos humanos, sino que también se emplea más la fuerza. En nuestros días, los especialistas en el control de multitudes cuentan con cuatro tipos de medios para hacer frente a las manifestaciones que crean problemas. Son los siguientes: químicos (por ejemplo los gases lacrimógenos) y "cinéticos" (como los rifles antidisturbios, las balas de goma, etc., los cañones de agua y la tecnología de los dispositivos aturdidores). A continuación incluyo una lista de países que ilustra el paso del control de masas tradicional al moderno y más severo. Noruega no utiliza ninguno de los cuatro medios. Finlandia, Países Bajos, India e Italia sólo usan uno, el químico. Dinamarca, Irlanda, Rusia, España, Canadá y Australia emplean dos. Bélgica y los países verdaderamente estrictos -Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido y la pequeña Austria- tienen los cuatro listos para entrar en acción. Está claro que Gran Bretaña que antiguamente se enorgullecía de que sus policías fueran completamente desarmados, no vive ya en el pacífico mundo de Noruega o Finlandia.
 4.-¿Cómo ha llegado a producirse esta situación? Creo que han estado ocurriendo dos cosas. La primera representa la inversión de lo que Norbert Elías ha analizado en un trabajo titulado El proceso de la civilización. Esta obra trata de la transformación de la conducta pública en Occidente, de la Edad Media en adelante. Occidente se ha vuelto menos violento, más "amable", más considerado, primero en el ámbito de una restringida élite y después a mayor escala. Sin embargo, esto ha dejado de ser cierto en la actualidad. Nos hemos acostumbrado hasta tal punto a cosas como a blasfemar en público, a la pública utilización de un lenguaje deliberadamente basto y ofensivo, que ya resulta difícil recordar lo reciente que es, en comparación con otras, dicha práctica. [...]
 Al mismo tiempo, las tradicionales normas y convenciones sociales han ido debilitándose. Por ejemplo, parece claro que la delincuencia juvenil -la protagonizada por muchachos de entre catorce y veinte años- inició su desproporcionado incremento en la segunda mitad de la década de 1960. [...]
 5.-El segundo fenómeno, más directo, también comenzó a finales de la década de 1960. Se trata de la crisis del tipo de estado en el que todos nosotros nos hemos acostumbrado a vivir en el último siglo: el estado-nación territorial. Durante los doscientos cincuenta años anteriores a este punto de inflexión, el estado no dejó de incrementar su poder, sus recursos, la gama de sus actividades, así como el conocimiento y el control de cuanto ocurría en su territorio. Esta evolución de los acontecimientos fue independiente de la política y de la ideología: sucedió tanto en los estados liberales como en los conservadores, tanto en los comunistas como en los fascistas. Alcanzó su punto culminante en las décadas doradas del estado del bienestar y de la economía mixta posterior a la segunda guerra mundial. [...] Lo mismo es válido respecto del monopolio estatal de la fuerza armada. En el transcurso del siglo XIX, la mayoría de los estados occidentales impidieron que sus ciudadanos llevaran y utilizasen armas (salvo con fines deportivos). [...]
 6.-No obstante, existe otro factor en este debilitamiento del estado: se está reduciendo la lealtad que los ciudadanos le profesan y su disposición a hacer lo que éste quiere que hagan. Los países  contendientes en las dos guerras mundiales lucharon en ellas con ejércitos de reemplazo; es decir, con ciudadanos convertidos en soldados y dispuestos a matar y a morir a millones "por la patria", como suele decirse. Esto ya no ocurre. Dudo que cualquier gobierno que diera a sus ciudadanos una mínima capacidad de decisión en la materia, y lo dudo igualmente de los varios que no les ofrecen tal opción, pudiera volver a hacer lo mismo -desde luego no Estados Unidos, que abolió el servicio militar obligatorio tras la guerra de Vietnam-.»
 
  [El extracto pertenece a la edición en español de Diario Público, 2009, en traducción de Tomás Fernández y Beatriz Eguibar. Depósito legal: B-38331-2009.]

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