El "asunto coagulado" que cayó del cielo
«Esta vez, lo "extraordinario" vino a suceder en un recoleto pueblo zamorano. A decir verdad, durante un par de días, los vecinos de Faramontanos de Tábara creyeron que habían sido visitados por algo celestial...
Los hechos comenzaron en un despejado y frío 25 de febrero, a las 14:10 horas. En esas primeras horas de la tarde, dos vecinas de la referida localidad se hallaban a la puerta de su casa, a la espera de sus respectivos maridos. Y de pronto, María González y su hija, Josefa Alonso, escucharon un agudo y prolongado silbido, muy similar al producido por un balín de escopeta.
Acto seguido, las mujeres sintieron un golpe seco. Volvieron la vista hacia el lugar y, perplejas, acertaron a ver -en mitad del pueblo- un objeto blancuzco que, a consecuencia del impacto, se había partido en tres porciones. Curiosas y alarmadas cubrieron los veinte metros escasos que las separaban del punto en cuestión, descubriendo "algo" que describieron como una "masa de color blanco sucio, con apariencia de hielo y manchado con franjas ambarinas".
Ni corta ni perezosa, María recogió los trozos y acudió presurosa hasta el domicilio de sus vecinos, Manuel y Petra Espada.
A partir de ese momento, Faramontanos se vería sumido en una especie de pesadilla. Los enigmáticos trozos, de unos quince centímetros cada uno y poco más de un kilo de peso, fueron pasando de mano en mano, sugiriendo las más peregrinas y audaces interpretaciones. Para Manuel Espada, por ejemplo, "aquello" no era otra cosa que un "asunto coagulado", caído del cielo. Para otros, quizás los restos de un ovni...
La cuestión es que, después de no pocas elucubraciones, el señor Espada optó por guardar las tres porciones en una bolsa de galletas y conservarlas en el frigorífico. Entre otras razones, porque el "asunto coagulado" se hacía cada vez más pequeño y más oscuro.
"Sin embargo - me especificó Manuel-, fíjese lo que son las cosas. Los trozos no perdían agua. Yo no sé si se trata de hielo, como aseguran algunos. Lo que sí puedo decirle, porque conozco bien el hielo, es que no se trata de hielo común y corriente. Además, dígame, ¿puede caer hielo de un cielo azul?"
Naturalmente, el depositario del "asunto coagulado" acudió presto al cura párroco del pueblo, Diego Miñambres, por aquello de ser hombre más letrado. Alguien, probablemente con más ganas de mortificar al personal que de establecer la naturaleza del "fenómeno", había propalado la idea de que estaban ante un "peligroso veneno, arrojado por rusos o americanos, con muy oscuros intereses".
Tras examinarlo, el señor cura sólo pudo encogerse de hombros. De haber acaecido semejante enredo en plena Edad Media, lo más probable es que el clérigo de turno hubiera puesto el "asunto coagulado" en manos de la autoridad eclesiástica, encargada de velar por la pureza de la fe. (No en vano, en tales tiempos, "herejes" como el húngaro Chladni difundían la absurda hipótesis -contra natura y contra la ciencia- de que "caían piedras del cielo".)
No fue éste el caso del pueblo zamorano, gracias a Dios, y el "asunto coagulado", cada vez más mortificante y misterioso, fue a parar a manos del señor galeno, José Antonio León, quien, tras intentar desmenuzar una de las porciones, se encogió igualmente de hombros, apuntando tan sólo que "allí aparecían ciertas sustancias grasas". La cosa, como es fácil de intuir, iba complicándose por momentos.
Y la noticia, en fin, trascendió las fronteras de la, hasta ese día, sosegada población y, como es lógico, la Guardia Civil tuvo que tomar cartas en el lance. A las ocho de la noche de ese mismo día, la Benemérita se presentaba en el domicilio de Manuel Espada levantando el correspondiente y obligado atestado sobre el "asunto coagulado".
Pero los trozos seguían mermando -dos de ellos terminarían por fundirse en uno solo- y por consejo del teniente coronel-jefe de la Comandancia de Zamora capital, Ángel Bajo Montero, Manuel Espada se puso a la búsqueda de un frasco hermético en el que depositar y proteger los enigmáticos restos llegados del cielo. Y como suele ocurrir en todos los sucesos de cierta importancia, no hubo forma de encontrar un solo frasco...
El caso es que a eso de las once y media de la noche, la Guardia Civil regresaba a la vivienda de Espada, con un farmacéutico y varios tarros. Mas, ¡oh frívola fortuna!: los frascos eran pequeños. Y los trozos siguieron perdiendo volumen, amenazando con desaparecer. Benemérita, farmacéutico y vecinos hallaron al fin la solución. Después de no pocas idas y venidas, el "asunto coagulado" quedó medianamente a salvo, merced a unas bolsas esterilizadas. Y allí fueron introducidas las enigmáticas porciones, arropadas con abundantes cubitos de hielo.
Al día siguiente, por indicación del mando de la Guardia Civil, el "cuerpo del delito" fue trasladado a Zamora.
Esa noche, la verdad sea dicha, no fue todo lo sosegada que hubiera sido de desear. Medio pueblo durmió inquieto y, el resto, atemorizado ante la posibilidad de que el dichoso "asunto coagulado", como había insinuado el farmacéutico, pudiera encerrar algún tipo de radiactividad. Aquel comentario, mientras guardaban los trozos en las bolsas, había sembrado el nerviosismo entre los numerosos paisanos que, curiosos, no hicieron ascos al "hielo", manoseándolo e, incluso, en un atrevimiento suicida, lanzándole algún que otro lengüetazo. En realidad, al menos en el aspecto preventivo, al boticario no le faltaba la razón. Hasta esos momentos, nadie podía dar fe de la verdadera naturaleza del "asunto coagulado" llegado de los cielos.
Y el "cuerpo del delito", como decía, fue trasladado a la capital y allí permaneció, en una segunda cámara frigorífica, en la sede de la Comandancia, a la espera de un experto de la vecina Universidad de Salamanca. Pero el "peregrinaje" del "hielo celestial" no había concluido. La curiosidad se apoderó también de las esferas oficiales y las cada vez más exhaustas "bolas" terminaron en la presencia del gobernador civil de la provincia. La máxima autoridad, en compañía de la Benemérita, examinó el "asunto coagulado" con el mismo interés y resultados que los vecinos, cura, médico, farmacéutico y Guardia Civil de Faramontanos de Tábara. Es decir, con un significativo encogimiento de hombros.»
[El extracto pertenece a la edición de Editorial Planeta. ISBN: 84-08-00046-2.]
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