lunes, 2 de abril de 2018

Donde empieza el desierto.- Michael Roes (1960)


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Ilustración
Asyr, 2 de mayo

«Epílogo. Cuando Frère Jacque se dispone a imitarnos y cargar en el mulo su modesto hatillo, procedente sobre todo del legado de Schlichter, 'Ajib le grita con tal brusquedad que hace honor a su padrino el camello mordedor: Que ese negro mantenga sus negras manos lejos de su noble asno y cargue él mismo con su molesto equipaje. Ya es bastante abuso para el orgulloso animal de las cabilas tener que llevar la carga de infieles, pero hacerlo siervo de un esclavo es demasiada sumisión.
 Sorprendido, mudo en un sentido incomparablemente más hondo e integral de lo que le dejó la arrancada lengua, Jacque soporta esa granizada de duras palabras. 'Ajib va a proseguir ya, precediéndonos, su camino y el de su en tal forma elevado animal, cuando De la Motte toma el hato de las manos de nuestro mudo amigo y lo ata a lomos del alto animal con la mayor contención. Luego, con la misma serenidad, se vuelve hacia el mulero, me hace una seña para que me acerque y traduzca fielmente, y dice:
 -Si él fuera la mitad de noble e inteligente que su mulo, exigiría satisfacción por la ofensa hecha a mi compañero y hermano. Pero como estoy inclinado a disculpar su bajeza y necedad por su falta de educación, le daré la lección que no le dieron. Así que escuche él, que se cree junto con su asno por encima de otros hombres: porque lo que nos hace hombres, nuestra naturaleza humana, es común por definición a todos los humanos, todos los hombres han de ser respetados en igual medida y han de ser tratados como iguales. No son las diferencias de raza, condición, poder o riqueza, sino únicamente los méritos personales, los que justifican preferir a un hombre sobre otro. Así que, que repita conmigo: Todos los hombres son iguales.
 'Ajib: ¿Quién ha oído jamás semejante absurdo? Cuando ni siquiera un asno, ni siquiera un pollo, es igual a otro, ¡cómo van a ser todos los hombres iguales!
 De la Motte: ¿No se lo acabo de explicar, necio? No en su aspecto, en su esencia son iguales los hombres.
 'Ajib: Más se parecen, a pesar de todas las diferencias de color y figura, en su aspecto que en su esencia. No, Said, me enseñáis cosas poco sensatas.
 De la Motte: Si él sigue retorciendo mis palabras, yo sabré enderezárselas. Reciba este sablazo por contradecirme. Ahora, que repita conmigo: Todos los hombres son iguales.
 'Ajib: Si me ahorra nuevos golpes, esa frase insensata ya tiene un sentido. Sea: Todos los hombres son iguales.
 De la Motte: ¡Más alto, rufián!
 'Ajib: ¡Todos los hombres son iguales!
 De la Motte: Esa igualdad natural contradice la esclavitud de un hombre bajo la voluntad de otro. Cada hombre tiene derecho a disponer libremente de su persona en la forma que a su juicio mejor promueva su felicidad, con la única limitación de no violar el mismo derecho de otro. Así que, repita conmigo: ¡Todos los hombres son iguales!
 'Ajib: Si lo que queréis de mí es un testimonio contra la omnipotencia de Dios, callaré de ahora en adelante.
 De la Motte: Que calle sólo acerca de su Dios. Yo hablo de los hombres que se creen dioses y se creen facultados para imponer su voluntad a hombres no menores que ellos. Así que, que preste atención y repita conmigo: Todos los hombres son libres.
 'Ajib: Si me sirve para mi propia liberación de vuestras clases, lo creeré: Todos los hombres son libres.
 De la Motte: ¡Más alto, individuo!
 'Ajib: ¡Todos los hombres son libres!
 De la Motte: Tampoco los occidentales se han librado del dominio de un hombre sobre otro, también ellos participan en el despreciable comercio de esclavos y justifican su repugnante acción con la absurda afirmación de que al perder su libertad los esclavizados hallarían al menos la salvación de su alma. Sea lo que sea la salvación de nuestra alma, sin duda lo que salva este comercio indigno es al propietario de plantaciones de tabaco y caña de azúcar de la falta de mano de obra barata. Así que, que repita conmigo: El negro es blanco, el blanco es negro. Todos los hombres son hermanos.
 'Ajib: Dejad el sable en su funda, Said. Pero decidme, ¿no sería lo próximo que se desprendería de esta lección, en contra de todo lo que afirma la experiencia, que los hombres son mujeres y las mujeres hombres? ¿Qué la guerra es paz y la paz guerra?
 De la Motte: ¡Que calle este truhán! Si pretende reírse de los sagrados principios de toda civilización, a ésta le quedará para su defensa un instructivo retorno a la barbarie. Aquí, que lea la declaración de mi sable, al parecer la única que entiende, y que repita conmigo: ¡El negro es blanco!
 'Ajib: El negro es blanco.
 De la Motte: ¡Más alto, truhán, que nuestro amigo negro lo oiga de tu boca!
 'Ajib: ¡El negro es blanco!
 De la Motte: ¡El blanco es negro!
 'Ajib: ¡El blanco es negro!
 De la Motte: ¡Todos los hombres son hermanos!
 'Ajib: ¡Todos los hombres son hermanos!
 
Asyr, 5 de mayo.  En el oasis, el mulero nos permite refrescarnos y tomar un baño. Él vigilará nuestro equipaje y nuestras ropas. Incluso sin su permiso, nada nos hubiera impedido tomarnos un descanso prolongado. Nos escurrimos fuera de nuestras polvorientas ropas, de forma que a los ojos de un musulmán creyente hemos de parecer desvergonzados, aunque por el momento somos los únicos visitantes del oasis.
 Pero apenas volvemos de nuestra primera inmersión en el salobre bebedero de camellos a la superficie del mismo, vemos a nuestro celoso guía salir corriendo con nuestra ropa, nuestro equipaje y su obediente mulo. Incluso ha recogido cuidadosamente las sandalias y las ha cargado en su paciente animal, de tal modo que una persecución con los pies desnudos sobre la ardiente y cortante roca del sendero montañoso no nos llevaría muy lejos.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Planeta DeAgostini, 2001, en traducción de Carlos Fortea. ISBN: 84-395-8991-3.]

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