miércoles, 4 de abril de 2018

El patrañuelo.- Juan de Timoneda (1490-1583)


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Patraña octava

«Un Rey, por ser muy agudo / y tenerse por hermoso,
vido que un truhán giboso / lo acentaba por cornudo.

 Acrio, Rey de Polonia, vivía muy alegre y regocijado y contento, por haber casado con la hermosa Infanta Olimpa, y mucho más de verse dotado de hermosura y disposición cuanto posible fuese, que a su parescer no había hombre que con él se igualase; tanto, que alabándose dello un día delante de Redulfo, romano, muy familiar criado suyo, le respondió: "En hermosura, crea Vuestra Alteza que tengo yo un hermano, que se llama Octavio, que se podría igualar con él, y aún podría ser que le aventajase en algo."
 Al nescio del Rey, crecióle tanto el apetito y deseo de velle, que le rogó a Redulfo, dándole dineros y joyas, que le trajesse a su corte a Octavio.
 Redulfo, excusándose que su hermano era mancebo y recién casado con Madama Brasilda, mujer romana, hermosa y agraciada en extremo grado, igual en gentileza con su marido y que tenía por imposible que dejase a Roma ni se apartase un solo momento de su mujer, tanto querida.
 En esto dijo el Rey: "Según los intervalos que tú me pones, no puedo conjecturar sino que me mientes o me lo has dicho por burlarte de mí." "Antes no, ni Dios quiera ni mande -respondió Redulfo- sino que, vista la presente, partiré por cumplir tu mandamiento y lo traeré delante tu real presencia, haciendo toda mi posibilidad."
 Partido Redulfo y allegado a Roma, fue muy alegremente rescebido de su hermano Octavio y su cuñada Brasilda. A cabo de algunos días, declarando a su hermano la causa de su venida, tómolo tan contra su voluntad que no sabía qué remedio se escogiese, en especial cuando pensaba decillo a su mujer, que tanto mostraba querelle. En fin, viendo la importunidad de su hermano y que no podía hacer otra cosa, sino irse con él, un día, estando los tres juntos en mesa con mucho regocijo, después de comer, por sus rodeos y gentil estilo, lo dijo el marido a su mujer, la cual, en oillo, empezó a hacer grandísimos extremos, y como medio desmayada, diciendo: "¡Ay, marido mío, y señor y descanso mío! ¿Y quién podrá vivir sin vuestra amorosa presencia un solo punto?" Él, consolándola lo mejor que pudo, le prometió que antes de dos meses sería de vuelta, y que por tanto se dejase de hacer más extremos ni fatigarse.
 Aderezados los dos hermanos de ropas y caballos y escuderos, según a sus estados convenía, yéndose acostar la víspera de la partida Octavio y su mujer, se quitó ella del cuello un riquísimo joyel con una cruz de piedras preciosas, el cual había tocado en las más reliquias de Roma, y dióselo a su marido, con todo aquel encarescimiento que las mujeres suelen hacer, para que lo trujese consigo en señal de amor, porque se acordase della adonde quiera que estuviese, y fuese guardado de algunos peligros.
 Agradesciéndoselo mucho tomóle Octavio y púsole a su cabecera debajo de la almohada para poderle tomar en la mañana, al punto que se levantase de la cama.
 Acostados, su mujer, por jamás en toda la noche durmió, metida en sus brazos, a veces llorando, a veces se maldiciendo, y muchas desmayando. Levantados Octavio y Redulfo antes que amanesciese, ensillados y enfrenados sus caballos, y estando a punto de caminar, al despedirse no había quien a Brasilda la apartase de su marido ni la consolase, tan grandes eran los llantos que hacía. En fin, que despedidos y ella vuelta a acostarse a su cama, aún no había caminado Octavio media legua, cuando le vino a la memoria que debajo del almohada había dejado la cruz que su mujer con tanta eficacia le dio. Determinando él solo en persona volver por ella, dijo a su hermano que no dejase de seguir su camino paso a paso, hasta en tanto que volvía a su posada por cierto joyel que se había olvidado.
 Pues como descabalgase en el patín de su casa y entrase muy de quedo en la cámara por respecto que si dormía su mujer no la despertase, alzando la cortina vio lo que nunca pensara ni creyera, y es que vido estar abrazada su mujer Brasilda, durmiendo con un siervo, el más ínfimo y tonto de su casa. Suspenso estuvo de ver semejante caso y por dos o tres veces vacilando si con su espada daría fin a sus vidas, pero el amor de Brasilda le convenció, que no hizo sino bonitamente tomar su joyel, que estaba debajo del almohada, y salirse de la cámara y sin ser sentido de nadie volvió a cabalgar y proseguir su camino, que en breve tiempo alcanzó a su hermano.
 Yendo los dos juntos, veía Redulfo a Octavio, su hermano, caminar tan suspenso y decaído, tan mudado de color y a poco a poco la cara que antes tenía tan desfigurada, que no podía comprehender ni sacar rastro dél qué era lo que le había acontescido. De otra parte, hallábase confuso de ver cuán mentiroso saldría de lo que al Rey Acrio había encarescido y alabado, por lo cual, siendo cerca de la Corte, determinó de escribir al Rey, diciéndole que por causa que su hermano venía cansado y medio muerto del camino, que no procurase de velle por entonces, sino que le suplicaba le proveyese de dalle algún alegre aposento en que pudiese algunos días descansar y festejalle.
 El Rey, regocijado con la venida de Octavio, mandó que le aposentasen en su palacio en un alegre y espacioso aposento, adonde el hermano no dejaba de dalle todos los pasatiempos del mundo, pero a Octavio, el pensamiento de cómo había dejado a su mujer, se los digería en todo pesar y tristeza, no siendo parte los regocijos y fiestas de su hermano para remedialle.
 Estando un día solo Octavio en su aposento, le vino el remedio sin que le buscase, a la mano, y fue que la estancia adonde él habitaba venía a conferir en el íntimo aposento de la Reina, y como sintiese quejas de mujer celosa, mirando por la sala vio en el rincón della, en lo más escuro, una abertura de pared, y acechando por ella, vido cómo la Reina y un enano, medio monstruo, estaban retozando, pasando sus amorosos efectos.
 Atónito y atordido de ver semejante caso, se puso entre sí mismo a considerar, diciendo: "¡Válame Dios! ¿Y esta Reina, teniendo un tan gentil hombre por marido, se viene a someter a una fantasma como ésta?" Desde entonces propuso en su entendimiento que su mujer no era tanto de culpar, pero en el atrevimiento y fealdad en un mismo grado las ponía, pues no se contentaban de hermosos maridos y dotados de bienes de fortuna.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Espasa Calpe, 1973. ISBN: 84-239-3401-2.] 

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