Libro II
3.-La mujer de un abogado acusa al marido de que no le hace el amor
De Glícera a Filina
«En mala hora, Filina, me casé con el sagaz abogado Estrepsíades. Cada vez que llega la hora de irnos a la cama, simula ocuparse de los procesos hasta muy avanzada la noche y se excusa con que tiene que practicar en ese momento los casos que ha instruido: representa su papel moviendo con parsimonia las manos y susurra algunas frases para sí mismo. ¿Por qué se casó, entonces, con una muchacha, para colmo en la flor de la edad, si no necesitaba para nada una mujer? ¿Acaso para hacerme partícipe de sus procesos y por la noche escudriñar con él las leyes? Pero, desde luego, si hace de nuestra habitación la palestra de sus causas, yo, aun estando recién casada, me iré afuera a dormir aparte. Y en el caso de que se embobe con un asunto ajeno y no se ocupe del único caso que tenemos en común, será otro abogado el que instruya mi proceso. ¿Está claro lo que quiero decir? Por supuesto que sí, porque a partir de este resumen puedes deducir lo que se lee entre líneas. Con respecto a eso piensa en algo que me vaya bien -eres una mujer y sin duda simpatizas con el sufrimiento de una mujer-, aunque el pudor me impida ponerte por escrito cuáles son mis verdaderas necesidades, e intenta en lo posible remediar mi angustia. Es tu deber porque eres hermosa, alcahueta y, sobre todo, mi prima hermana: lo mismo que al principio lograste concertar mi matrimonio, ahora también, cuando éste anda revuelto, tienes que enderezarlo. Tengo al lobo por las orejas: ni lo puedo contener por mucho tiempo, ni tampoco estoy libre de peligro si lo suelto, no sea que, picapleitos como es, me denuncie sin tener yo culpa. [...]
11.-Un joven que ama por igual a su esposa y a su amante
De Apológenes a Sosias
Quisiera, si fuera posible, preguntar uno a uno a todos los que saben de amores, si alguno de ellos se ha visto en semejante disyuntiva y ha sucumbido en una misma ocasión a dos amores. Yo me enamoré de una hetera y, para poner fin a ese deseo (al menos, así lo creía), me casé con una mujer casta. Y ahora sigo igual de enamorado de la prostituta y se me ha sumado la pasión por mi esposa. Cuando estoy con una no me puedo olvidar de la otra, porque tengo impresa su imagen en mi alma. Así que me parezco a un timonel atrapado entre dos vientos que, uno de un costado, el otro del opuesto, en torno de la nave traban combate, arrojan la mar hacia el lado contrario y en sentidos opuestos impulsan a la nave, que es una. Mas, ¡ojalá que, al igual que los Amores habitan y conviven en mi alma, así, sin celos, ambas mujeres puedan vivir en mutua compañía! [...]
15.-Una mujer casada y una viuda son amigas y arden en deseos: la una por el esclavo de la viuda; y ésta por el marido de la otra
De Críside a Mírrina
Somos conscientes, querida, de nuestras mutuas pasiones. Tú deseas a mi marido, yo en cambio amo ardientemente a tu sirviente. ¿Qué hacer entonces? ¿Qué buen plan permitiría a cada una satisfacer su propio amor? Le pedí (a Afrodita) -no te quepa duda-, que me sugiriera una idea para remediarlo, y la divinidad me inspiró confidencialmente esta estrategia, que te recomiendo llevar a cabo de esta manera, Mírrina. Simula, simula te digo, que estás irritada y a tu criado, mi señor en amores, haz como si le pegaras y échalo de tu casa, pero, te lo pido por los dioses, ten cuidado y controla el látigo pensando en el deseo que me invade. Entonces, el criado, el hermoso Eucteto, irá seguramente a refugiarse a mi casa, con la amiga de su dueña; y yo, por mi parte, cuanto antes enviaré a tu casa a mi esposo para que interceda ante la dueña en favor del sirviente, y así, con esa rogativa lograré sacarlo de la casa. De esta forma, las dos podremos recibir ya a nuestros amados y, bajo la guía de Eros, nos preocuparemos de aprovechar holgadamente y así de fácil esta oportunidad que se nos brinda. Colma sin prisas tus deseos en la cama, porque así prolongas también mi disfrute de las labores de Afrodita.
Adiós, y déjame ya de llorar por la muerte prematura de tu esposo, ya que tuviste la suerte de encontrar en su lugar a mi marido como amante.
17.-Un adúltero tenaz incluso con una mujer honesta
De Epiménides a Arignote
Tus consejos están llenos de humanidad, señora, y tus palabras no escatiman sensatez. En efecto, tú me decías: "¿Hasta cuándo, jovencito, vas a perseverar sin dejar que pase una sola oportunidad? Tengo marido. No deshonres en balde mi vida. Vete, continúa tu camino antes de que aquél te sorprenda y muera por mi causa un joven como tú". Pero, si éstos son tus consejos, deduzco por lo que me dices que nunca te has enamorado ni has conocido a un amante. Está claro que hablas con la más absoluta inexperiencia. El amante no es discreto, aunque le suponga soportar los insultos; no es cobarde, aunque en ello le vaya la vida; no le importa en absoluto navegar contra viento y marea. Afrodita prefiere recibir este tipo de honra al incienso y los sacrificios. Por tanto, deja de decir eso: es cháchara y pura palabrería. Yo soy un amante imperturbable, sin miedo alguno, y voy a imitar la valentía de los lacedemonios. Entre aquéllos las madres se lo decían a sus hijos, pero lo mío es más hermoso, porque me lo dicta el corazón: "O con ella o sobre ella". Y, te juro por tu hermosura que o alcanzo la dicha de acostarme contigo o la tumba. Y que saquen tres veces seis o tres los dados ahora al caer. Así que no creas tú, que eres la más hermosa de las mujeres, que esta carta es sencillamente cosa sólo de una mano y de una voz, pues te equivocarás: nada más lejos de la verdad. Esta carta es la prueba de un corazón enamorado y, a través de ella, ha denunciado la pasión que lo asalta.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, en traducción de Rafael J. Gallé Cejudo. ISBN: 978-84-249-3613-6.]
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