miércoles, 11 de abril de 2018

Historia de la escritura.- Ignace J. Gelb (1907-1985)


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10.- El futuro de la escritura

«Formulando de nuevo la pregunta hecha al comienzo de este capítulo: ¿progresa la escritura a medida que sufre el curso evolutivo marcado por las etapas logográfica, silábica y alfabética? Mi contestación es absolutamente positiva. Al observar la escritura desde un punto de vista general, diría sin la menor duda que los sistemas alfabéticos sirven al fin de la comunicación humana mejor que los silábicos, lo mismo que éstos lo sirven mejor que los logográficos o que los logosilábicos. Pero esto no justifica la jactancia. Las contradicciones de la ortografía inglesa comparada con los sistemas griego y latino, casi enteramente fonémicos y el anormal desarrollo de las formas de los signos en ciertas escrituras de la India moderna, comparadas con las sencillas formas de las escrituras índicas más antiguas, muestran que en determinados casos la escritura no avanza necesariamente hacia el progreso. Las trabas impuestas por la tradición, la religión y el nacionalismo, obstaculizan con frecuencia el camino del progreso, impidiendo o retrasando reformas que normalmente se hubieran producido en la evolución natural de la escritura.
 Al comparar cualquiera de las escrituras alfabéticas utilizadas por la civilización occidental con el alfabeto griego, ocurre inmediatamente la observación de que, desde el punto de vista interno, estructural, no existe diferencia alguna entre los alfabetos occidentales y el griego. En otras palabras, a pesar de los extraordinarios avances de la civilización occidental en tantos campos del esfuerzo humano, la escritura no ha progresado nada desde la época griega. Piénsese en nuestros modernos medios de comunicación de masas, como la radio, el cine, el telégrafo, el teléfono, la televisión y la prensa y mírese cómo escribimos hoy DADA, los latinos DADA y los griegos ΔΑΔΑ. Compárense las diferencias en los métodos de comunicación de masas entre la época moderna y la griega, por una parte, y la identidad esencial de los alfabetos inglés, latino y griego, por otra. Y no se trata de que nuestra escritura sea tan perfecta que no necesite mejora. Ni que por falta de propuestas de reformas excelentes y prácticas nos aferremos con tanta tenacidad a una forma de escritura anticuada. Bien puede ocurrir que las causas complejas de esta actitud conservadora se encuentren fuera de nuestra comprensión. Aún así, no está de más que nos pongamos al corriente de cómo andan hoy las cosas en este terreno y que especulemos un poco en cuanto a las posibilidades que puedan considerarse o realizarse en el futuro.
 Las propuestas y los intentos para la reforma de la escritura suelen correr paralelos con los que se refieren a la reforma del idioma. Esto es perfectamente lógico, si recordamos cómo ha dependido la escritura de la lengua a través de toda su larga historia.
 El cambio más sencillo de la lengua es el que se produce cuando una lengua nacional se impone a un grupo étnico extranjero. El acadio, el arameo, el árabe, el griego, el latín, el español, el francés, el ruso y el inglés, son algunos de los idiomas que, respaldados por el prestigio cultural o el predominio político, se han impuesto en una u otra época en extensos territorios fuera de sus metrópolis. Al compás de los idiomas ocurrió la imposición de las escrituras nacionales, como lo prueba cumplidamente el extendido uso del sistema cuneiforme en la antigüedad y de las escrituras semítica, griega y latina en épocas posteriores. La actual hegemonía de la civilización occidental se manifiesta en los extendidos intentos, más o menos afortunados, de imponer la escritura latina en el mundo. La aceptación de la escritura latina por los turcos, su extendido uso por los nativos de África y de América, las propuestas de romanización del chino, del japonés, del árabe y del persa, son las mejores manifestaciones de esta tendencia.
 Sin embargo, la aceptación general del alfabeto latino en la edad moderna no ha dado como resultado la unidad. En muchos casos, los signos del alfabeto latino recibieron valores fonéticos notoriamente dispares en diferentes países. Los turcos, por ejemplo, emplean el signo latino c para el sonido j como en el inglés jig, correspondencia insólita en las restantes escrituras occidentales. La infinita homofonía de los signos queda demostrada mediante las grafías del famoso escritor ruso Chejov, en que el sonido inicial puede escribirse como Ch, Tch, C, Tsch, Tsj, Tj, Cz, Cs, ó C; la consonante intermedia como kh, ch,k, h, x ó j; y la final como v, f ó ff, en diversos sistemas mundiales que emplean signos latinos. Durante siglos se ha reconocido la necesidad de reformar el alfabeto latino y se han realizado múltiples intentos para remediar el mal. La mejor propuesta es el alfabeto conocido por la abreviatura IPA (International Phonetic Association), compuesto por símbolos latinos, completados con algunas letras artificiales y unos cuantos signos diacríticos. Este es el sistema de uso general hoy día por los lingüistas. Es tan sencillo y tan práctico que se hace merecedor de una atención mucho mayor de la que se le concede en limitados círculos científicos.
 Las reformas más extendidas han tenido lugar en muchas escrituras nacionales, con el fin de simplificar las grafías y de sistematizar las correspondencias entre signo y sonido. Algunos pueblos, como los finlandeses, han conseguido con bastante fortuna lograr un sistema casi fonémico, mientras otros, como los anglosajones, continúan agobiados por grafías tradicionales. Sin embargo, el futuro de la escritura no se encuentra ya en las reformas de las escrituras nacionales. Como dijo cierta vez Mark Twain, con una ortografía bastante heterodoxa: "The da ma ov koars kum when the publik ma be expektd to get rekonsyled to the bezair asspekt of the Simplified Kombynashuns, but -if I may be allowed the expression- is it worth the wasted time?". ["El día bendrá, klaro es, en ke sea de esperar ke el públiko se abenga al aspekto ekstraño de las kombinaziones simplifikadas, pero si se me permite la expresión -¿vale la pena el tiempo perdido?"]. Es demasiado tarde para predicar el evangelio de la reforma de las ortografías nacionales. Lo que ahora se hace preciso es un sistema de escritura en el que los signos posean correspondencias fonéticas idénticas, o casi idénticas, en todo el mundo. Esta necesidad se satisface con el alfabeto IPA.
 Actitudes nacionalistas y religiosas han ofrecido una encarnizada resistencia a un determinado idioma en particular como  idioma mundial. Los anglosajones han luchado contra el francés, los franceses contra el inglés, los protestantes contra el latín, los rusos contra los otros tres. Incluso idiomas simplificados, como el inglés básico, han tenido un éxito relativamente escaso. Si a esto se añaden las irregularidades y contradicciones de todas las lenguas naturales, se verá el porqué de tantos idiomas artificiales en la época moderna. Entre ellos, el esperanto, el ido, el occidental, la interlingua, el novial y el volapuk, por  lo menos gozaron de cierto éxito en su tiempo. En general, sin embargo, observaremos que el propósito de crear un idioma universal ha tenido tan sólo como resultado la adición de nuevas lenguas a nuestra confusa Torre de Babel. También en el terreno de la escritura se han hecho propuestas para sustituir los sistemas nacionales por nuevas formas. [...]
 Por esto, desde la época clásica, se ha intentado crear nuevas formas de escritura en las que los signos individuales estuviesen elegidos y combinados de tal manera que hicieran posible el mayor ahorro de tiempo y de espacio. Este es el moderno sistema conocido diversamente como estenografía o "escritura estrecha", braquigrafía o "escritura breve" y taquigrafía o "escritura rápida". De todas las reformas de la escritura, la taquigrafía ha sido la que ha obtenido mayor éxito. [...]
 Una concepción totalmente diferente de la simbolización de los sonidos se encuentra en el "lenguaje visible" de Bell y en la "notación analfabética" de Jespersen. El enfoque se basa en el supuesto de que todos los sonidos tienen dos aspectos: orgánico (o articulatorio) y acústico.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, en traducción de Alberto Adell. ISBN: 84-206-2155-2.]
 

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