jueves, 26 de abril de 2018

Las mocedades del Cid.- Guillén de Castro (1569-1631)


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Acto segundo

«Jimena: Y dejadme sola  adonde / ni aun quejas puedan salir.
(Vanse Peransules y los demás que salieron acompañando a Jimena.)
Elvira, sólo contigo / quiero descansar un poco.
(Siéntase en una almohada.)
Mi mal toco / con toda el alma; Rodrigo
mató a mi padre.
 Rodrigo: (Aparte.) ¡Estoy loco!
 Jimena: ¿Qué sentiré, si es verdad...
 Elvira: Di, descansa.
 Jimena: ...¡ay, afligida!
que la mitad de mi vida / ha muerto la otra mitad?
 Elvira: ¿No es posible consolarte?
 Jimena: ¿Qué consuelo he de tomar, / si al vengar
 de mi vida la una parte, sin las dos he de quedar?
 Elvira: ¿Siempre quieres a Rodrigo? / Que mató a tu padre mira.
 Jimena: Sí, y aun preso, ¡ay Elvira!, / es mi adorado enemigo.
 Elvira: ¿Piensas perseguille?
 Jimena: Sí, / que es de mi padre el decoro;
y así lloro / el buscar lo que perdí,
persiguiendo lo que adoro.
 Elvira: Pues, ¿cómo harás -no lo entiendo- / estimando el matador
y el muerto?
 Jimena: Tengo valor, / y habré de matar muriendo.
Seguiréle hasta vengarme.
(Sale Rodrigo y arrodíllase delante de Jimena.)
 Rodrigo: Mejor es que mi amor firme, / con rendirme,
te dé el gusto de matarme / sin la pena de seguirme.
 Jimena: ¿Qué has emprendido ¿Qué has hecho? / ¿Eres sombra? ¿Eres visión?
 Rodrigo: ¡Pasa el mismo corazón / que pienso que está en tu pecho!
 Jimena: ¡Jesús!... ¡Rodrigo! ¿Rodrigo / en mi casa?
 Rodrigo: Escucha...
 Jimena: ¡Muero!...
 Rodrigo: Sólo quiero / que oyendo lo que digo
respondas con este acero. (Dale su daga.)
Tu padre el Conde, Lozano / en el nombre y en el brío,
puso en las canas del mío / la atrevida injusta mano;
y aunque me vi sin honor, / se mal logró mi esperanza
en tal mudanza, / con tal fuerza, que tu amor
puso en duda mi venganza. / Mas en tan gran desventura
lucharon a mi despecho, / contrapuestos en mi pecho,
mi afrenta con tu hermosura; / y tú, señora, vencieras,
a no haber imaginado, / que afrentado,
por infame aborrecieras / quien quisiste por honrado.
Con este buen pensamiento, / tan hijo de tus hazañas,
de tu padre en las entrañas / entró mi estoque sangriento.
Cobré mi perdido honor; / mas luego a tu amor, rendido
he venido / porque no llames rigor
lo que obligación ha sido, / donde disculpada veas
con mi pena mi mudanza, / y donde tomes venganza,
si es que venganza deseas. Toma, y porque a entrambos cuadre
un valor, y un albedrío, / haz con brío
la venganza de tu padre / como hice la del mío.
 Jimena: Rodrigo, Rodrigo, ¡ay triste! / yo confieso, aunque la sienta,
que en dar venganza a tu afrenta / como caballero hiciste.
No te doy la culpa a ti / de que desdichada soy;
y tal estoy, / que habré de emplear en mí
la muerte que no te doy. / Sólo te culpo, agraviada,
el ver que a mis ojos vienes / a tiempo que aún fresca tienes
mi sangre en mano y espada. / Pero no a mi amor, rendido,
sino a ofenderme has llegado, / confiado
de no ser aborrecido / por lo que fuiste adorado.
Mas, ¡vete, vete, Rodrigo! / Disculpará mi decoro
con quien piensa que te adoro, / el saber que te persigo.
Justo fuera sin oírte / que la muerte hiciera darte,
mas soy parte / para sólo perseguirte,
¡pero no para matarte! / ¡Vete!... Y mira a la salida
no te vean, si es razón / no quitarme la opinión
quien me ha quitado la vida.
 Rodrigo: Logra mi justa esperanza. /¡Mátame!
 Jimena: ¡Déjame!»

 [El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1994. ISBN: 84-402-1619-X.]

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