Parte segunda (Fundamentación): La conciencia anticipadora
11.-El hombre como un ser de impulsos de bastante amplitud
El cuerpo individual
«El impulso ha de tener a alguien detrás de sí. ¿Quién es, empero, el incitado que busca? ¿Quién se mueve en el movimiento vivo, quién impulsa en el animal, quién desea en el hombre? Aquí no se explica todo por referencia al yo, ya que hay impulsos que se "apoderan" de nosotros. Ello no significa, sin embargo, de otro lado, que no hay un ser individual, concluso en sí, que sea soporte de los impulsos, que los perciba y que anule con su satisfacción sensaciones de desagrado. Sólo que este ser es, por de pronto, el cuerpo individual vivo; los impulsos no flotan en el vacío, sino que los tiene este cuerpo individual movido por excitaciones y lleno de incitaciones. Y cuando el animal come, lo que queda satisfecho es su cuerpo y nada más.
[...]
No hay impulso sin un cuerpo antes
[...] Es posible, por eso decir: no es la joven la que por desengaños amorosos se tira al agua, sino los desengaños amorosos los que se tiran al agua con la joven. Pero, sin embargo, pese a esta apariencia a-subjetiva nada en el cuerpo permite a los impulsos convertirse en sus propios soportes. El pájaro construye su nido, la golondrina encuentra su nido del año pasado; pero aun cuando en todos estos enigmáticos procesos no labora un yo, no por ello puede decirse que lo que labora es un impulso independiente que, por así decirlo, fuera posible sin un cuerpo. También el impulso instintivo tiene su lugar en la organización del cuerpo individual, y sólo se pone en función en tanto que pertenece a éste, en tanto que el cuerpo actúa en su propio sentido, huyendo de lo que le perjudica y buscando lo que le conserva. [...]
La pasión cambiante
El hombre, muy especialmente, lleva muchos impulsos en sí. Porque el hombre no sólo conserva la mayoría de los impulsos animales, sino que crea nuevos, es decir, que no sólo su cuerpo, sino también su yo, es susceptible a los afectos. El hombre consciente es el animal más difícil de satisfacer. En la satisfacción de sus necesidades es el animal de los rodeos. Si le falta lo necesario para la vida, siente su carencia como ningún otro ser y ante él surgen las visiones del hambre. Si tiene lo necesario, la satisfacción va acompañada de nuevas apetencias que, aunque de otra manera, le atormentan tanto como la carencia absoluta anterior. Los ricos y los hartos -aunque no sólo ellos- padecen del extraño aguijón del no-sé-qué; el lujo, en especial que parece satisfacer todo, es un acicate insaciable. Jerjes prometió un premio al que le inventara un nuevo placer; no se trataba sólo del hastío, sino de un impulso desconocido, de un alarido en su dirección, que tenía que ser aplacado. En el curso de la historia, sobre todo, con sus formas cambiantes y sus modos crecientes de satisfacer las necesidades, apenas si hay un impulso que siga igual y no hay ninguno que se nos presente con contornos definitivos. Con los nuevos objetos surgen afanes y pasiones de direcciones distintas, de las cuales, todavía ayer, nadie ha sabido nada. El impulso de la ganancia, un impulso, por lo demás, adquirido, se ha extendido de una manera, desconocida todavía para el precapitalismo; incluso la libido sexual resulta interceptada por él. Relativamente nuevo es el impulso del "récord" en la sociedad capitalista tardía y, sobre todo, el vacuo afán técnico de velocidades cada vez mayores; un afán, este último, resultado de los vehículos motorizados. El capital monopolístico tiene, sobre todo, que intensificar el impulso abstracto del récord como un acicate ya que sólo así puede exprimirse de los obreros el provecho máximo. ¡Y cuán vertiginosamente nuevo es, a su vez, el impulso fascista de la muerte, comparado, p. ej., con el impulso sentimental de la época de Werther, o del crepúsculo romántico! ¡Qué otro cometido social le impele, le da dirección y sentido! Su premio consiste, en parte, en la muerte en las batallas de la guerra imperialista y, en parte, en el callejón sin salida de la existencia burguesa como totalidad. El impulso religioso retrocede, en cambio -si es que puede llamarse así ese algo revestido de una superestructura-, el ímpetu hacia lo alto, el eros hacia lo inmutable. Y allí donde es excitado de manera degenerada, o mentida, como, por ejemplo, en las distintas seducciones fascistas, el ímpetu anterior apenas sí sigue siendo un ímpetu sino que se hunde más bien en la tierra, en la "sangre y la tierra". En resumen: es evidente que el hombre es un ser de impulsos tan cambiante como amplio, una suma de deseos cambiantes y, en su mayoría, mal ordenados.Y es muy difícil precisar un impulso permanente, un único impulso fundamental, siempre que no se le independice y, por tanto, se le sitúe en el vacío. El impulso principal no se hace visible ni siquiera en personas de la misma época y de la misma clase, ni desmontándolas, al estilo psicoanalítico, como si se tratara de la máquina de un reloj. Es seguro que hay muchos impulsos fundamentales; unas veces se nos muestra el uno, otras veces el otro, en ocasiones actúan conjuntamente, como vientos encontrados sobre un barco y ni siquiera se asemejan entre sí. El axioma de que el hombre trata de alcanzar su felicidad es, desde luego, muy viejo y lleva más verdad que la de que el hombre es un eterno animal de presa. Pero en cuanto uno se pregunta en qué consiste esta felicidad y para qué, comienzan en seguida los interrogantes y las sutilidades. Sería, en efecto, harto extraño que en la historia de las clases, allí donde surgen de continuo nuevas ideas de objetivos para el afán, precisamente el movimiento teleológico de los impulsos tuviera lugar en un solo sentido y de modo fijo y concluso.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Editorial Aguilar, en versión de Felipe González Vicén. ISBN: 84-03-51013-6.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: