Tercer acto
Escena XII
Dorante, Araminte
«Araminte: ¡Ah! Venga, Dorante, cada uno tiene sus penas.
Dorante: ¡Lo he perdido todo! Tenía un retrato y ya no lo tengo.
Araminte: ¿De qué os sirve tenerlo?, sabéis pintar.
Dorante: En mucho tiempo no podré resarcirme; además, ¡éste me era muy querido! Estuvo entre vuestras manos, Señora.
Araminte: Pero no sois sensato.
Dorante: ¡Ah! Señora, voy a estar alejado de vos. Bastante vengada estaréis; no añadáis más a mi dolor.
Araminte: ¡Daros mi retrato! ¿Pensáis que eso sería confesar que os amo?
Dorante: ¡Que me amáis, Señora! ¡Qué idea! ¿Quién podría imaginárselo?
Araminte: (con un tono vivo e ingenuo.) Y sin embargo esto es lo que me sucede.
Dorante: (tirándose a sus rodillas.) ¡Me muero!
Araminte: Ya no sé dónde estoy. Moderad vuestra alegría; levantaos, Dorante.
Dorante: (se levanta, y dice tiernamente.) No la merezco. Esta alegría me transporta. No la merezco, Señora. Vais a quitármela; pero no importa, es necesario que os instruya.
Araminte: (extrañada.) ¡Cómo! ¿Qué queréis decir?
Dorante: De todo lo que ha pasado en vuestra casa, sólo es cierta mi pasión, que es infinita, y el retrato que he hecho. Todos los incidentes que han sucedido parten de la habilidad de un criado que sabía de mi amor, que se compadece de mí, y que por el encanto de la esperanza, del placer de veros, me ha, por así decirlo, forzado a que consintiera su estrategia; me quería hacer valer ante vos. Esto es, Señora, lo que mi respeto, mi amor y mi carácter no me permiten esconderos. Preferiría lamentar perder vuestra ternura que debérsela al artificio que me la ha proporcionado. Prefiero vuestro odio que los remordimientos de haber engañado a lo que adoro.
Araminte: (mirándole un tiempo sin hablar.) Si hubiera sabio esto por otro que no fuerais vos, sin duda os odiaría; pero la confesión que me habéis hecho, en un momento como éste, lo cambia todo. Este rasgo de sinceridad me encanta, me parece increíble, sois el hombre más honesto del mundo. Después de todo, puesto que me amáis verdaderamente, lo que habéis hecho para ganar mi corazón no es censurable; es lícito que un amante busque los medios para gustar y debemos perdonarle cuando lo consigue.
Dorante: ¡Qué! ¡La encantadora Araminte se digna en justificarme!
Araminte: Aquí viene el Conde con mi madre, no digáis ni una palabra y dejadme hablar.
Escena XIII
Dorante, Araminte, El Conde, Señora Argante, Dubois, Arlequín
Señora Argante: (viendo a Dorante.) ¡Qué! ¡Todavía estáis aquí!
Araminte: (fríamente.) Sí, madre. (Al Conde.) Señor Conde, sobre el tema de la boda entre vos y yo, no hay que pensarlo más; merecéis que os amen; mi corazón no está en estado de haceros justicia, y no tengo el rango que os conviene.
Señora Argante: ¡Qué es esto! ¿Qué significa este discurso?
El Conde: Os entiendo, Señora, y sin habérselo dicho a la Señora (señalando a la Señora Argante) pensaba retirarme. Lo he adivinado todo; Dorante ha venido a vuestra casa porque os amaba; os gustó; queréis darle su fortuna; eso es todo lo que ibais a decir.
Araminte: No tengo nada que añadir.
Señora Argante: (Indignada.) ¡La fortuna a este hombre!
El Conde: Sólo queda nuestra discusión, que zanjaremos amistosamente; dije que no pleitearía y mantengo mi palabra.
Araminte: Sois muy generoso; enviadme a alguien que lo decida, y bastará con eso.
Señora Argante: ¡Ah! ¡Qué hermoso final! ¡Ah! ¡Este maldito intendente! Que sea vuestro marido cuanto queráis, pero jamás será mi yerno.
Araminte: Dejemos que se le pase la cólera y acabemos. (Ellos salen.)
Dubois: ¡Uf, la gloria me colma! ¡Cuánto merecería llamar a esta mujer mi suegra!
Arlequín: ¡Pardiez! ¡Anda, que nos preocupa ahora tu cuadro! El original nos proporcionará otras muchas copias.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Cátedra, en traducción de Natalia Menéndez. ISBN: 84-376-2204-2.]
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