miércoles, 17 de enero de 2018

Moisés. El profeta fundador.- Gerald Messadié (1931)


Resultado de imagen de gerald messadie  
I.- El éxodo.
 5.- La levadura

«-En su omnisciencia, el Señor condujo el ejército del faraón hasta el mar de las Cañas y entonces, por su voluntad, las aguas que os habían dejado pasar se cerraron sobre los carros y los soldados de Ramsés -levantó los brazos y los ojos al cielo-. ¿Quién puede compararse a ti, Señor de todos los dioses? ¿Quién puede compararse a ti en tu majestuoso poder? Tu amor ha conducido a tu pueblo a través de los peligros, tu fuerza ha hecho que se hundieran los carros de los enemigos de tu pueblo como plomo fundido.
 Escuchaban, atónitos.
 -¿Sentís ahora la fuerza del Señor?
 -¡Sentimos la fuerza del Señor!
 Percibía claramente las voces de Mishael, de Josué, de Aarón en primera fila, y las de miles de hombres y mujeres tras ellos.
 -¡No, no hacéis más que adivinarla! Pues aunque cada uno de vosotros viviera tantos años como granos de arena hay en el desierto, sólo podría ver una ínfima parte. Porque el poder de vuestro Señor es infinito. ¿Comprendéis que el Señor es vuestro Dios y que es el Dios único?
 -¡Comprendemos que el Señor es nuestro Dios y nuestro Dios único! -repitieron.
 -Quiero oíros decir a todos que el Señor os protege.
 -¡El Señor nos protege! -clamaron.
 Nunca tantas voces habían sido un eco de la suya: la montaña resonó.
 -Pero el Señor se ha indignado ante vuestra ingratitud -prosiguió Mosis-. Se manifestó a mí para anunciaros su intención de liberaros. Os ha prodigado desde hace semanas las pruebas de su bondad, de su protección y de su poder, y unas horas después de haber cruzado el mar de las Cañas bajo su protección, habéis comenzado a quejaros. ¿Es éste el comportamiento de unos hijos agradecidos?
 Un pesado silencio acogió la pregunta.
 -¡Lo lamentamos! -clamaron unas voces en primera fila y fueron también las de Aarón, Josué y Mishael.
 Se volvieron e invitaron, con el gesto, al resto de la muchedumbre a seguir su ejemplo. A Mosis le pareció que tenían cómplices diseminados entre la multitud, jóvenes como ellos que levantaron enérgicamente el brazo. Otras protestas se elevaron entonces, tímidas al principio, más resueltas luego.
 -El Señor ha designado como vuestro país futuro la tierra de Canaán -prosiguió Mosis-. Es una tierra fértil. Pero el Señor, que es vuestro jefe, quiere que os comportéis como soldados dignos de él, y no como ganado cebado en tierras de Egipto para los mataderos de Ramsés. El viaje será largo, será difícil. Incluirá privaciones.  ¿Ofenderéis al Señor con otras recriminaciones? ¿Provocaréis una vez más la cólera de vuestro único Dueño?
 -¡No! ¡No!
 Fue, como la vez precedente, una respuesta sin vigor al principio, y algo más convencida luego, cuando fue agitada por algunos cabecillas.
 -¿Cuándo encontraremos agua? -preguntó con vehemencia una voz de mujer; y Mosis reconoció la de la mujer de Aarón, Elisheba.
 Aarón y otros intentaron hacerla callar, pero ella se debatió colérica.
 -¡Tengo derecho a preguntar cuándo vamos a encontrar agua! ¿Sois unos hipócritas? ¡Estáis tan impacientes como yo por saberlo! Puesto que Mosis conoce lo que el Señor desea, que nos diga cuándo vamos a encontrar agua.
 Levantó hacia Mosis un rostro congestionado.
 -¿Así te diriges al Señor, mujer? -respondió Mosis.  
 -No me dirijo al Señor, me dirijo a ti, Mosis, puesto que afirmas ser el mensajero del Señor, pues ciertamente no eres mi Señor. ¿Cuándo encontraremos agua?
 -Mujer, mereces que el Señor te haga morir de sed -repuso Mosis haciendo un esfuerzo para contenerse-. Pero el Señor no va a reservarte una suerte particular. No permitirá que uno solo de vosotros perezca de sed, ni tampoco tú, mujer de poca fe.
 -¡Sigue sin responder! -gritó ella-. ¡No lo sabe!
 Finalmente, Aarón la arrastró lejos de la multitud y el ruido de su pelea fue ahogado por los reproches de la muchedumbre.
 -¿Acaso he hablado para nada? -gritó entonces Mosis dando libre curso a su cólera-. ¿Queréis que os abandone? ¿Estáis cansados de mí? ¿No tiene mi palabra, para vosotros, peso alguno? ¿Queréis que os abandone en el desierto? ¿Queréis que os abandone a la cólera del Señor? Pues, cuando me haya marchado, no encontraréis ni un solo intermediario para dirigiros al Dios de vuestros antepasados.
 Un movimiento recorrió la muchedumbre y los jefes avanzaron hacia la roca, seguidos por una masa de jóvenes y algunas mujeres.
 -¡No, Mosis, no! ¡Eres nuestro jefe! ¡No escuches a esa mujer! ¿Vas a condenarnos por la insolencia de una mujer insensata?
 Y dos o tres de los jefes subieron a la roca; tomaron a Mosis de la mano, del hombro y multiplicaron las palabras apaciguadoras. Josué y luego Mishael se unieron a ellos.
 -Mosis -dijo Josué tomando su mano-, aunque sólo sea por mí, te lo suplico, calma tu cólera.
 -Bien -dijo Mosis-. Pongámonos en camino.»

 [El extracto pertenece a la edición en español de la edición de Planeta DeAgostini, 2001, en traducción de Manuel Serrat. ISBN: 84-395-9034-2.]
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: