Dura cosa es que todo el mayor daño
«I.- Dura cosa es que todo el mayor daño y el mayor duelo que yo jamás tuviera, ¡ay de mí!, y aquello que siempre debo lamentar llorando, tenga que decirlo y divulgarlo cantando, porque aquél que era cabeza y padre de valor, el poderoso valiente Ricardo, rey de los ingleses, ha muerto. ¡Ay, Dios, qué pérdida y qué daño! ¡Qué palabra tan extraña y cuán áspera de oír! Bien duro tiene el corazón todo aquel que puede soportarlo.
II.- Ha muerto el rey, y han transcurrido mil años sin que existiera ni nadie viera hombre tan noble, ni jamás habrá ninguno que se le parezca: tan generoso, tan noble, tan aguerrido, tan dadivoso. Porque Alejandro, el rey que venció a Darío, no creo que diese ni que gastase tanto, ni que tanto valiesen Carlos ni Artús, pues, a decir verdad, en todo el mundo se hizo temer de los unos y alabar de los otros.
III.- Me admira cómo en este falso mundo engañador puede existir hombre sabio y cortés, pues ya de nada valen hermosas palabras ni acciones meritorias. Así pues, ¿por qué uno se afana poco ni mucho? Muerte nos ha mostrado ahora qué puede hacer, pues de un solo golpe ha arrebatado al mejor del mundo, todo el honor, todos los gozos, todos los bienes; y pues vemos que nada puede escaparse de ella, deberíamos temer menos el morir.
IV.-¡Ay, valiente señor rey! ¿Y qué será, de hoy en adelante, de las armas, de los rudos torneos tumultuosos de las ricas cortes y de las bellas dádivas magníficas y grandes, si no estáis vos, que erais capitán de todo ello? ¿Y qué harán los entregados a la desgracia, aquellos que se habían dado a vuestro servicio, que esperaban que llegase la recompensa? ¿Y qué harán aquellos -que deberían matarse- a los que habíais hecho llegar gran riqueza?
V.-Tendrán gran congoja y vida vil, porque así les ha llegado dolor para siempre; y los sarracenos, turcos, paganos y persas, que os temían más que a otro hombre nacido de madre, crecerán tanto en orgullo y en su empresa, que el sepulcro será conquistado más tarde. Pero Dios lo quiere, que si no lo hubiese querido y vos, señor, vivierais, ciertamente tendrían que huir de Siria.
VI.-Desde hoy no tengo esperanza de que vaya allí rey ni príncipe que sepa recuperarlo; pero todos aquellos que estén en vuestro lugar deben considerar cómo fuisteis amador de mérito y cuáles fueron vuestros dos valientes hermanos. el Joven Rey y el cortés conde Jaufré. Y al que quede en el lugar de vosotros tres le conviene tener corazón magnánimo y firme propósito de hacer buenas acciones y de buscar socorro.
VII.- ¡Ay, Señor Dios, vos que sois verdadero perdonador, verdadero Dios, verdadero hombre, verdadera vida: piedad! Perdonadlo, que lo necesita y le apremia y no reparéis, Señor, en sus pecados y acordaos de cómo fue a serviros.
Del gran abismo del mar
I.-Gracias a Dios estoy salvado del gran abismo del mar, de las molestias de los puertos y del peligroso faro, por lo que puedo decir y contar que he sufrido muchas penalidades y muchos tormentos. Y pues a Dios place que yo vuelva con corazón gozoso al Lemosín, de donde partí con pesadumbre, le doy gracias por el regreso y la honra, pues Él me los concede.
II.-Mucho debo agradecer a Dios que quiera que sano y fuerte pueda volver al país, en el cual vale más un pequeño huerto que estar en otra tierra rico con gran bienandanza; pues sólo la amable acogida, las honradas acciones y las palabras agradables de nuestra dama y las dádivas de amorosa afabilidad y el dulce rostro valen por todo cuanto rinde otra tierra.
III.-Ahora es justo que cante, pues veo alegría y placer, solaz y galantería, porque ello es vuestra concesión; y las fuentes, el claro río, prados y vergeles me dan alegría al corazón, pues todo me parece gentil ahora que no temo mar ni viento lebeche, maestral ni poniente, ni mi nave se balancea y ya no me dan más miedo galera ni saetía rápida.
IV.-Si alguien para ganar a Dios y para salvar su alma se entrega a tales aflicciones, obra con justicia y no yerra; pero a aquel que para robar y con mal propósito va por mar, donde se padece tanto mal, le ocurre a menudo que, en un breve momento, cuando parece que va a subir, desciende, de modo que con desesperanza lo deja y arroja todo: el alma y el cuerpo y el oro y la plata.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Ariel, 1983, en traducción de Martín de Riquer. ISBN: 84-344-8364-5.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: