Carta matrimonial
"Cada una de tus cartas enriquece sobre la incomprensión y la cerrazón de las precedentes, como todas las mujeres juzgas con tu sexo, no con tu pensamiento. ¡Preocuparme yo ante tus razones! ¡Tú te ríes! Pero lo que sí me exasperaba era ver que uno de mis razonamientos te había llevado a la evidencia, verte aferrándote a razones que hacían tabla rasa con mis razonamientos.
Todos tus razonamientos y tus discusiones infinitas no harán que sepas algo de mi vida y que me juzgues sobre una (pequeña) parte de ella. No debería tener ni siquiera necesidad de justificarme ante ti, si solamente fueras tú misma, una mujer razonable y equilibrada, pero estás enloquecida por tu imaginación, por una acusada sensibilidad que te impide considerar de frente la verdad. Toda discusión es imposible contigo, no tengo más que una cosa que decirte: siempre he tenido esta confusión de espíritu, este aplastamiento del cuerpo y del alma, esta contracción de todos mis nervios, en períodos más o menos cercanos; y si tú me hubieses visto hace algunos años, antes de que hubiese podido ser sospechoso de la costumbre de tú me reprochas, no te extrañarías ahora de la reaparición de esos fenómenos. Si estás convencida, si sientes que su vuelta se debe a ellos, evidentemente no hay nada que decir, no se lucha contra un sentimiento.
De cualquier forma, no puedo contar más contigo en mi aflicción ya que te niegas a preocuparte de lo que más me atañe: mi alma. Siempre me has juzgado por mi apariencia exterior, como hacen todas las mujeres, como hacen todos los idiotas, cuando es mi espíritu interior el que más destrozado está, el más arruinado; y eso no puedo perdonártelo porque los dos, desgraciadamente para mí, no siempre coinciden. Y sobre todo, te prohíbo volver sobre ello.
Segunda carta matrimonial
Necesito a mi lado una mujer sencilla y equilibrada, cuya alma inquieta y confusa no alimente sin cesar mi desesperación. Estos últimos tiempos te veía siempre con un sentimiento de miedo y malestar. Sé muy bien que es tu amor el que crea tus inquietudes por mí, pero es tu alma enferma y anormal como la mía la que exaspera esas inquietudes y te arruina la sangre. No quiero vivir a tu lado en el temor.
Además necesito una mujer que sea únicamente mía y que pueda encontrar siempre en mi casa. Estoy desesperado de soledad. No puedo llegar por la noche solo a una habitación y sin ninguna de las necesidades de la vida a mi alcance. Necesito un hogar y lo necesito pronto y una mujer que se ocupe de mí, soy incapaz de ocuparme de nada, que se ocupe hasta de las cosas más pequeñas. Una artista como tú tiene su vida y no puede hacer eso. Todo lo que te digo es de un feroz egoísmo, pero es así.
No es necesario que esa mujer sea ni siquiera bonita, tampoco que sea una inteligencia excesiva, ni que reflexione demasiado. Me basta con que esté unida a mí.
Pienso que apreciarás la gran franqueza con que te hablo y que me darás la prueba de inteligencia siguiente: comprender que todo lo que te digo no mengua el intenso cariño, el inextirpable sentimiento de amor que tengo y tendré inalienablemente por ti, pero ese sentimiento no tiene nada que ver con la corriente ordinaria de la vida. Y la vida hay que vivirla. Hay demasiadas cosas que me unen a ti para que te pida romper, te pido solamente cambiar nuestras relaciones, hacernos cada uno una vida diferente pero que no nos desuna".
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