martes, 25 de abril de 2017

"Doce pequeños huéspedes".- Karl R. von Frisch (1886-1982)


Resultado de imagen de karl von frisch  
12.- Garrapatas
 Biografía habitual de una garrapata

«Una vez que han caído al suelo, las hembras empiezan a los catorce días la puesta de los huevos, los que llevan consigo sobre la cabeza y en el lomo. Después de que se han entregado durante algunas semanas a esa ocupación, se van consumiendo poco a poco y mueren cubiertas por algunos millares de huevos.
 Cuando las garrapatas pequeñuelas hacen eclosión de los huevos sólo tienen al principio seis patas, lo que es realmente algo inaudito para un arácnido. El último par de patas crecerá algo más tarde. Durante los dos primeros estadios larvales suelen saciar sus ansias de sangre en las lagartijas y en las culebras, a veces también en los polluelos de las aves que construyen sus nidos en el suelo. Los nidos que se encuentran elevados, en los arbustos y en los árboles, no están al alcance de su esfera vital. Su tercer y último almuerzo de sangre lo hacen por regla general en el cuerpo de un mamífero.
 Todo esto suena muy fácil. Pero imaginémonos por un momento que somos unas garrapatas diminutas y que nos encontramos por la hierba o en alguna hoja cercana al suelo, sabiendo que no encontraremos nada de comer hasta que no nos hayamos encaramado a lo alto de una lagartija o, si es que somos mayores, hasta que no hayamos trepado por las patas de un zorro o de algún otro mamífero...; pienso que se nos irían las ganas de vivir. Cómo se las arreglan las garrapatas más jóvenes para hacerse con su lagartija, eso es algo que no sé. Probablemente no hagan nada más que ponerse a esperar, a ver si una les pasa por encima por casualidad, para poderse aprovechar entonces de la ocasión. Muchas garrapatas jóvenes esperarán en verdad inútilmente; la mayoría morirá miserablemente de hambre. No obstante, dos circunstancias impiden la extinción de las garrapatas.
 En primer lugar, no se mueren tan fácilmente de hambre. Incluso las más jóvenes pueden esperar perfectamente durante un año su primer almuerzo. Una persona bastante incrédula y desconfiada decapitó a sus garrapatas para estar completamente seguro de que no tomarían comida a escondidas. En su descabezamiento vivieron aún cuatro largos años y no murieron tampoco de muerte natural. Pues bien, con esto las cosas se ven algo distintas. Cierto es que no hay demasiadas posibilidades de que hoy o mañana se deslice un reptil por encima de nosotros, si nos encontramos como un puntito diminuto perdidos en la hierba. Pero con el correr de los meses puede ocurrir muy bien tal cosa; y si no ocurre ahora, será el año que viene. Pero si los lugares son los inapropiados y toda la espera resulta inútil, dejando a un lado los destinos individuales, todo esto será compensado por lo numeroso de la prole. Es ley universal de la naturaleza que los animales con bajas esperanzas de vida se caracterizan por engendrar una prole especialmente numerosa. Entre esos millares de retoños de garrapata, alguno que otro, después de haber esperado y pasado hambre durante el tiempo suficiente, será rozado por una lagartija o por una culebra.
 Las garrapatas mayorcitas, por las que somos tenidos en cuenta como posibles donantes de sangre, son algo más emprendedoras. Trepan por los hierbajos y se apostan en las cabezas de los tallos a la espera de algo comestible. Con frecuencia eligen sus asientos en lugares más elevados, para dejarse caer en el momento apropiado. No podré olvidar nunca un descanso que hicimos bajo el tosco tejado de tablas de una glorieta a orillas del lago Wolfgangsee. Poco después estábamos cubiertos de garrapatas. ¿Cómo advirtieron nuestra presencia?

 Animales faltos de gusto

 Nuestras garrapatas no tienen ojos. Las del tejado, por tanto, no pudieron habernos visto. Ellas mismas revelan al observador atento el sentido que están utilizando. Olfatean mientras se encuentran apostadas y al acecho en sus elevados lugares.
 El acto de olfatear, por cierto, reviste formas distintas a las nuestras entre las garrapatas. Y es que sus órganos olfatorios se hallan en pequeñas hendiduras situadas cerca de los extremos del primer par de patas. Es por eso por lo que se sientan con las patas delanteras levantadas y ejecutan una especie de lento pataleo en cuanto son excitadas por algún olor.
 Además de esto, un sentido del calor muy desarrollado significa una ayuda importante para encontrar a su huésped. Si colocamos algunas garrapatas sobre la superficie de un papel y mantenemos un objeto caliente a varios centímetros de ellas, los animales se encaminarán hacia el objeto y se dejarán conducir por la fuente de calor hacia el sitio que uno quiera.
 Si se les va guiando entonces hasta un campo aromático atrayente, hasta las emanaciones de un trozo bien oculto de piel fresca, por ejemplo, empezarán inmediatamente a mover en el aire las patas delanteras, las que mantienen elevadas durante la marcha como si se tratase de antenas, se detendrán y se quedarán clavados en un punto.
 Es evidente que también en la naturaleza serán dirigidas desde sus puestos de acecho hasta el huésped por el calor que despiden los animales y el hombre, a lo que sumarán las percepciones olfativas.
 Con el fin de poder observar mejor su manera de comer, se ha intentado inducir a las garrapatas a chupar de una botellita llena de sangre, a la que se había provisto de una membrana delgada como tapa. Si la sangre se calienta a la temperatura necesaria, serán atraídas por ella, pero no la chuparán. Es muy probable que el sentido del olfato le sindique que no se encuentran en el terreno apropiado. Efectivamente, sólo necesitamos amputarles los extremos de las patas con las hendiduras olfativas y tendremos un éxito completo. En el momento mismo en que la nariz cesa de producir su alarma, el calor cautivante adquiere una fuerza seductora. Taladran entonces la membrana con sus trompas y se llenan el estómago con el contenido de la botellita, importándoles bien poco si el contenido está compuesto realmente por sangre o si un hombre movido por las ansias de saber la ha llenado de sopa, ácido acético o agua salada. Parece ser que carecen totalmente del sentido del gusto. Desde tiempos inmemoriales el calor y el aroma han sido más que suficientes para conducirlas hasta las fuentes de las que manaba el zumo vivificante de sus vidas. La creación no tuvo para nada en cuenta las artimañas de la ciencia.»

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: