miércoles, 12 de abril de 2017

"La Bella y la Bestia".- Jeanne-Marie Leprince de Beaumont (1711-1780)


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«La Bella se vistió, y durante ese tiempo fueron a avisar a sus hermanas, que acudieron con sus maridos. Las dos eran muy desdichadas. La mayor se había casado con un joven gentilhombre guapo como el amor, pero estaba tan enamorado de su propio rostro que sólo se ocupaba de él de la mañana a la noche. La segunda lo había hecho con un hombre que poseía una gran inteligencia, pero sólo la utilizaba para hacer rabiar a todo el mundo, empezando por su mujer. Las hermanas de la Bella estuvieron a punto de morir de dolor cuando la vieron vestida como una princesa y más bella que el día. Nada pudo ahuyentar sus celos, que aumentaron cuando la Bella les hubo contado lo dichosa que era.
 Las dos celosas bajaron al jardín para llorar a sus anchas y se dijeron: "¿Por qué esta criatura es más feliz que nosotras? ¿Acaso no somos más encantadora que ella?"
 -Hermana -dijo la mayor-, ¡se me ha ocurrido una idea! Tratemos de retenerla aquí más de ocho días; su estúpida Bestia montará en cólera porque ella no habrá cumplido su palabra y seguramente la devorará.
 -Tienes razón, hermana -respondió la otra-. Haremos lo posible por retenerla aquí.
 Y, tras tomar aquella resolución, volvieron a subir y demostraron tanto afecto a su hermana que la Bella lloró de alegría.
 Cuando los ocho días hubieron pasado, las dos hermanas empezaron a lamentarse; tanto fingieron estar afligidas por su marcha que la Bella prometió quedarse ocho días más.
 Sin embargo, Bella se reprochaba el dolor que iba a causar a su pobre Bestia, a la que quería con todo su corazón. Además, la echaba mucho de menos.
 La décima noche que pasó en casa de su padre soñó que estaba en el jardín del palacio y que veía a la Bestia tumbada en la hierba del jardín a punto de morir y reprochándole su ingratitud.
 La Bella se despertó sobresaltada y derramó abundantes lágrimas: "Soy una malvada -dijo- por entristecer a una bestia que tan bien se ha portado conmigo. ¿Es culpa suya si es tan fea o si tiene poca inteligencia? Es buena, cosa que vale más que nada. ¿Por qué no he querido casarme con ella? Sería mucho más dichosa que mis hermanas con sus maridos. No es ni la belleza ni la inteligencia de un marido lo que hace feliz a una mujer, sino la bondad de su carácter, la virtud, y la Bestia posee todas esas buenas cualidades. No siento amor por ella, pero sí aprecio, amistad y agradecimiento. ¡No, no puedo hacerla desdichada! Toda la vida me reprocharía mi ingratitud."
 Dichas estas palabras, Bella se levantó, puso el anillo sobre la mesa y volvió a acostarse. Apenas estuvo en la cama, se durmió. 
 Cuando despertó por la mañana vio con alegría que estaba en el palacio de la Bestia. Se vistió magníficamente para agradarle y se aburrió mucho durante todo el día, esperando las nueve de la noche; pero, aunque el reloj por fin dio la hora, la Bestia no apareció. Entonces la Bella temió haber causado su muerte. Corrió por todo el palacio gritando y llamándola; estaba desesperada. Después de haber buscado por todas partes se acordó de su sueño y corrió al jardín hacia el lugar donde le había visto durmiendo.
 Encontró a la pobre Bestia allí tendida, sin conocimiento y creyó que estaba muerta. Se echó sobre su cuerpo, sin horrorizarse de su rostro y, al sentir que su corazón todavía latía, cogió agua de una fuente y roció con ella la cabeza de la Bestia. Ésta abrió los ojos y dijo a la Bella:
 -¡Olvidasteis vuestra promesa! El dolor de haberos perdido me ha decidido a dejarme morir de hambre; pero muero contento porque tengo el placer de veros una vez más.
 -No, mi querida Bestia, ¡no moriréis! -contestó la Bella-. Viviréis para convertiros en mi esposo. A partir de este momento os concedo mi mano y juro que sólo os perteneceré a vos. ¡Ay!, creía no profesaros sino amistad, pero el dolor  que experimento me hace comprender que no podría vivir sin veros.
 Apenas la Bella hubo pronunciado estas palabras, cuando vio el palacio resplandeciente de luz. Los fuegos artificiales, la música..., todo anunciaba una gran fiesta; mas aquellas bellezas no la dejaron obnubilada.
 Se volvió hacia su querida Bestia, cuyo estado era estremecedor. ¡Cuál no fue su sorpresa! La Bestia había desaparecido y ya no vio a sus pies sino a un príncipe más bello que el amor, que le daba las gracias por haber roto su encantamiento.
 Aunque el príncipe mereciera toda su atención, no pudo evitar preguntarle dónde estaba la Bestia.
 -La estáis viendo a vuestros pies -le dijo el príncipe-. Un hada perversa me condenó a permanecer bajo este aspecto hasta que una bella muchacha consintiera en casarse conmigo y me prohibió manifestar mi inteligencia. Así que sólo vos en el mundo podíais conmoveros por la bondad de mi carácter; ni siquiera ofreciéndoos mi corona puedo pagar la deuda de gratitud que os tengo.
 La Bella, agradablemente sorprendida, ofreció su mano al apuesto príncipe para que se levantara. Fueron juntos al palacio y ella estuvo a punto de morir de alegría cuando al llegar allí encontró, en la gran sala, a su padre y a toda su familia, que la bella dama que se le había aparecido en sueños había llevado al castillo.
 -Bella -dijo la dama, que era un hada-, ven a recibir la recompensa de tu buena elección: has preferido la virtud a la belleza y a la inteligencia. Mereces encontrar esas cualidades reunidas en una misma persona. Te vas a convertir en una gran reina; espero que el trono no destruya tus virtudes. En cuanto a vosotras, señoritas, -dijo el hada, señalando a las dos hermanas de Bella-, conozco vuestro corazón y toda la maldad que encierra. Convertíos en dos estatuas, pero conservad vuestra razón bajo la piedra que os envuelva. Permaneceréis a la puerta del palacio de vuestra hermana y no os impongo otra pena que la de ser testigos de su felicidad. No podréis volver a vuestro estado primitivo hasta el momento en que reconozcáis vuestras faltas. Mas temo que os quedéis como estatuas para siempre. Se corrige el orgullo, la ira, la gula y la pereza, pero es una especie de milagro la conversión de un corazón malvado y envidioso.
 En ese momento el hada agitó su varita mágica y trasladó a todos lo que estaban en la sala al reino del príncipe. Sus súbditos le recibieron con alegría y se casó con la Bella, que vivió con él mucho tiempo en perfecta dicha porque estaba basada en la virtud.»

 

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