domingo, 9 de abril de 2017

"Los secretos de una casa. El mundo oculto del hogar".- David Bodanis (...)


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  Primera parte: las horas diurnas.
 III.-A última hora de la tarde
 
«En todos los hábitats que pueden formarse en una cocina reposa una colonia de salmonelas que fue trasladada allí de manera accidental. Esta colonia descansa varios días pacíficamente, y cada uno de sus miembros se empapa sin esfuerzo con la ligera película de agua que le rodea, utilizando sus flagelos ondulantes -como los tentáculos de un pulpo- para atraer los gránulos alimenticios que circulan en el ambiente. Sin humedad, la salmonela de una cocina moriría de sed al cabo de una semana, y lo único que quedaría de ella sería un cuerpo en gradual descomposición. No obstante, antes de que transcurra ese lapso, un dedo que toque su lugar de reposo recibirá lo que para una persona no es más que un micropunto invisible, pero que para estas criaturas constituye una gran familia de varios centenares de miembros.
 Estas bacterias son semejantes a algunas de las primeras formas de vida que se desarrollaron en el planeta Tierra, y han sobrevivido durante tanto tiempo porque, gracias a su diminuto tamaño, hay una cantidad enorme de territorios donde pueden prosperar. En una casa existen para ellas tantos refugios como los que habría para los seres humanos en un nuevo planeta, el extenso terreno que proporciona una pila de lavar húmeda o una mesa seca en una sala. (Más adelante se hará referencia a los atractivos territorios que brinda el cuerpo humano.) A veces resulta tentador atribuir determinadas intenciones a estas criaturas, pero esto sería erróneo, ya que no son más que células aisladas y microscópicas, una especie de plantas químicas en movimiento que no tienen cabeza, ni cerebro, ni nervios, son sólo vida.
 Una vez que llegan al dedo, las salmonelas tratan de adaptarse a este nuevo hábitat. No les perturba este súbito traslado a un objeto vivo y móvil (excepto, naturalmente, aquellas pocas que resultan aplastadas por el contacto). Son demasiado pequeñas para orientarse y darse cuenta de lo que era antes el asa de la puerta del refrigerador y lo que es ahora el dedo. A escala de una salmonela, un dedo es un terreno agreste y cenagoso. Hay redondeadas colinas formadas por la capa superior de las células cutáneas que acaban en repentinas cavernas. También hay numerosas y atractivas piscinas de limo y de grasa sobre la rugosa superficie, que son los resultados de la transpiración y de otros fluidos de la piel, donde la salmonela se sumerge. Esta transpiración es nutritiva, ya que el sudor de los dedos contiene potasio, sodio, zinc, glucosa, vitamina C, riboflavina y más de una docena de aminoácidos. En este terreno la salmonela se puede reproducir, dividiéndose por la mitad o introduciendo en otros individuos largas cintas de protoplasma con ADN, a través de orificios en sus cuerpos.
 No obstante, en este medio tan propicio para el desarrollo y la nutrición, también existen aspectos negativos. Las yemas de los dedos que inadvertidamente recogieron la salmonela mientras se movían por la cocina constituyen un territorio tan atractivo que muchos otros diminutos organismos unicelulares han acabado por instalarse allí a lo largo del tiempo. Estos otros organismos tratan a las salmonelas recién llegadas como una amenaza que hay que exterminar lo antes posible, ya que la nutritiva transpiración, indispensable también para su desarrollo, se produce en cantidades limitadas.
 Este comité de recepción microbiano no tiene necesariamente un aspecto temible ya que todos sus miembros son ciegos, muchos padecen hambre, y su velocidad máxima se limita a un lento arrastrarse por las anfractuosidades y los pantanos cutáneos. Sin embargo, cuando se aproximan a alguna de las salmonelas recién llegadas, muchos de ellos emiten chorros concentrados de antibióticos mortales; otros serpentean a corta distancia de la salmonela e intentan absorber toda la comida que encuentren alrededor para que, al cabo de un tiempo, la salmonela muera de inanición. Al principio, las salmonelas quedan desconcertadas por la sorpresa y se produce una matanza, pero más tarde se recuperan. Algunas devuelven el golpe y lanzan su propio chorro concentrado de antibióticos en contra de los atacantes. (Estos sprays defensivos no se limitan a matar individuos microscópicos, sino que se muestran muy rudos con las colonias de criaturas microcelulares que habitan en el intestino humano, y son los que provocan el envenenamiento a causa de la salmonela si llegan a ingerirse.) Otras salmonelas se dedican a acosar a los atacantes más cercanos y los expulsan de su lado sin haber saciado su hambre. Algunas otras, finalmente, que se encuentran en el centro de la colonia, continúan con sus actividades reproductivas, para producir nuevos efectivos que se enfrenten con las amenazas externas.
 Estas batallas tienen lugar sobre la superficie de la piel de casi todas aquellas personas que pasan una hora en la cocina preparando la comida. Si en un momento de concentración se frotan las yemas de los dedos sobre la frente, aquí se desencadenará una nueva batalla, y si se tamborilea con los dedos sobre una superficie cualquiera, parte de las colonias bacterianas morirán y sus previsiones tácticas quedarán absolutamente perturbadas, ya que los sobrevivientes se hundirán en la fragosidad de la superficie dactilar. Cualquier movimiento que realice una persona representa una catástrofe para algunos individuos bacterianos, y el nirvana para otros. Un roce casual del brazo mientras se intenta descifrar una receta del libro de cocina hará que algunas salmonelas aterricen sobre un territorio especialmente húmedo e invitante, la parte interior del codo. Si a continuación se toca la punta de la lengua con el índice como paso previo al giro de la página del libro de cocina se producirá una matanza, ya que las colonias se han visto expuestas a la feroz alcalinidad de la saliva. Incluso puede haber momentos de recuperación milagrosa para estos individuos microscópicos. Abrir la nevera para sacar más mantequilla, por ejemplo, equivale a dejar caer algunas salmonelas en su lugar de origen, y los fatuos atacantes que residían en la piel -y que han sido trasladados junto a ellas- se ven completamente superados en número por las hordas de salmonelas que hay en el asa de la puerta de la nevera.
 Al mismo tiempo que realizan todas sus otras operaciones, las salmonelas se introducen en la comida recién preparada. Quizás ello se deba al fugaz roce de un dedo sobre un trozo de zanahoria tierna que acompaña al estofado ya preparado, o a que se ha tocado sin darse cuenta el puré de patatas. Casi todas las salmonelas que caigan en el estofado, que sigue estando muy caliente, morirán rápidamente. Pero en el puré de patatas que se enfría con gran rapidez, y donde hay abundante almidón, agua y probablemente un trozo de mantequilla en algún sitio, las salmonelas prosperan. Y prosperan de tal modo que, gracias a su reproducción individual o en grupo, aproximadamente cada 50 minutos su número se multiplica por dos.»
 

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