viernes, 31 de julio de 2015

"La máquina del tiempo".- Herbert G. Wells (1866-1946)


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Capítulo VIII

 "¿No era muy natural, entonces, suponer que en aquel Mundo Subterráneo era donde se hacía el trabajo necesario para la comodidad de la raza que vivía a la luz del sol? La explicación resultaba tan plausible que la acepté inmediatamente y llegué hasta imaginar el porqué de aquella diferenciación de la especie humana. Me atrevo a creer que prevén ustedes la hechura de mi teoría, aunque pronto comprendí por mí mismo cuán alejada estaba de la verdad.
 Al principio, procediendo conforme a los problemas de nuestra propia época, me parecía claro como la luz del día que la extensión gradual de las actuales diferencias, meramente temporales y sociales, entre el Capitalista y el Trabajador, era la clave de la situación entera. Sin duda les parecerá a ustedes un tanto grotesco -¡y disparatadamente increíble!-, y, sin embargo, aun ahora existen circunstancias que señalan ese camino. Hay una tendencia a utilizar el espacio subterráneo para los fines menos decorativos de la civilización; hay, por ejemplo, en Londres el Metropolitano, hay los nuevos tranvías eléctricos, hay pasos subterráneos, talleres y restaurantes subterráneos, que aumentan y se multiplican. Es evidente, pensé, que esta tendencia ha crecido hasta el punto de que la industria ha perdido gradualmente su derecho de existencia al aire libre. Quiero decir que se había extendido cada vez más profundamente y cada vez en más y más amplias fábricas subterráneas ¡consumiendo una cantidad de tiempo sin cesar creciente, hasta que al final...! Aun hoy día, ¿un obrero de las barriadas extremas no vive en condiciones de tal modo artificiales que, prácticamente, está separado de la superficie natural de la tierra?
 Además, la tendencia exclusiva de la gente rica -debida, sin duda, al creciente refinamiento de su educación y al amplio abismo existente entre ella y la ruda violencia de la gente pobre- la lleva ya a acotar, en su interés, considerables partes de la superficie del país. En los alrededores de Londres, por ejemplo, tal vez la mitad de los lugares más hermosos están cerrados a la intrusión. Y ese mismo amplio abismo, que se debe a los procedimientos más largos y costosos de la educación elevada y a las crecientes facilidades y tentaciones por parte de los ricos, hará ese cambio entre clases y clases, ese mejoramiento por matrimonio entre ellas, que retrasa actualmente la división de nuestra especie a lo largo de líneas de estratificación social, cada vez menos frecuente. De modo que, al final, sobre el suelo habremos de tener a los Poseedores, buscando el placer, el bienestar y la belleza, y debajo del suelo a los No Poseedores; los obreros se adaptan continuamente a las condiciones de su trabajo. Una vez allí, tuvieron, sin duda, que pagar su canon, nada reducido, por la ventilación de sus cavernas; y si se negaban, los mataban de hambre o los asfixiaban para hacerles pagar los atrasos. Los que habían nacido para ser desdichados o rebeldes, murieron; y finalmente, al ser permanente el equilibrio, los supervivientes acabaron por estar adaptados a las condiciones de la vida subterránea y tan satisfechos a su manera como la gente del Mundo Superior a las suyas. Por lo que me parecía, la refinada belleza y la palidez marchita se seguían con bastante naturalidad.
 El gran triunfo de la Humanidad que había yo soñado tomaba una forma distinta en mi mente. No había existido tal triunfo de la educación moral y de la cooperación general, como imaginé. En lugar de esto, veía yo una verdadera aristocracia, armada de una ciencia perfecta y preparando una lógica conclusión al sistema industrial de hoy día. Su triunfo no había sido simplemente un triunfo sobre la Naturaleza, sino un triunfo sobre la Naturaleza y sobre el compañero-hombre. Esto, debo advertirlo a ustedes, era mi teoría de aquel momento. No tenía ningún guía conveniente para ese modelo de libros utópicos. Mi explicación puede ser errónea por completo. Aunque creo que es la más plausible. Pero aun suponiendo esto, la civilización equilibrada que había sido finalmente alcanzada debía haber sobrepasado hacía largo tiempo su cenit y haber caído en una profunda decadencia. La seguridad demasiado perfecta de los habitantes del Mundo Superior los había llevado, en un pausado movimiento de degeneración, a un aminoramiento general de estatura, de fuerza e inteligencia. Eso podía verlo ya con bastante claridad. Sin embargo, no sospechaba lo que había sucedido a los habitantes del Mundo Inferior; pero, por lo que había visto de los Morlocks -que era el nombre que daban a aquellos seres- podía imaginar que la modificación del tipo humano era aún más profunda que entre los "Eloi", la bella raza que yo conocía ya".    

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