Vigésimo y último canto
"Micilo: Quiero que, ante todas cosas, sepas, oh Demofon, que no es la que me fatiga falta de dineros para que con tus tesoros me hayas de remediar; ni de salud para que con médicos me la hayas de restituir. Ni tampoco me aflijo por mengua que me hagan las tus vasijas, aparatos y arreos de tapetes y alhajas, con que en abundancia te sueles servir. Pero fáltame de mi casa un amigo, un compañero de mis miserias y trabajos, y tan igual que era otro yo; con el cual poseía yo todos los tesoros y riquezas que en el mundo hay. Fáltame, en conclusión, una cosa, Demofon, que con ningún poder ni fuerzas tuyas la puedes suplir, por la cual me excuso de te la decir y a ti de la saber.
Demofon: No en vano suelen decir que al pobre es propio el filosofar, como agora tú. Yo no creo que has aprendido esa rectórica en las escuelas de Atenas, con que agora de nuevo me encareces tu dolor, ni sé qué maestro has tenido dellas de poco acá.
Micilo: Ese maestro se me murió, cuya muerte es causa de mi dolor.
Demofon: ¿Quién es?
Micilo: Sabrás, amigo, que yo tenía un gallo que por mi casa andaba estos días en compañía destas mis pocas gallinas, que las albergaba y recogía y defendía como verdadero marido y varón. Sucedió que, este día de Carnestolendas que pasó, unas mujeres desta nuestra vecindad, con temeraria libertad, haciendo solamente cuenta y pareciéndoles que era el día privilegiado, me entraron en mi casa estando yo ausente, que cautelosamente aguardaron que fuese ansí. Y tomaron mi Gallo y lleváronle al campo; y, con gran grita y alarido, le corrieron, arrojándosele las unas a las otras; y, como suelen decir, daca el gallo, toma el gallo, les quedaban las plumas en la mano. En fin, fue pelado y desnudo de su adornado y hermoso vestido. Y, no contentas con esto, rendiéndosele al desventurado sin poderles huir, confiándose de su inocencia, pensando que no pasara delante su tirana crueldad, subjetándoseles con humildad, pensando que por esta vía las pudiera convencer y se les pudiera escapar, sacaron de sus estuches cuchillos y, sin tener respeto alguno a su inocencia, le cortaron su dorada y hermosa cerviz y, de común acuerdo, hicieron cena opulenta dél.
Demofon: Pues, ¿por faltarte un gallo te afliges tanto que estás por desesperar? Calla, que yo lo quiero remediar con enviarte otro gallo criado en mi casa, que creo que hará tanta ventaja al tuyo cuanta hace mi despensa a la tuya para le mantener.
Micilo: ¡Oh, Demofon, cuánto vives engañado en pensar que mi Gallo perdido con cualquiera otro gallo se podía satisfacer!
Demofon: Pues, ¿qué tenía más?
Micilo: Óyeme, que te quiero hacer saber que no sin causa me has hallado filósofo rectórico hoy.
Demofon: Dímelo.
Micilo: Sabrás que aquel gallo era Pitágoras el filósofo, elocuentísimo varón si les has oído decir.
Demofon: Pitágoras, muchas veces le oí decir. Pero dime cómo quieres que entienda que el gallo era Pitágoras, que me pones en confusión.
Micilo: Porque si oíste decir de aquel sapientísimo filósofo también oirías decir de su opinión.
Demofon: ¿Cuál fue?
Micilo: Éste afirmó que las ánimas pasaban de un cuerpo a otro. De manera que dijo que, muriendo uno de nosotros, luego desamparando nuestra alma este nuestro cuerpo en que vivó, se pasa a otro cuerpo de nuevo a vivir; y no siempre a cuerpo de hombre. Pero acontece que el que agora fue rey pasa a cuerpo de un puerco, vaca o león, como sus hados y susceso lo permiten, sin el alma lo poder evitar. Y ansí el alma de Pitágoras, después acá que nació, había vivido en diversos cuerpos. Y agora vivía en el cuerpo de aquel gallo que tenía yo aquí.
Demofon: Esa manera de decir ya la oí que la afirmaba él. Pero era un mentiroso, prestigioso y embaidor. Y también como él era eficaz en el persuadir, y aquella gente de su tiempo era simple y ruda, fácilmente les hacía creer cualquiera cosa que él quisiese soñar".
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