"Hubo una vez un gato al que se le metió en la cabeza hacerse rico. Tenía tres tíos y fue a visitarlos, uno tras otro, para pedirles consejo.
-Podrías hacerte ladrón -dijo el tío Primero-. Para llegar a rico sin trabajar no hay sistema más seguro.
-Soy demasiado honrado para eso.
-¿Qué importa? Entre los ladrones hay muchas personas honradas y entre las personas honradas hay muchos ladrones. Y ya sabes que de noche todos los gatos son pardos.
-Lo pensaré -dijo el gato.
-Podrías hacerte cantante -aconsejó el tío Segundo-. Para llegar a ser rico y famoso sin trabajar, no hay mejor sistema.
-Tengo una voz muy fea...
-¿Qué importa? Hay muchos cantantes con voces de gallo que se hacen muy ricos y no dan el callo. ¡Caramba, esto es muy bueno! Espera que voy a escribirlo. Entonces, ¿qué? ¿Te decides?
-Lo pensaré -contestó el gato.
El tío Tercero le dijo:
-Dedícate al comercio. Abre una buena tienda y la gente hará cola para darte los cuartos.
-¿Y qué podría vender?
-Pianos, frigoríficos, locomotoras...
-Son cosas muy pesadas...
-Guantes para señora.
-No tendría clientes varones.
-Pues haz lo siguiente: pon un estanco en Capri. Es una isla magnífica. Hace buen tiempo todo el año. Allí van muchos forasteros y todos compran, por lo menos, una postal y el sello para enviarla.
-Lo pensaré -dijo el gato.
Lo pensó durante siete días y al final decidió poner un buen negocio de alimentación.
Alquiló un local en la planta baja de una casa nueva, colocó el mostrador, los estantes, la caja y la cajera. Después, para ahorrarse el dinero del pintor, pintó él mismo el rótulo: SE VENDEN RATONES EN LATA.
-Qué maravilla -dijo la cajera, una gatita que acababa de encontrar su primer empleo-. Ratones en lata. Eso sí que es una idea genial.
-Si no hubiese sido genial -dijo el gato-, no se me habría ocurrido a mí.
En un cartel más pequeño, el gato escribió: REGALAMOS UN ABRELATAS A QUIEN COMPRE TRES LATITAS.
A la cajera le pareció que su patrón tenía una escritura preciosa.
-Yo soy así -dijo el gato-. Sólo sé escribir a la perfección. No conseguiría cometer un error ni aunque me aplastaran el rabo.
-Pero -preguntó la cajera-, ¿dónde están las latitas?
-Ya llegarán, ya llegarán... Roma no se hizo en un día.
-Y si entra gente a comprar, ¿qué les digo?
-Apunte todos los encargos en esta hoja. Pida también la dirección y advierta que las entregas se hacen a domicilio.
-Señor Gato -dijo la cajera-, ¿tiene ya el repartidor de pedidos? Porque yo, con su permiso, tengo un hermano que...
-Dígale que venga una semana a prueba. Su sueldo será de dos latitas al día. [...]
Al día siguiente llegaron las latitas.
-Señor Gato -dijo la cajera-. Están todas vacías.
-Están como tienen que estar. De los ratones ya me ocuparé yo. Mientras tanto, ponga usted las etiquetas en las latas. Que le ayude su hermano. [...]
Las etiquetas eran de papel brillante, de muchos colores. En cada una de ellas había dibujado un ratón que guiñaba un ojo y debajo del ratón se leía: RATONES EN LATA. CALIDAD SUPERIOR EN SU PUNTO. DESCONFÍE DE LAS IMITACIONES.
-¿Cómo? -exclamó la cajera-. ¿Aún no están los ratones en las latas y ya hay imitaciones? ¿Qué es lo que venden ? ¿Topos? Hurones?
-Se entiende que las imitaciones, de momento, no existen -explicó el señor Gato-, pero existirán cuando el negocio esté encarrilado. Y aunque no las hubiera, la advertencia no está de más. Así la clientela pensará: "Vaya, vaya, hay imitaciones... Eso quiere decir que la mercancía es buena."
-¿Y será realmente buena?"
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