"Cronus seguía con su lista escogida y pintorescamente comentada:
-Aquí hay más, ¿ves? Oldfield Howey. The horse in magic and mith (1923). Esto trae de veras grandezas antiguas aunque no se lo propone. Es como todos los buenos ingleses. En ellos se encuentra la almendrita viva de cada problema. Recuerda aquello de los Upanishads: "Dios piensa: ¿Pueden vivir sin mí? ¿Cómo entraré en su cuerpo?" Dios sabe que si la lengua habla, el pecho respira, los ojos ven, las orejas oyen, las manos tocan, la mente piensa, la comida entra dentro, el sexo sale fuera; está bien, pero con todo eso no van a conocerlo, a Él.
-¿Y eso qué?
-Es como la Atlántida, el comienzo del comienzo. Así, dicen los Upanishads: Así, Dios abre la sutura de la calavera viva y entra a través de la que llama Puerta de la Alegría. Encuentra tres aptitudes en el cuerpo en las cuales puede instalarse: el caminar, el dormir, el soñar. Recorre el cuerpo, nombra las diversas partes, se sorprende de que pueda haber alguna donde Él no esté y se alegra de que no hay nada más que Sí mismo. Te extrañará todo esto en Howey, que a primera vista es sólo radiante e hípico, pero el caballo se crió en la Atlántida, eso no se puede negar. Luego viene Humbold con su Cosmos (1840) amariconado y exacto. Y Homero con el libro IV de su Odisea, que es periodismo de altura en aquellos nobles tiempos en los que no existía la censura eclesiástica, política ni militar aunque fueran tiempos de guerra. Plutarco hace sólo una alusión a la Atlántida en su Vida de Sertorio, en donde habla de Huesca la inmortal de un modo vívido e inesperado, para venir luego Apolonio Rodio, con su Argonáutica, que yo diría, cursilería aparte, que es alborealmente crepuscular. Allí aprendí yo de chico eso del fornicio, es decir, de Júpiter que se transforma en cisne para cargarse, es un decir, a la hermosa Leda, reina de Esparta. Viendo el famoso cuadro renacentista con el cisne picando los labios de la hembra y curvándose entre sus piernas despertaron mi muladhara chakras con la primera erección cuando tendría cinco o seis años.
Reía Susan con una resonancia voluptuosa en la gorja y continuaba Cronus, satisfecho de sí:
-Hasta los generales. Aquí está el general teutón Drayson con su Untrodden Ground (1880), brillante pero sin aura o aureola. Los alemanes más brillantes nunca tienen aureola o aura, como, por ejemplo, el inglés Horsey con su Draysonia (1911), y es que los ingleses son los que mejor han conservado la luz propia aunque se resistan por sistema a la brillantez. Sólo la aceptan en el diamante y no en la oralina. Suelen ser fúlgidos, friolentos y boreales, aunque a veces inventan alguna clase de brillantez práctica con tubos de Geissler cruzados, como sucede con The Glacial Epoch, de Barley (1922). Ya ves, un hombre que se llamaba sir Arthur Keith, en The Antiquity of Men, es las dos cosas: tubos Geissler y brillantez natural. Pero, ya digo, es un inglés, y esos tienen el escroto mismo de los atlantes forrado de ocicalco.
-¿Tú lo has visto?
-No, pero lo describe Robert Payre.
-Eso es obsceno -gritaba Susan-. ¡Cállate, impúdico!
-La obscenidad está sólo en las orejas del que oye, aunque sean las tuyas con su color de caracolitas marinas.
Quería seguir leyendo para hacer pasar entre la ligereza del champaña toda aquella sabiduría y Susan pensaba en la mujer gorda que se había quedado arriba, en el bar, y que le recordaba a otra que vio en el circo cuando era niña. Eran formas raras de gloria. Cada cual la busca como puede. Repetía Cronus:
-Hay más cosas sobre el continente hundido debajo de nosotros.
Seguían volando sobre el mar, aunque paralelamente a la costa y cerca de ella. Y advertía:
-No trato de que recuerdes todo esto, pero sí de impresionarte. Algunas de las cosas que tú haces nacen y mueren allí, en tus vértebras del subcoxis, y podrían cambiar el orden de la vida en Pernambuco (pernadelmachocabrío) y extender formas nuevas por el orbe. Todo comienza así. John T. Short, en North Americans of the Antiquity, es opalescente como esos preservativos repetidamente usados y lavados por las novias de los estudiantes pobres, que lucen luego en la oscuridad de la alcoba. Como mástiles con sus Santelmos".
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