El porvenir del socialismo
"La orientación izquierdista de la juventud es natural porque la juventud es la edad de la generosidad, virtud que florece con la abundancia de la vida. Decía Goethe que el que es radical después de los cuarenta es tonto. Más razón tendría quien dijera que el que no es socialista en su juventud debe estar enfermo. En nuestro mundo, el socialismo es la fuerza de opinión que aboga por la justicia. No le suelen faltar ni el cuándo ni el qué.
Justicia, libertad y paz son tres vocablos distintos y un solo concepto verdadero. El abordarlo por uno u otro de sus tres lados es cosa de temperamento. Por eso hay socialistas, que lo abordan por la justicia; liberales, que lo abordan por la libertad; y conservadores, que lo abordan por la paz. Si no se extraviaran, se encontrarían en el concepto, que los aguarda en la confluencia de las tres avenidas semánticas; pero suelen extraviarse, sobre todo por presuponer que "el otro" no viene con buena intención.
Y no siempre se equivocan. Si, hoy por hoy, nos atenemos a la avenida de la justicia, hay que distinguir entre socialismo, comunismo y marxismo. El socialismo, el vocablo más general, que incluye a los anarquistas y a los sindicalistas, expresa la actitud más pura. Se trata de una aspiración a la justicia entre las distintas profesiones y clases. El marxismo es ya más complicado. Implica pretensiones científicas a la previsión -profecías que no se han realizado; y un dogma de la guerra de clases que surge de una mala interpretación de la sociología real.
No hay guerra de clases fuera de la que el mito marxista ha fomentado en el corazón de los militantes más fogosos. Lo que hay es tensión entre clases; y la tensión es una de las fuerzas naturales que manifiestan, expresan y administran la vida. Alta tensión en la sangre puede causar la muerte; pero sin tensión no hay vida. Esta tensión entre las clases puede dar lugar a situaciones antagónicas de tipo bélico si el temperamento de una u otra parte, o de ambas, a ello se presta; pero si por temperamento o por disciplina se administra la tensión entre ambas partes, la vida hallará sus equilibrios dinámicos y se lograrán simultáneamente la justicia, la libertad y la paz. Tal es, por ejemplo, el caso de Suecia, donde hace una generación entera que no se ha dado una huelga*.
Este éxito notable se debe a todo un nudo de circunstancias; en particular, el tamaño, la técnica social y el ambiente. El tamaño -siete millones- permite cierta especialización de la economía y, por lo tanto, cierta simplificación de los problemas. La técnica social consiste en estudiar y resolver los problemas antes de que se planteen como conflictos; lo que se hace por reuniones anuales de representantes obreros y patronales, que en discusión objetiva fijan las condiciones del trabajo para el año siguiente. Y en cuanto al ambiente, prefiero pintarlo con dos anécdotas.
Hace unos treinta años -ya llevaban los socialistas más de cinco en el poder-, durante uno de mis viajes a Estocolmo, el presidente del Consejo, Sander, que era amigo mío, organizó en su casa un almuerzo para que conociera a sus colegas y me familiarizara con sus problemas. De los diez comensales, salvo dos liberales, un sueco y yo, todos eran socialistas. Describió cada cual los progresos que se hacían en su departamento, y con tal sencillez y modestia que inspiraban todos confianza; y ya cerca de los postres, pregunté: "Bueno. ¿Pero ustedes son marxistas?" La respuesta fue una carcajada general.
Eran socialistas, es decir hombres animados de un activo sentido social, o del bien común, y la doctrina no les interesaba nada. Aquí viene bien mi segunda anécdota. Pregunté a mi vecino de mesa: "Ya sé que, oficial y teóricamente, son ustedes luteranos. Pero en la realidad de verdad, ¿qué religión tienen?" Y me contestó: "Nosotros no necesitamos religión. Tenemos la cooperativa".
No aduzco estos recuerdos ni para elogiar ni para criticar a los suecos: sino para ilustrar con ejemplos vivos que no hay que acercarse a las cosas de la vida social con un criterio rígido y doctrinal. Cada cual tiene su modo de vivir el socialismo.
Transformado por Lenin en tiranía política que Stalin desbocó hacia la vesania, el marxismo ha degenerado en un comunismo que ya no cabe considerar como digno de ninguna persona normal, y menos, de la juventud. La historia interior y exterior de la Unión Soviética es tan desvergonzada de motivos, sangrienta de crímenes, boba de consignas, descabellada de órdenes, caótica de contradicciones, inhumana de trato, que sólo pueden tragársela o jóvenes incautos sin madurez o seres anormales trabajados por algún resentimiento, complejo de inferioridad o torcimiento secreto. Sería injusto colgarle a Marx tamaña degeneración de su doctrina, ya que el marxismo es cosa de la que cabe diferir pero que no cabe despreciar".
*Hubo una, algo cómica, de militares.
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