sábado, 4 de julio de 2015

"La mujer rota".- Simone de Beauvoir (1908-1986)


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 "Viernes, 17 de septiembre

 El martes llamé por teléfono a Colette: estaba con gripe. Protestó cuando le dije que volvía enseguida a París, Jean-Pierre la cuida muy bien. Pero yo estaba inquieta, regresé ese mismo día. La encontré en cama, muy enflaquecida; tiene fiebre todas las noches. Ya en agosto, cuando la acompañé a la montaña, su salud me inquietaba. No veo la hora de que Maurice la examine y me gustaría que consultara a Talbot.
 Aquí estoy con otra protegida a mi cuidado. Cuando dejé a Colette, el miércoles después de cenar, el tiempo era tan agradable que fui en coche hasta el Quartier Latin; me senté en las sillas de la terraza, fumé un cigarrillo. En la mesa de al lado había una chiquilla que devoraba con los ojos mi paquete de Chesterfield, me pidió un cigarrillo. Le hablé; eludió mis preguntas y se levantó para irse; alrededor de quince años, ni estudiante ni prostituta, me intrigaba; le propuse llevarla a su casa en coche. Se negó, vaciló, y terminó por confesar que no sabía dónde ir a dormir. Por la mañana se había escapado del Centro en el cual le había alojado la Asistencia Pública. La he tenido en casa dos días. Su madre, más o menos atrasada mental, su abuelo, que la detesta, han renunciado a sus derechos sobre ella. El juez que se ocupa de su caso le ha prometido enviarla a un Hogar donde le enseñarán un oficio. Mientras tanto, vive "provisoriamente" desde hace seis meses en esa casa de la cual no sale nunca -salvo el domingo para ir a misa, si quiere- y donde no le dan ninguna tarea para hacer. Están allí unas cuarenta adolescentes, materialmente bien cuidadas, pero que languidecen de aburrimiento, de desgana, de desesperación. Por la noche se le da a cada una un somnífero. Se las arreglan para no tomarlo y guardarlo. Y un buen día se tragan de golpe toda la reserva. "Una fuga, una tentativa de suicidio: es lo que hace falta para que el juez se acuerde de una", me dijo Marguerite. Las fugas son fáciles, frecuentes, y si no duran mucho tiempo no acarrean consecuencias.
 Le he jurado que removería cielo y tierra para conseguir que la transfieran a un Hogar y se dejó convencer para regresar al Centro. Yo hervía de cólera cuando la vi franquear la puerta, cabizbaja y arrastrando los pies. Es una hermosa jovencita, nada tonta, muy gentil, y que no pide otra cosa que poder trabajar: le están destrozando su juventud, a ella y a millares de otras. Mañana hablaré por teléfono al juez Barron.
 ¡Qué duro es París! Aun en estos pegajosos días de otoño esa dureza me oprime. Esta noche me siento vagamente deprimida. He hecho planes para transformar la habitación de las chicas en un living más íntimo que el despacho de Maurice y la sala de espera. Y me doy cuenta de que Lucienne ya no vivirá nunca más aquí. La casa estará tranquila, pero muy vacía. Me atormento sobre todo por Colette. Felizmente, Maurice regresa mañana.

 Miércoles, 22 de septiembre

 Esta es una de las razones -la principal- por las cuales no tengo ninguna gana de atarme a una tarea: difícilmente soportaría no estar totalmente a disposición de quienes me necesitan. Paso casi todo el día a la cabecera de la cama de Colette. Su fiebre no baja. "No es grave", dice Maurice. Pero Talbot pide que le hagan análisis. Ideas aterradoras me pasan por la cabeza.
 El juez Barron me ha recibido esta mañana. Muy cordial. El caso de Marguerite Drin le parece lamentable: y hay millares parecidos. El drama es que no existe ningún lugar para alojar a estas chicas, no hay personal capaz de ocuparse de ellas adecuadamente. El gobierno no hace nada. Entonces, los esfuerzos de los jueces, de las asistentes sociales se estrellan contra una pared. El Centro donde se encuentra Marguerite no es más que un lugar de tránsito: al cabo de tres o cuatro días deberían haberla mandado a otra parte. ¿Pero dónde? No hay nada. Las chicas se quedan allí, donde no se ha previsto nada para ocuparlas en algo ni para distraerlas. Así y todo, tratará de encontrar un lugar, en algún sitio, para Marguerite. Y va a recomendar a las asistentes del Centro que me autoricen verla. Los parientes no han firmado el papel que les privaría definitivamente de sus derechos, pero no se trata de que nuevamente se hagan cargo de la niña; ellos no lo desean y también para ella sería la peor solución.
 Salí de Tribunales irritada contra la incuria del sistema. El número de delincuentes jóvenes aumenta; y no se contempla otra medida que redoblar la severidad".
    

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