domingo, 19 de julio de 2015

"La conciencia de Zeno".- Italo Svevo (1861-1928)


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Historia de una asociación comercial

 "La quinta persona admitida en nuestra oficina (contando también a Argo) fue Carmen. Yo asistí a su contratación. Había acudido a la oficina, después de haber estado con Carla y me sentía muy sereno, con esa serenidad de las ocho de la mañana del príncipe de Talleyrand. En el oscuro pasillo vi a una señorita y Luciano me dijo que quería hablar personalmente con Guido. Yo tenía algo que hacer y le rogué que esperara fuera. Poco después entró Guido en nuestro cuarto, evidentemente sin haber visto a la señorita, y Luciano vino a entregarle la tarjeta de presentación que aquélla traía. Guido la leyó y dijo, al tiempo que se quitaba la chaqueta porque hacía calor:
 -¡No! -pero en seguida vaciló-. Tendré que hablarle por consideración a quien la recomienda.
 La hizo entrar y yo la miré sólo cuando vi que Guido se había lanzado de un salto hacia su chaqueta para ponérsela y se había vuelto hacia la muchacha con la hermosa cara morena y ruborizada y los ojos chispeantes.
 Ahora estoy seguro de haber visto muchachas tan bellas como Carmen, pero no de una belleza tan agresiva, es decir, tan evidente al primer vistazo. Por lo general, a las mujeres las creamos primero con nuestro deseo, mientras que aquélla no necesitaba esa primera fase. Al mirarla sonreí e incluso reí. Me parecía semejante a un industrial que corriera por el mundo gritando la excelencia de sus productos. Se presentaba en busca de un empleo, pero a mí me habría gustado intervenir en los trámites para preguntarle: "¿Qué empleo? ¿Para una alcoba?"
 Vi que no llevaba la cara pintada, pero sus colores eran tan precisos, tan azul su candor y tan semejante al de la fruta madura su rubor, que el artificio estaba simulado a la perfección. Sus grandes ojos castaños reflejaban tal cantidad de luz, que cualquiera de sus movimientos tenía gran importancia.
 Guido la había hecho sentarse y ella, recatada, miraba la punta de su paraguas o, con mayor probabilidad, su botita de charol. Cuando Guido le habló, alzó los ojos con rapidez y se los dirigió a la cara, tan luminosos, que mi pobre jefe quedó anonadado. Vestía con recato, pero de nada le servía porque su cuerpo anulaba cualquier recato. Sólo las botas eran de lujo y recordaban un poco al papel blanquísimo que Velázquez colocaba bajo los pies de sus modelos. También Velázquez, para hacer destacar a Carmen del ambiente, la habría pintado sobre un fondo negro de laca.
 Con mi serenidad, estuve escuchando serio. Guido le preguntó si sabía taquigrafía. Ella confesó que no, pero añadió que tenía mucha práctica de escribir al dictado. ¡Qué curioso! Aquella figura alta, esbelta y tan armónica, emitía una voz ronca. No pude ocultar mi sorpresa:
 -¿Está resfriada? -le pregunté.
 -¡No! -me respondió-. ¿Por qué me lo pregunta? -y se sorprendió tanto que la mirada con que me envolvió fue aún más intensa. No sabía que tenía una voz tan disonante y hube de suponer que hasta su orejita no era tan perfecta como parecía.
 Guido le preguntó si sabía inglés, francés o alemán. Le dejaba escoger, ya que aún no sabíamos qué lengua íbamos a necesitar. Carmen respondió que sabía un poco de alemán, pero muy poco.
 Guido no adoptaba nunca una decisión sin razonar:
 -No necesitamos el alemán porque yo lo sé muy bien.
 La señorita esperaba la palabra decisiva que a mí me parecía ya se había pronunciado y, para apresurarla, contó que en el nuevo empleo buscaba también la posibilidad de hacer prácticas y, por esa razón, se contentaría con un sueldo muy modesto.
 Uno de los primeros efectos de la belleza femenina en el hombre es el de hacerle perder la avaricia. Guido se encogió de hombros para dar a entender que no se ocupaba de cosas tan insignificantes, le fijó un sueldo que ella aceptó agradecida y le recomendó con gran seriedad que estudiara taquigrafía. Esa recomendación la hizo por consideración hacia mí, con quien se había comprometido al declarar que el primer empleado que contrataría sería un taquígrafo perfecto.
 Esa misma noche hablé de mi nuevo colega a mi mujer. No le gustó lo más mínimo. Sin que yo se lo hubiera dicho, pensó enseguida que Guido había tomado a su servicio a esa muchacha para hacer de ella su amante". 

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