"-Voyez, vous, monsieur, conservar la propia libertad intelectual, no someter la propia capacidad de apreciación, la independencia crítica, vale más que nada, ¿no es así? Por esa razón abandoné el periodismo y me dediqué a un trabajo mucho más gris: hacer de preceptor y secretario particular. Hay también bastante trabajo malo, desde luego; pero uno conserva la propia libertad moral, lo que llamaríamos en francés el propio quant à soi. Y cuando se oye una conversación interesante uno puede unirse a ella sin comprometer más opinión que la propia; o ponerse a escuchar y responder interiormente. ¡Ah, no hay nada como la buena conversación! ¿No es así? El aire de las ideas es el único aire que merece ser respirado. Así que nunca me he arrepentido de haber dejado la diplomacia o el periodismo, dos formas diferentes de la misma renuncia a uno mismo. Voyez, vous, monsieur -fijó sus ojos vivaces en Archer mientras encendía otro cigarrillo-, poder mirar a la vida a la cara: eso merece vivir en una buhardilla, ¿no lo cree? Pero resulta que hace falta ganar lo suficiente para pagar la buhardilla; y confieso que hacerse viejo siendo preceptor privado -o cualquier cosa "privada"- es casi tan escalofriante para la imaginación como una secretaría de segunda en Bucarest. Algunas veces siento que debería tirarme de cabeza: una zambullida intensa. ¿Cree usted, por ejemplo, que puede haber alguna oportunidad para mí en América, en Nueva York?
Archer le miró con ojos sorprendidos. ¡Nueva York para un hombre que había frecuentado a los Goncourt y a Flaubert, y que pensaba que la vida de las ideas era la única que merecía vivirse! Continuó mirando perplejo a monsieur Rivière, preguntándose cómo decirle que sus mismas ventajas y excelencias habrían de ser el inconveniente más seguro para su éxito.
-Nueva York..., Nueva York..., pero, ¿tiene que ser especialmente Nueva York?- tartamudeó, incapaz por completo de imaginar qué salida lucrativa podría ofrecer su ciudad natal a un hombre joven para el que una buena conversación resultaba ser lo único necesario.
Un rubor repentino cubrió la piel cetrina de Rivière.
-Ah..., pensé que en su metrópolis... ¿No es más activa allí la vida intelectual? -repuso; después, como si temiera haber dejado en su oyente la impresión de haberle pedido un favor, continuó apresuradamente-. Uno lanza sugerencias al azar, más para uno mismo que para los demás. En realidad, no veo ninguna perspectiva inmediata... -Se levantó de su asiento y añadió sin rastro alguno de embarazo-: Pero la señora Carfry estará pensando que ya debía haberle llevado a usted arriba".