Acto primero. Escena primera.
Una calle de Londres. Entra Gaveston leyendo una carta que ha recibido del rey.
Gaveston: "Mi padre ha fallecido. Ven acá, Gaveston, a compartir el reino con tu amado amigo." ¡Oh, palabras que me sacian de deleite! ¿Qué mayor felicidad puede caber a Gaveston que ser el favorito de un rey? Dulce príncipe, voy; que tus amorosos renglones habrían podido hacerme venir a nado de Francia y, como Leandro, expirar en la arena con tal de verte sonreír y tomarme en tus brazos. Para mis ojos de exilado la vista de Londres es como el elíseo a un alma a él recién llegada. No porque ame a esta ciudad ni a sus hombres, sino porque alberga al que me es tan caro, esto es, al rey, sobre cuyo pecho moriría contento aunque tuviese por enemigo al resto del mundo. ¿Necesitan las gentes del Ártico amar las estrellas cuando el sol brilla sobre ellos día y noche? Adiós, vil humillarse ante los orgullosos pares; que mi rodilla sólo se doblará ante el rey. En cuanto a la multitud, ¿qué son sino chispas arrancadas de los maderos quemantes de su pobreza? Antes trataría de halagar al viento que roza mis labios y huye... Pero, ¿quiénes son esos?
(Entran tres pobres hombres.)
Pobres: Los que necesita el servicio de Vuestra Señoría.
Gaveston: ¿Qué sabéis hacer?
Pobre 1º: Yo sé cuidar caballos.
Gaveston: Pero no tengo caballos. ¿Y tú?
Pobre 2º: Yo soy un viajero.
Gaveston: Veamos... Tú podrías ayudar a mi trinchador y contarme mentiras a la hora de yantar. Me gusta tu discurso y te tomaré. ¿Tú, qué eres?
Pobre 3º: Un soldado que ha luchado contra los escoceses.
Gaveston: Hospitales hay para los que están en tu caso. Yo no hago guerra alguna; por lo tanto, marchaos.
Pobre 3º: Adiós, y así perezca a manos de un soldado quien como recompensa quiere para ellos el hospital.
Gaveston: (Aparte.) Tanto me inmutan tus palabras como si un ganso, fingiéndose puercoespín, quisiera con sus plumas perforar mi pecho. Sin embargo, no cuesta trabajo hablar con afabilidad a las gentes. Así, lisonjearé a éstos y les haré vivir de esperanzas. (A ellos.) Ya sabréis que acabo de llegar de Francia y aún no he hablado a mi señor el rey. Si me aviene bien, os emplearé a todos.
Pobres: Lo agradecemos a Vuestra Señoría.
Gaveston: Ahora tengo que hacer; dejadme.
Pobres: Os esperaremos cerca de la corte. (Salen.)
Gaveston: Éstos no son hombres para mí. Yo necesito poetas exquisitos, ingenios, placenteros, músicos que con el tocar de una cuerda convenzan al dócil rey de que haga lo que se me antoje, porque la poesía y la música son su deleite. Prepararé por la noche mascaradas italianas, amenos discursos, comedias y agradables exhibiciones. Por el día, cuando salgamos, mis pajes irán vestidos de selváticas ninfas, y mis hombres, como sátiros disfrazados en las praderas, danzarán con sus pies de cabra un paso rústico antiguo. A veces, un gentil mancebo, con la apariencia de Diana, con un cabello que dore el agua cuando sobre ella se deslice, con brazaletes de perlas en torno a sus brazos desnudos y en sus manos juguetonas una rama de olivo para esconder esas partes que los hombres se complacen en ver, se bañará en una fuente, y allí cerca, uno, en guisa de Acteón, atisbará entre el follaje y por la enojada diosa metamorfoseado, como liebre correrá perseguido por aullantes sabuesos que le derribarán en tierra, donde fingirá morir. Cosas como éstas son las que más placen a Su Majestad. (Se detiene.) ¡Dios mío! Aquí vienen del Parlamento el rey y los nobles. Me apartaré".
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