Libro segundo
Comienza el
prólogo acerca de la Iglesia y de la sinagoga para que tú, lector, conozcas de
la manera más completa sus características propias, y quiénes forman parte de
cada una
«Iglesia es un vocablo griego, que en latín
se traduce por asamblea, porque llama a todos los hombres a pertenecer a ella.
Católica significa universal, del griego «kata» y «oíos», es decir, según la
totalidad. Pues no se limita como los conventículos de los herejes a algunas
zonas de las regiones, sino que se difunde extendida por todo el orbe de la
tierra. Esto lo afirma el Apóstol en su carta a los Romanos, diciendo: Doy gracias a Dios por todos vosotros,
porque vuestra fe es alabada en el mundo entero (Rom 1,8). Por eso también
es llamada universal, que viene de uno, porque se reagrupa en unidad. De ahí
que el Señor diga en el Evangelio: el que
no recoge conmigo, desparrama (Mt 12,30). ¿Por qué, si la Iglesia es una,
escribe Juan a las siete Iglesias, sino para dar a entender que la única
Iglesia católica está llena del espíritu septiforme? Como sabemos que Salomón
dijo acerca del Señor: la sabiduría ha
edificado una casa, ha labrado sus siete columnas (Prov 9,1). Estas
columnas no se duda que sean una, según el Apóstol que dice: la Iglesia del Dios vivo, columna y
fundamento de la verdad (1 Tim 3,15). Comenzó la Iglesia en el lugar donde
vino del cielo el Espíritu Santo y llenó a los que estaban reunidos en un mismo
lugar. Durante su existencia terrena la Iglesia es llamada Sión, porque,
situada desde la lejanía de su peregrinación, mira en lontananza la promesa de
los bienes celestiales: por eso lleva el nombre de Sión, que significa «mirar
desde la atalaya». Pero en relación con la paz de la patria futura, su nombre
es Jerusalén; pues Jerusalén significa «visión de paz». Allí, destruida, es
decir, devorada toda adversidad, poseerá la visión de la presencia de la paz,
que es Cristo. La Iglesia se compone de éstos: Cristo, los ángeles, los
patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, los clérigos, los
monjes, los fieles y los religiosos. Esta Iglesia es llamada también el cielo,
en el que el sol, la luna y las estrellas, de las que hemos hablado antes,
irradian con las luces de sus virtudes. Cristo es llamado así por el crisma, es
decir, la unción. Estaba ordenado a los judíos que hiciesen un ungüento
sagrado, con el que pudieran ser ungidos los que eran llamados al sacerdocio o
a la dignidad real. Y así como ahora un manto de púrpura es la señal de dignidad
real, así para ellos la unción sagrada confería nombre y potestad real. De aquí
que Cristo venga de crisma, que significa unción, pues la palabra griega crisma
se dice en latín unción. También la Iglesia, hecha espiritual, aplicó el nombre
al Señor, porque fue ungido por Dios Padre con el Espíritu Santo, como se dice
en los Hechos de los Apóstoles: en esta
ciudad se han aliado contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido (Hech
4,27), no con óleo visible, sino con el don de la gracia, que se significa en
el ungüento visible. Pues Cristo no es el nombre propio del Salvador, sino
designación común de potestad. Cuando se dice Cristo, es un nombre común de
dignidad. Si decimos Jesucristo, estamos hablando del Salvador. El nombre de
Cristo no existió en ninguna región, ni en otro pueblo, sino sólo en aquella
región donde Cristo era anunciado por los profetas y donde iba a venir. Pues el
mismo Hijo unigénito de Dios Padre, siendo igual que el Padre, por nuestra
salvación tomó nuestra forma de siervo, para abrir a los hombres un camino de
salvación hacia el cielo. Es Dios y Hombre, porque es Verbo y carne; de aquí
que se diga que es doblemente engendrado, porque el Padre le engendró sin madre
en la eternidad, y porque la Madre le engendró sin el Padre en el tiempo. Se le
llama Unigénito, según la dignidad divina, porque no tiene hermanos;
Primogénito, conforme a su condición humana, porque por la adopción de la
gracia se ha dignado tener hermanos, de los que es el primogénito. Se dice
Mesías en hebreo, en griego Cristo, en latín Ungido. Se llama Jesús en hebreo,
Sotero en griego, Salvador en latín, porque él salvará a su pueblo. Así como
Cristo hace referencia a Rey, así Jesús hace referencia a Salvador. Así que no
nos salva un rey cualquiera, sino nuestro Rey Salvador.
Ángeles es palabra griega, que en hebreo es
«Malakot», y en latín significa mensajeros, porque anuncian a los pueblos la
voluntad del Señor. La palabra ángeles hace referencia a la función que
desempeñan, no a su naturaleza, pues siempre son espíritus; pero cuando son
enviados, se les llama ángeles, a los que la audacia de los pintores les
representa con alas, para dar a entender su rapidez de desplazamiento a todos
los lugares. Así como también los poetas dicen del viento que tiene alas, por
su velocidad. Por eso dice la Sagrada Escritura: sobre las alas del viento te deslizas (Sal 104,3). Nueve son las
categorías de ángeles que cita la Sagrada Escritura: ángeles, arcángeles,
tronos, dominaciones, virtudes, principados, potestades, querubines y
serafines. Diremos a continuación, al explicar sus funciones, el porqué de sus
nombres.
Se llaman Ángeles porque son enviados del
cielo para dar un mensaje a los hombres. Ángel en griego significa mensajero en
latín. Arcángeles en griego quiere decir los mensajeros principales. Los que
anuncian las noticias pequeñas o mínimas son ángeles; los que anuncian las
noticias principales son arcángeles. Se les conoce por arcángeles, porque
tienen la primacía entre los ángeles. «Archos» en griego, en latín significa
Príncipe. Son los caudillos y príncipes, bajo cuyas órdenes se les designan las
misiones a cada uno de los ángeles. Así como en la tierra hay caudillos y
príncipes, tribunos y centuriones, que tienen autoridad sobre los hombres, así
también los arcángeles presiden a los ángeles. Lo atestigua el profeta
Zacarías, diciendo: En esto el Ángel que
hablaba conmigo se adelantó; otro Ángel salió a su encuentro y le dijo: corre,
habla a ese joven y dile: como las ciudades abiertas será habitada Jerusalén
(Zac 2,8). Si, pues, en las funciones propias de ángeles los superiores no
ordenasen a los inferiores, no habría podido saber por medio de un ángel lo que
el otro ángel quería que dijera al hombre. Algunos de los arcángeles tienen
nombres propios, para que sus mismos nombres designen la tarea que se les
encomienda. Gabriel en hebreo, se traduce en nuestra lengua por fortaleza de
Dios: donde haya de manifestarse el poder y la fortaleza divina, allí es
enviado Gabriel. Por eso en el tiempo en que el Señor iba a nacer y triunfar
del mundo, vino Gabriel a María, para anunciar que el que venía a derrotar a
los poderes del aire se dignaba venir humilde. Miguel quiere decir quién como
Dios. Cuando en el mundo se realiza algo de poder admirable, es enviado este
arcángel. De su misión proviene su nombre, porque nadie puede realizar lo que
Dios puede. Rafael significa salud o medicina de Dios: donde hay necesidad de
curar y sanar, Dios envía a este arcángel y por eso se llama medicina de Dios.
Este mismo arcángel fue enviado a Tobías, aplicó a los ojos su remedio y,
eliminada la ceguera, le restituyó la vista, pues el significado del nombre
designa la misión del arcángel. Uriel significa fuego de Dios, como leemos que
apareció el fuego en la zarza. Leemos también que el fuego fue enviado desde lo
alto y que había realizado lo que se le había ordenado. Los tronos,
dominaciones, principados, potestades y virtudes, nombres con los que el
apóstol abarca la total comunidad celestial, designan órdenes y dignidades
angélicas.
Y por esta misma distribución de funciones, unos se llaman tronos,
otros dominaciones, otros principados, otros potestades, en virtud de
determinadas dignidades con las que se distinguen entre sí. Las virtudes
ejercen ciertos ministerios angélicos, por los que se realizan en el mundo
signos y milagros; por eso se llaman virtudes. Son potestades aquellos a
quienes se someten los poderes enemigos. Se les llama potestades porque los
espíritus malignos se someten a su poder, para que no hagan al mundo todo el
daño que desean. Principados son aquellos que están al mando de las milicias
angélicas, y reciben el nombre de principados porque disponen de los ángeles
subordinados para cumplir el ministerio divino. Pues unos son los que sirven y
otros los que están en pie delante de él. Como se dice en Daniel: miles de millares le servían, miríadas de
miríadas en pie delante de él (Dan 7,10). Dominaciones son aquellos que
tienen incluso mayor dignidad que las virtudes y principados. Se llaman
dominaciones porque están al mando de todos los ejércitos angélicos. Los tronos
son grupos de ángeles, que en latín se designan por la palabra Sedes.Y se
llaman tronos porque los preside el Creador y por medio de ellos transmite sus
órdenes. Querubines son los que ejercen los más sublimes poderes celestiales y
ministerios angélicos; su nombre hebreo se traduce a nuestro idioma por
magnitud de ciencia. Son el más sublime ejército de ángeles, porque, al estar
más cerca de la sabiduría divina, están mucho más llenos de ella que los demás.
Ellos son aquellos dos vivientes sobre el propiciatorio del arca, hechos de
metal, porque debían significar la presencia de los ángeles, en medio de los
cuales se manifiesta Dios. Los serafines, también de forma semejante, son
aquella multitud de ángeles que del hebreo se traduce en latín por ardientes o
encendidos; y se llaman así porque entre Dios y ellos no hay ningún grupo de
ángeles. Y así, cuanto más cerca permanecen delante de Dios, tanto más son
inflamados por la claridad de la luz divina. Ellos son los que ocultan la faz y
los pies del que se sienta en el trono de Dios.
Y por eso los restantes grupos de ángeles no
pueden ver plenamente la esencia de Dios, porque le cubren los serafines. Estos
nombres de milicias angélicas son nombres especiales de una categoría de
ángeles, de tal manera que, sin embargo, son en parte comunes a todas. Pues
aunque los tronos son llamados de forma especial el asiento de Dios en su
categoría de ángeles, sin embargo se dice por el Salmista: Tú que estás sentado sobre querubines (Sal 80,2). Pero estas
categorías de ángeles son designadas con nombres particulares, porque en su
categoría propia recibieron de una forma más plena esta peculiar función. Y
aunque sea común a todas las categorías angélicas, sin embargo son estas funciones
asignadas propiamente a la suya. A cada uno, como ya se ha dicho, le están
asignadas las funciones propias que, se dice, merecieron al comienzo del mundo.
Que los ángeles presiden los territorios y los hombres, lo afirma un ángel por
medio del profeta diciendo: El príncipe
del Reino de Persia me ha hecho resistencia (Dan 10,13). Está, pues, claro
que no hay lugar alguno que no presidan los ángeles. Presiden incluso los
auspicios de todas las obras. Esta es la jerarquía y distinción de los ángeles
que, después de la caída de los malos, permanecieron en el vigor celestial.
Pues después de caer los ángeles apóstatas, éstos permanecieron firmes en la
perseverancia de la eterna beatitud. Por eso se repite, después de la creación
del cielo en el principio: haya un firmamento;
y llamó al firmamento “cielo” (Gén 1,6). Manifestando sin duda que, después
de la ruina de los ángeles malos, los que permanecieron, consiguieron la
firmeza de la perseverancia eterna. Lejos ya de toda caída, no sucumbiendo ya a
ningún tipo de soberbia, sino permaneciendo firmes en la contemplación y en el
amor de Dios, no tienen ninguna otra cosa más agradable que aquel por quien
fueron creados. Los dos serafines que aparecen en el libro de Isaías
representan en figura al Antiguo y Nuevo Testamento. El que cubran la faz y los
pies de Dios significa que no podemos saber lo que sucedió antes de la creación
del mundo, ni lo que sucederá después del mundo, sino que sólo vemos lo que
está en medio, gracias a su testimonio. Cada uno de ellos tiene seis alas,
porque en el siglo presente, de la creación del mundo sólo sabemos la obra de
los seis días. Y se gritan el uno al otro por tres veces: Santo, para dar a
entender el misterio de la Trinidad en una sola divinidad.»
[El
texto pertenece a la edición en español de Biblioteca de Autores Cristianos,
2004, en traducción: Alberto del Campo Hernández, Joaquín González Echegaray y
Leslie G. Freeman. ISBN: 978-84-7914-732-7.]
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