martes, 12 de febrero de 2019

Don Juan y Fausto.- Christian Dietrich Grabbe (1801-1836)


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Acto cuarto
Escena tercera

«Don Juan: (se pone serio por un momento.) Por mi honor, ¡eso ya es mucho! ¡Matar ladrones
no sería nada, pero casarse! ¡Casarse! ¡Ja!
Es el invierno, que parece que con la fuerza
del hielo sujeta la ola del arroyo / y a la vez la congela...
Es el intento alevoso y artificial / de atraer el sentimiento más libre y divino
desde la libertad del bosque hasta una casa de familia
(un sentimiento tan delicado que el menor contacto / -¿no lo he comprobado ya personalmente?- hace que
se disuelva, como pólvora ante fuego); / vale decir, el intento de convertir ruiseñores
en pájaros enjaulados, un ardor que nunca / se debe ni se puede volver costumbre,
y que, aun si sólo momentáneamente cual rayo / nos atraviesa, nos hace temblar ante la
aniquilación, para degradarlo a algo / normal, vulgar... Un hálito helado
sopla, mortífero, alrededor nuestro... pero no es / sino una llama frente a la idea de
casarse. ¡Ja! ¡A la chica que amo, / la abrazo; si la odio o si posee
dinero, la desposo!
 Leporello: Señor, esto en parte, / vale para mi casamiento con Isabel.
La odio como a un sapo. Lo entenderéis / apenas os lo explique: lo poco que había
para amar en ella, ya lo he gozado; / y la comida, lo sabéis, no se come dos veces.
 
(Don Juan quiere seguir subiendo. Leporello lo detiene.)
 
Señor, ¡alto! Aquí se abre un abismo.
 Don Juan: Rodeémoslo.
 Leporello: ¡Y ved! Más allá alguien cruza las piedras / como si fuesen cercas.
 Don Juan: Ha de ser / el Caballero diabólico que nos delató
el escondite de la señora y que nos ofreció / su ayuda.
 Fausto: (aparece.) ¡No, hombre! No es él; / él ya está cumpliendo el merecido castigo.
Es Fausto en persona.
 Don Juan: ¡Fausto en persona! ¡Ah, qué héroe! / Yo soy Don Juan, ¡y lo soy en persona!
 Leporello: Señor, corramos... es un mago... / Es capaz de matarnos, de destruirnos... de convertir
a vuestra merced en liebre y a mí en león.
 Don Juan: ¡Me río de toda la magia! Podrá / divertir, fingir, cambiar frentes y rostros,
pero al espíritu no podrá cambiarlo / jamás... él o perece, o permanece siempre
inalterable. Aunque me convierta en liebre / y tú en león, siempre seré Don Juan
y tú serás Leporello, mi criado.
 Fausto: ¡Retrocede, Juan, nunca conseguirás a la / que buscas!
 Don Juan: Mientras respiro, espero firmemente / obtenerla.
 Fausto: Huye, te digo, de / la erupción de mi poder.
 Don Juan: ¿De tu poder? / ¿De eso que ni siquiera alcanza para
alegrarte a ti, debilucho, cuyo pecho / es tan frágil que anhelaba las llamas del infierno
mientras aún los frescos manantiales de la vida / fluían alrededor?
 Fausto: ¡Feliz el esclavo en cadenas, / si no conoce la libertad!
 Don Juan: ¿Quién lleva cadenas? / ¿Quién ataca con poder sobrehumano
el corazón de Ana y no es capaz de expugnar / ese rinconcito?... ¿Para qué lo suprahumano
si sigues siendo humano?
 Fausto: ¿Para qué humano / si no aspiras a lo suprahumano?
 Don Juan: El superhombre, sea ángel o demonio, / es tan ajeno al amor de las mujeres como lo es
cualquier cosa infrahumana, sea un zambo, / una rana, o un mono... y amigo mío,
¡soy yo el que vive en el corazón de Doña Ana!
 Leporello: Estamos perdidos, señor... Os pasáis de la raya... / Permitid que me agarre de vuestra capa...
 ¡Tormenta y borrasca brotan de esos ojos!
 Fausto: ¡Ja!, ¡Si es verdad, como hace tiempo lo temo, /arrancaré de cuajo el corazón de Ana,
y con tu imagen! Y a ti te echaré / ante la sepultura del Gobernador,
acaso el único lugar de la tierra en el que / tiemblas ante los espíritus.
 Don Juan: ¡Te equivocas! / ¡No tiemblo ante ti ni ante espíritus!
 Fausto: ¡Espíritus, / llevadlo hacia allí!
 Leporello: Llevadme, señor... ¡Ved, nubes, vientos! / ¡Ah, y encima ahora pierdo mi lindo gorro!
 
 (Don Juan y Leporello, por indicación de Fausto, son arrebatados por la tormenta.)
 
 Fausto: ¡Lo ama! ¿Debo hacerla añicos?... / ¡El diablo tenía razón, no me mintió cuando
dijo que alguna vez me amó indeciblemente! / Sólo el que ha amado conoce el odio y la ira.
Sólo el que ha sido muy devoto se convertirá en Satanás.
Sólo el que ha sido Satanás puede ser un buen mojigato.
A Doña Ana, a esa que me desprecia... / ¿Quién podría decir si la amo o la odio más? (Sale.)»
 
       [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2007, en traducción de Marcelo G. Burello y Regula Rohland de Langbehn. ISBN: 978-84-376-2357-3.]
  

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