sábado, 3 de marzo de 2018

Retahílas.- Carmen Martín Gaite (1925-2000)


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 E. Tres

«-Qué pregunta, hombre. Pues claro que lo noto. ¿Crees que iba a hablar así si tú no me escucharas como lo estás haciendo? Dicen que hablando se inventa, que hay gente a la que hablando se le calienta la boca, hablar es inventar, naturalmente que se le calienta a uno la boca, lo pide el que escucha, si sabe escuchar bien, te lo pide, quiere cuentos contados con esmero; los niños más que nadie porque son los más sanos y no confrontan luego cuento con realidad, les vale como salió, como se lo has contado y solamente así, lo dejan acuñado en aquella versión para siempre jamás. Al hablar perfilamos, claro que sí, inventamos lo que antes no existía, lo que era puro magma sin encarnar, verbo sin hacerse carne, lo que tenía mil formas posibles y al hablar se cuaja y se aglutina en una sola y única, en la que va tomando; poder hablar, Germán, es una maravilla, tan fácil, además, sacas de donde hay siempre, de lo que nunca falla, eliges sin notarlo una combinación, sin pararte a pensar ni por lo más remoto "sujeto, verbo, predicado", no se te plantea, eso se queda para cuando escribes; por costumbre que tengas de escribir, aunque sea una carta sin pretensión de estilo, es otro cantar, qué van a salir las cosas como cuando hablas, hay una tensión frente al idioma, no se puede ni comparar. Y el discurso mental, cuando piensas a solas, también es diferente porque entonces no existen propiamente palabras o están como en sordina, fantasmas agazapados en un cuarto oscuro; algunos dicen que según piensan van hablando ellos para sí, pero yo no lo creo, te digo la verdad, de las palabras que no suenan no me fío ni un pelo, a no ser esas veces que piensas en voz alta de puro acalorarte, en ese caso, bueno, cuando te figuras delante de ti a una persona ausente a quien te pide el cuerpo implorar o reñir o convencer de algo y el deseo de verla te la convoca enfrente y te suelta la lengua, pero sin ese esfuerzo de figurarte la cara de otro que te escucha, las palabras no nacen, nada las espabila ni las dibuja, puro montón inerte de reserva, y mientras la lengua se quede quieta, pegadita al paladar, ¿qué se saca en limpio?, nada. Hablar es lo único que vale la pena, tenía razón tu amigo anoche, qué prodigio, si bien se mira, y no sé por qué no se mira bien, nos consolaría de todos los males; yo te aseguro que algunas veces me quedo pasmada y pienso: "Pero, ¿cómo no nos chocará más lo fácil y lo divertido que es hablar, un juguete que siempre sirve y nunca se estropea?", claro que si nos chocara, adiós naturalidad, las palabras sentirían el estorbo enseguida, se espantarían como las mariposas cuando notan que alguien está al acecho para cogerlas; no sé, ya no podría ser, no surgirían a sus anchas así en fila como salen, sin sentir, que es que no se agotan y parece que no les cuesta trabajo, hay que darse cuenta, empiezas y ¡hala!, tiradas enteritas, retahílas de palabras, mira si no esta noche, sin tener que ir más lejos a buscar el ejemplo, fíjate el esfuerzo que supondría escribir esto mismo que ahora te voy diciendo, qué pereza ponerse y las vacilaciones y si será correcto así o mejor será de esta otra manera, si habrá repeticiones, si las comas, para sacar un folio o folio y medio hay veces que sudamos tinta china, y en cambio así, nada, basta con que un amigo te pida "cuéntame" para que salga todo de un tirón. ¿Que por dónde se empieza?, pues por donde sea, no miras si es un verbo o una exclamación lo que sale primero, ni el que te oye tampoco lo mira, pero entiende y tú lo sabes que te está entendiendo, lo notas en que se ríe, en que te mira, en que te sigue prestando atención; no necesitas estarle preguntando a cada momento que si te entiende, te basta con que esté allí y te atienda, lo que decía anoche la abuela tocándome los dedos: "¿estás ahí, verdad? No te vayas", y a ti Pablo lo mismo cuando estabais hablando en la playa, eso es lo fundamental, que no se te vaya el interlocutor, que no se te duerma, basta con eso. Ya ves lo charlatana que me he vuelto esta noche, pues la causa eres tú, me puedo pasar meses, ya ves, aunque te extrañe, sin desplegar los labios más que para tratar cuestiones prácticas, todo esto de hoy podía haberme muerto sin contárselo a nadie y -es más- sin que llegara a cobrar existencia para mí porque ni por las mientes se me estarían pasando semejantes retahílas con el orden que llevan si no estuvieras tú que me las vas guiando, y ese orden es su vida, su razón de existir; nunca lo había pensado, pero ahora lo veo clarísimo: las historias son su sucesión misma, su encenderse y surgir por un orden irrepetible, el que les va marcando el interlocutor, aunque no interrumpa, es según te mira, ahora las desvía por aquí, ahora por allá, a base de mirada, y nunca dan igual unos ojos que otros; el que oye, sí, ése es quien cataliza las historias, basta con que sepa escuchar bien, se tejen entre los dos, "dame hilo toma hilo", me ha hecho mucha gracia eso que le decías tú anoche a Pablo en la borrachera, lo has contado muy bien. Y cada mirada incuba una historia.
 A mí hoy me hacías falta tú, precisamente tú, menos mal que has venido. Sobre todo porque si no llegas a venir no me habría dado cuenta de la falta que me estabas haciendo, habría perdido la noche en dormir sin saberlo, le habría dicho a Juana: "tengo sueño, avísame si pasa algo" y punto final, habría echado el cierre, estaría tumbada en este sofá viendo paisajes sin huella, desfiladeros oscuros, habría delegado en Juana. Abdicar en ella siempre nos ha resultado cómodo, se sabe que está ahí, que no se mueve, yo creo que ni duerme, que no hace más que perdurar, esperar con los ojos bien abiertos algo que nunca llega y que ella misma no sabe lo que es, tal vez el cataclismo que hunda esta casa definitivamente y la sepulte a ella con las ruinas y sin embargo hay algo todavía que te impide decir "Juana vegeta, es un fósil, un sarmiento", y ese algo son los ojos por donde se le sale todo lo que no ha dicho de veinte años acá, los ojos la traicionan, gritan por ella, aún tienen la carga de sollozos infantiles, de luces de cohetes mientras ella bailaba, de miradas de fuego y de deseo, de aquella rebeldía que le asomaba a veces, todo eso contenido, pasado por el tiempo, ahumado, concentrado, qué mirar se le ha puesto, no es cosa de este mundo.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Destino. ISBN: 84-233-0995-9.]
 

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