¿Así son los frailes?
28 de junio
«El anecdotario del exilio se enriquece con detalles interesantes, demostrativos de la acción y reacción de los emigrados. Esta mañana, un español discutía con una negra, blanda y despeinada, el precio de una piña. Ella pedía cinco francos y él ofrecía tres. Sus palabras eran altisonantes y tenían ese calor de las polémicas de mercado. Un gendarme, fusil al hombro, se acercó, reprimiendo a la martiniqueña por el precio abusivo. Como la negra protestara, entre dientes, el gendarme la insultó soezmente, la empujó hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio y como aún protestara, de una patada, le arrojó, al suelo, todo el contenido de la gran cesta. Aguacates, mangos, piñas, mamoncillos y plátanos rodaron por la arena, llenando de perfume el ambiente.
Ante esta violenta actitud, el español sintió una oleada cálida dentro de sí. Su instinto resurgió, volcándose, con agria viveza, en bellísimas palabras. Por su mente pasaron todas las vejaciones sufridas por sus compatriotas en los campos de concentración y las desdichas se convirtieron en verbo. Le escupió al gendarme sus verdades:
-¿Por qué maltrata a la negra? Es una mujer como todas las mujeres, como las inglesas y las francesas; quizás mejor que ellas, más humana, más sencilla, más buena. Su risa es franca, su mirar sincero; su gesto, tranquilo, ¿por qué la enseña a odiar?
Y ante los ojos asombrados del gendarme, que no comprende esta reacción, y de las negras que se fueron agrupando en derredor, esta especie de Quijote, encarnado en un refugiado español, paga a la semiesclava del imperialismo galo, todo el precio de la mercancía.
Los representantes de algunos partidos comentan:
-Es un hecho lamentable, ¿qué dirán las autoridades de nosotros?
-No importa lo que digan y piensan las autoridades. Si no fuera así, ¿qué dirían los negros de nosotros? ¿Para qué tanta lucha, tanta sangre, tanta muerte y tanto desterrado? Si no fuera así, ¿por qué estar aquí? -diría yo.
Otra escena, conmovedora, fue cuando la vendedora de muñecas de color, engalanadas con el traje del país, ofrecía su mercancía a una madre que arrastraba a una niña de cada mano. Pide por ellas treinta o cuarenta francos. Las niñas se quedan absortas, mirando la muñeca. Es bella: tez morena, amplia falda de colores, lazos rojos y el pañuelo, sobre el pelo rizado, anudado en tres puntas, a la usanza martinica. La madre, por signos, dice a la negra que no tiene dinero. Cuando los corazones hablan, cuando las almas se entienden, la mímica es superior a la palabra. La cara de la vendedora se transforma, le brillan los ojos, sonríe, y en un gesto tierno, maternal, da a las niñas la mulata vestida de colorines.
Se ha sembrado simpatía y cariño entre los de la raza de color y esto siempre rinde sus frutos humanos. ¡Lástima que esta raza tenga que ser utilizada en la próxima guerra como carne de cañón!...
Se anuncia, para mañana, la partida, continuando el rumbo hacia México. Se ha verificado el cambio de la hélice y mañana, por la tarde, el Ipanema reanudará el viaje, zarpando de Fort-de-France hacia la isla de Santo Thomas, escala prevista, donde se proveerá de petróleo. Rápidamente, los pasajeros hacen compras, dilapidando el dinero, aquellos que mucho llevan, en ron, piñas, muñecas, sombreros de paja y abanicos.
Me encargan redacte un saludo de los libertarios españoles a todos los antifascistas del Ipanema. Así lo hago y éste sale publicado en el Diario de a bordo, con bastante retraso. Un párrafo dice así: Vamos a plasmar en aplicaciones prácticas, el anhelo liberador que siempre nos ha impulsado. Con responsabilidad y conciencia. Un mexicano, Amado Nervo, lo dijo ya: "Somos de raza de águilas y raza de leones. Tengamos esperanza. Nuestro destino empieza".
Un adiós verde
29 de junio
Los estudiantes de la Martinica ha dirigido un mensaje a la juventud española, en respuesta al remitido por los nuestros. Como dice un "ipanemismo": "Nosotros no hemos ido a la villa, pero la villa ha venido a nosotros".
Anunciada la salida para la una de la tarde, se ha agrupado mucha gente alrededor del Astillero. Muchos han llegado hasta el último pilote del muelle, para darnos la última prueba de afectuosidad.
La sirena del buque ha lanzado su bramido tristón y el barco, lentamente, ha salido del dique que durante tres días albergó su húmedo vientre. Los negros agitaron, en el aire, sus sombreros pajizos y las negras los pañuelos chillones. Una vendedora de frutas levantó sobre su cabeza las puntiagudas hojas de una piña. Era un adiós verde, color de esperanza. La despedida tropical era como un símbolo de fraternidad, bajo la caricia del sol antillano y frente a la ruta de Colón. El saludo del esclavo moderno al protagonista de la Odisea.
Los pasajeros cantaron diversos himnos populares. Sobre una piedra, una martinica del interior, que había venido desde su aldea atraída por las noticias que de los viajeros se divulgaban, lloraba sobre su sombrerito de paja ocre. Ignoraba que había habido una guerra de tres años en España y que un millón de hombres había perecido en la contienda. Alguien dio vivas a la libertad y a la Martinica.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Diario Público, 2011. Depósito legal: B-23619-2011.]
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