sábado, 10 de marzo de 2018

Pequeñas historias de la calle Saint-Nicolas.- Line Amselem (1966)


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 El plano
«El día que la maestra nos dijo que para el día siguiente teníamos que llevar dibujado el plano de nuestra casa, yo me vi en un apuro muy grande porque no tengo mucha imaginación. Entonces, al volver de la escuela, medí todas las paredes con la cinta métrica que Mamá utiliza para la costura. Con lo que encontré, tuve que apañármelas para hacer una casa normal. Lo único que tenía que hacer era añadir lo que faltaba y quitar un pedazo de la cocina para fabricar otro cuarto. La cosa no me salió del todo mal. Y, para el comentario, no me metí en muchos detalles. Como me faltaba bastante para rellenar la hoja, apunté que nada más abrir la puerta de abajo del edificio ya se sentía uno contento de volver a casa: "En invierno se siente calorcito y en verano un fresquito muy agradable". La frase me ocupó dos renglones más, por lo menos, eso sí que era verdad. Después, se me ocurrieron muchas cosas más, pero de las que no se pueden contar en la escuela y que más vale no decírselas a nadie y callarse la boca.
[...]
El cubo
 Si nadie lo menea, el cubo no huele. En casa no tenemos retrete y ninguno de los vecinos lo tiene. Los que viven en el tercero o en el quinto tienen el váter fuera, pero por lo menos está en el mismo piso. Sin embargo, nosotros vivimos en el segundo y nos las tenemos que apañar como podemos. En el cuarto de baño tenemos una cucha y un bidé. Se puede hacer pis fácilmente. Para el resto, ponemos un orinal dentro del bidé y así parece que estamos sentados en la taza. Mamá pone un cubo debajo del lavabo para echar todo en él. Después, se cierra la tapa del cubo, se lava el orinal y ya está. Poquito a poco, va subiendo el nivel, es divertido descubrir la cantidad que hay cada vez que se echa algo. A menudo, Mamá añade un chorreón de lejía por encima, entonces sale una espuma blanca que quita el color del plástico. Cuando el cubo está bastante lleno, pero no demasiado, mamá lo vacía en el inodoro a la turca del tercer piso. Alguna vez me toca hacerlo a mí. Pesa mucho y hay que ir con cuidado para que nadie se entere y, sobre todo, eso sí, hay que procurar no tropezar en un peldaño.
 A madame Tchividjian le gusta hablar mal de madame Cohen, que sube cubos del primer piso, y de madame Benameur, que los baja del cuarto. Se lo comenta a Mamá e insiste mucho para que Mamá le diga lo que le parece eso, como si no supiera que en nuestra casa también tenemos un cubo.
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El gallo al vino
Cuando murió mamá Esther, estuvimos de luto durante un año. Primero Papá desapareció de casa algunos días. Cuando volvió, le había crecido la barba y llevaba un sombrero. Se le veía rarísimo, y si le preguntábamos algo, sólo contestaba pasándonos la mano por la cabeza. Después, durante todo el año, ya no podíamos reír ni cantar. Mamá dejó de pintarse, cosió una tira de tela negra a la solapa de su abrigo y se recogió el pelo con una cinta ancha (se la hicieron quitar para sacarse la foto del carné de identidad francés). Y claro, tampoco se podía ver la tele.
 Pero lo malo es que, precisamente el mismo año en que faltó mamá Esther, empezó el programa L'île aux enfants, con el dinosaurio Casimir y Barrio Sésamo. En el colegio, los demás lo comentaban. Yo era la única que no podía decir nada. Una tarde mi amiga Magali Legal me invitó a verlo en su casa. Antes de pedir permiso me lo pensé muy bien, por lo de mamá Esther. Pero cuando por fin me atreví a hablar de ello, resultó que no tuve que insistir demasiado: me dijeron que podía ir con tal de volver enseguida, sin entretenerme.
 En casa de Magali hay dos cuartos: una habitación y la cocina. Magali tiene dos hermanos más mayores que nosotras, hasta tiene sobrinitos. El hermano que está casado vive en Normandía y el soltero también vive parte del tiempo en el pueblo. En la habitación, no acabé de entender dónde estaban las camas para cuatro personas. En la cocina, la tele estaba encima de la nevera. También había una mesa, un aparador de madera con platos bonitos y una bañera. Le pregunté a Magali si no le importaba lavarse delante de los demás y me dijo que se ponía el bañador.
Su mamá empezó a cortar un pollo que estaba sobre la mesa (en casa siempre lo asamos entero en el horno). Abrió la nevera, sacó verdura y después abrió una botella de vino tinto (en casa es siempre Papá el que abre el vino del quiddush, el viernes por la noche). Entonces, la mamá de Magali vació la botella entera en la olla. Veía cómo flotaban los trozos de zanahoria y la carne clara del pollo en el vino que parecía completamente negro.
 No me gustó mucho L'île aux enfants. El dinosaurio Casimir tiene cara de tonto y los monstruos de Barrio Sésamo tienen ojos saltones y son feos. Pero Magali no se lo pierde ni un solo día. Claro que, aunque ya tiene siete años, sigue creyendo en Papa Noel y, además, se chupa el dedo. Tanto, que le ha salido un bulto de piel dura y rasposa detrás del pulgar.
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El cine
 "Tanger era internacional". Mamá lo dice a menudo. No entendemos muy bien lo que significa eso, pero debe de ser algo fantástico, porque ella lo dice con mucho orgullo. Nos explica: "Por ejemplo, podías mandar una carta con un sello español o inglés o francés. Teníamos muchas oficinas de correos, teníamos de todo. León, ¿te acuerdas de esos bombones ingleses? ¡Qué buenos!" Los caramelos que le gustaban tanto a Mamá se llamaban Blue Bird, tenían un envoltorio de papel azul oscuro plateado. A nosotros nos gustaría probarlos también, los buscamos en el Monoprix de al lado de casa, pero no tienen.
 Mamá podía comer los que quería porque su hermana los vendía. Tenía cajas enteras. Tita sarita era taquillera en un cine. Allí los cines eran grandes y hermosos, con sillones de terciopelo rojo y las acomodadoras colocaban a los espectadores. Para conseguir asientos como Dios manda, la gente les daba buenas propinas. Estaba el cine Goya, el teatro Cervantes... En el puerto, Mamá vio a un actor americano, Tyron Power o Clarke Gable, cerca de un yate. La playa era de arena blanca finísima. No hacía frío y los extranjeros se bañaban incluso en pleno invierno.
 Una tarde, en casa, Mamá estaba viendo la tele con Papá, cuando de repente se puso a gritar: "¡Ven, mira, mira, Tánger era así!" Lo que vimos en la tele fue un callejón retorcido y oscuro en el que un hombre de espaldas y vestido con chilaba bajaba la pendiente montado en un burro dando saltitos. Mamá nos miraba sonriendo, como si eso fuera normal. Pero a nosotros nos pareció muy raro porque cuando nos cuenta historias de cuando era niña nunca aparecen moros. O a lo mejor es que nosotros no nos acordamos.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de la Editorial Xordica, en traducción de la propia Line Amselem. ISBN: 978-84-96457-70-6.]

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