6.-A una mujer
«Si te muestras casta, ¿por qué sólo conmigo? Si complaciente, ¿por qué no también conmigo?
7.-A un jovencito
Como soy pobre te parezco más deshonroso. Y lo cierto es que incluso el propio Eros va desnudo, y las Gracias y las estrellas. Veo también a Heracles en los cuadros cubierto con una piel de fiera y las más veces durmiendo en el suelo y a Apolo con un liviano calzón lanzando el disco, disparando el arco o corriendo; en cambio, los reyes persas viven con voluptuosidad y se entronizan altivos alegando como prueba de majestad su mucho oro. Por ello sufrieron de tan mala forma el ser vencidos por los indigentes griegos. Era un mendigo Sócrates, pero corría a cobijarse bajo su capa raída el rico Alcibíades. La pobreza no es motivo de reproche, ni la fortuna exime de culpa a nadie en su relación con el prójimo. Mira el teatro: el pueblo lo componen los pobres. Mira los juicios: los pobres se sientan en el tribunal. Mira las batallas: mientras que los ricos con sus armaduras de oro abandonan la formación, nosotros, en cambio, destacamos por nuestro valor. Y en la actitud que tenemos con vosotros, hermosuras, observa cuánta diferencia hay. El rico se ensoberbece con el que ha seducido, como si lo hubiera comprado. El pobre da las gracias como quien ha sido objeto de piedad. Aquél se vanagloria de su presa, el pobre guarda silencio. Además, el ilustre achaca la conquista a los recursos de su atractivo personal; el pobre, en cambio, a la benevolencia de quien la concede. El rico envía en calidad de mensajero a un adulador, a un parásito, a un cocinero y a los camareros; el pobre, a sí mismo, para no perder en estos menesteres el honor de hacerlo él mismo. El rico, cuando ha hecho un regalo, de inmediato queda de manifiesto, pues el asunto se pone en evidencia para la multitud de los que están al corriente, de manera que ninguno de los vecinos ni de los viandantes que por allí pasan se quedan sin conocer el hecho. El que tiene trato con un amante pobre pasa desapercibido, pues no va unida a la demanda la indiscreción, evita divulgarlo entre ajenos, para que no surjan rivales en amores entre los que son más poderosos que él (cosa fácilmente esperable), y no confiesa su suerte, sino que la oculta. ¿Qué más puedo decir? El rico te llama su amado; yo, mi dueño. Aquél su lacayo; yo, mi dios. Aquél te considera una parte de su patrimonio; yo, en cambio, todo lo mío. Por eso, si aquél se enamora de nuevo de otro, tendrá la misma disposición con él; el pobre, en cambio, se enamora sólo una vez. ¿Quién es capaz de quedarse contigo cuando estás enfermo? ¿Quién de quedarse en vela? ¿Quién de seguirte al campo de batalla? ¿Quién de interponerse ante una flecha disparada? ¿Quién de caer por ti? En todo eso soy rico.
19.- A un jovencito que se prostituye
Te pones en venta; así también los mercenarios. Y eres de todo aquel que te pague; así también los capitanes. De esta forma bebemos de ti como de los ríos; de esta forma nos apoderamos de ti como de las rosas. Los satisfaces porque te pones desnudo y te ofreces para que te examinen y eso es un privilegio exclusivo de la belleza porque goza de la capacidad de ser explícita. No te avergüences de tu complacencia, al contrario, enorgullécete de tu disposición. Pues también el agua está para todos, el fuego no es de uno, las estrellas son de todos y el sol es una divinidad pública. Tu casa es acrópolis de la belleza, los que entran sacerdotes, los de las guirnaldas embajadores y su dinero los diezmos. Gobierna con dulzura a tus súbditos, acepta sus dones y, aún más, déjate adorar.
26.- A una mujer
Me ordenas que no te mire y yo que no te dejes mirar. ¿Qué legislador ordenó eso, cuál aquello? Pero si ninguna de las dos cosas está prohibida, no te prives del elogio de exhibirte ni a mí de la facultad de deleitarme. La fuente no dice: "No bebas"; ni la fruta: "no me cojas"; ni la pradera: "no te acerques". Obedece, mujer, tú también las leyes y calma la sed del caminante al que tu estrella ha agostado.
30.-A una mujer casada
Uno solo es el acto, ya se haga con el marido, ya con el adúltero. Pero lo que en el peligro implica mayor riesgo es mayor también en recompensa. Pues no se goza igual de lo que se posee sin trabas que del placer prohibido, sino que todo aquello que es furtivo es más placentero. De la misma manera Posidón se camufló en una ola purpúrea y Zeus en lluvia de oro, en toro, en serpiente y en otros subterfugios, de donde Dioniso, Apolo y Heracles, los dioses fruto del adulterio. Y cuenta Homero que incluso Hera lo veía con deleite en aquella ocasión en que se reunió con ella a escondidas, pues cambió el privilegio del esposo por la clandestinidad del adúltero.
38.-A una mujer que se prostituye
Lo que a otros parece infame y merecedor de reproche, esto es, el que seas impúdica, descarada y complaciente, eso es lo que precisamente más me gusta de ti. Los caballos que admiramos son los que siguen su instinto y de los leones los que muestran su ferocidad y de las aves las que no bajan la cabeza. Pues bien, no haces nada extraño, si siendo una mujer que superas a muchas en belleza, miras con arrogancia y caminas enaltecida, como si una acrópolis de la belleza fuera aún más poderosa que la de los reyes (a vosotras os amamos, a aquéllos en cambio los tememos). Tú recibes un salario: también Dánae recibió oro; y aceptas coronas: también las aceptó la doncella Artemis; y te entregas a campesinos: también Helena a pastores, y con los citaredos te muestras complaciente: ¿dudas, acaso, si estás viendo a Apolo? No rechaces a los flautistas, pues también su arte es de las Musas. No desprecies a los esclavos, para que gracias a ti parezcan libres, ni a los que practican la cinegética o la cacería, que desacreditan a Afrodita, preciosa. Ni a los marineros: rápidamente se marchan , aunque Jasón, el primero que mostró arrojo en el mar, no está falto de honores. Pero tampoco a los mercenarios a sueldo: desnuda a esos arrogantes. A los pobres nunca te niegues: a ellos prestan oído los dioses. Honra al anciano por su vulnerabilidad y al joven enséñale, como a quien acaba de iniciarse. Al extranjero, si tiene prisa, retenlo. Eso hicieron Timágora, Laide, Aristágora y la Glicerita de Menandro, cuyas huellas también tú vas siguiendo. Te ofertas sabiendo cómo aprovecharlo y con la mente puesta en la oportunidad de tus negocios. Pues ni el fuego da tanto calor como tu aliento, ni la flauta emite tan dulce sonido como tus palabras.
58.- A un jovencito
Alabo que engañes al tiempo afeitando tus mejillas, porque con artificios se consigue retener lo que de forma natural se pierde, y es muy dulce recuperar lo que se ha perdido. Atiende mi consejo y deja que en tu cabeza crezca el cabello. Cuida tus rizos: que unos resbalen un poco por tus pómulos (cualquiera puede despejar fácilmente tus mejillas cuando quiera), y que otros reposen sobre los hombros, como dice Homero de los eubeos, que por la espalda les cae el pelo. Una cabeza florida es mucho más dulce que el árbol de Atenea, aunque de ninguna de las maneras esta acrópolis se puede quedar desnuda ni falta de adornos. Que se queden tus mejillas desnudas y nada entorpezca su luz, ni nube, ni niebla. Porque lo mismo que no es agradable ver unos ojos cerrados, así tampoco las mejillas pobladas de un joven hermoso. Por tanto, ya sea con fármacos, con afiladas navajas, con la punta de los dedos, con jabones o hierbas o con algún otro medio, haz que tu belleza sea más duradera. Así estarás imitando a los dioses, que nunca envejecen.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, en traducción de Rafael J. Gallé Cejudo. ISBN: 978-84-249-3613-6.]
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