miércoles, 7 de marzo de 2018

Siebenkäs.- Jean Paul Richter (1763-1825)


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Tercer tomo
Capítulo X

«A todo esto se añadió para Lenette un motivo de animadversión totalmente nuevo. El consejero secreto Blaise había extendido bajo cuerda el rumor de que su marido era ateo y no cristiano. Honestas solteronas y eclesiásticos se distinguen por llevar ventaja a los romanos vindicativos en tiempo de los emperadores, que frecuentemente hacían pasar al hombre más inocente por un cristiano, a fin de trenzarle una corona de mártir; las solteronas y los eclesiásticos citados, por el contrario, toman partido por un hombre afectado por tal sospecha y niegan que sea cristiano. Así se diferencian de los romanos y de los italianos de hoy que siempre dicen: ahí hay cuatro cristianos, en lugar de ahí hay cuatro personas. En San Ferieux, cerca de Besançon, la muchacha más virtuosa recibía un velo de cinco libras, y ese hermoso premio a la virtud, es decir, un velo moral de seis libras, a hombres como Blaise les gusta echarlo sobre las buenas personas. Por eso les gusta llamar a los pensadores infieles, y a los heterodoxos lobos, cuyos colmillos gustan de pulir y dentar; así los mejores aceros están marcados con un lobo.
 Cuando Siebenkäs contó a su mujer la noticia de Blaise según la cual él no era cristiano, a menos que fuera un cristiano descarriado, ella no hizo mucho caso por el momento, pues por nada del mundo podía pensar eso de un hombre al que estaba unida por lazos legítimos. Sólo más tarde le vino a la mente, que él, en el mes en que la sequía se había prolongado, había reprochado sin ambages, no solamente las procesiones católicas, desprovistas de todo valor para ella, sino también las oraciones protestantes contra las inclemencias del tiempo, preguntando: si las largas procesiones, las llamadas caravanas del desierto árabe, alguna vez habían provocado con todas sus oraciones meteorológicas una sola nube; o por qué los eclesiásticos sólo celebraban para parar la humedad y la sequía y no para inviernos rigurosos que, para los participantes al menos, atenuarían su rigor, o bien en Holanda contra las brumas o en Groenlandia contra las auroras boreales; también se asombraba mucho de que los paganos reconvertidos, que a menudo solicitan con éxito el sol cuando las nubes lo cubren, no solicitan tampoco el cuerpo solar (lo que sería mucho más importante), dado que en las regiones polares no aparece incluso en muchos meses por el cielo; o por qué, preguntaba finalmente, no actuamos en absoluto contra los grandes eclipses de sol, excepcionalmente placenteros para nosotros, sino que nos dejamos sobrepasar en ese dominio por lo salvaje, que finalmente los disipan con sus alaridos y sus súplicas. ¡Cuántas palabras al principio inocentes en sí mismas y hasta dulces, no se cargan de poder tóxico con el tiempo en el almacén, como el azúcar que ha permanecido treinta años almacenado! Estas palabras se hundieron ahora con fuerza en el corazón de Lenette cuando, sentada bajo el púlpito de Stiefel completamente constituido por apóstoles, le oyó recitar una oración detrás de otra, tanto a favor, tanto en contra de la enfermedad, la autoridad, un nacimiento, la recolección, etc... ¡Qué dulce se volvía ella al lado de Pelzstiefel, y sus hermosas prédicas se volvían verdaderas cartas de amor para su corazón! Además, los hombres de iglesia están muy próximos al corazón femenino; por eso originalmente en los juegos de cartas alemanes el corazón significa clerecía.
 ¿Qué hacía y pensaba Stanislaus Siebenkäs de todo esto? Dos cosas que se contradecían. [...]
 Con ese talante, un domingo en que ella volvía del sermón de la tarde de Stiefel, le hizo, con el corazón pesado de cólera, la sencilla pregunta de por qué antes iba tan poco a las prédicas de la tarde y ahora tan a menudo. Ella le respondió que lo hacía porque antes el predicador era Schalaster, y desde su dislocación de clavícula, lo sustituía en el púlpito el inspector de enseñanza; pero cuando esa clavícula estuviera restablecida, dios la librara de ir a sus oraciones. Poco a poco le fue sonsacando que al joven Schalaster lo tenía por un peligroso y pérfido hereje que se desviaba de las Sagradas Escrituras de Lutero porque creía en Mascheh, Jäsos Christos, Petros, Paulos y que para él todos los apóstoles terminaban en "os", haciendo enfadar a todas las almas cristianas, y que había llamado de una manera a la divina ciudad de Jerusalén que ni él mismo se atrevía a repetir; que desde entonces se había dañado la clavícula pero que no quería juzgar. "No lo hagas, querida Lenette", dijo Siebenkäs, "ese joven es, o bien miope o bien poco versado en el testamento griego, pues en él la u parece una o. Ay, cuántos Schalaster no dicen en tan diferentes ciencias y creencias Petros en lugar de Petrus y separan a los hombres sin necesidad ni piedra angular por el parentesco sanguíneo de las vocales".
 Esta vez, sin embargo, Schalaster les aproximó un poco. El abogado de los pobres se sintió aliviado de haberse equivocado y de que no solamente el amor de Stiefel, sino también el de la pura religión, hubiesen conducido a Lenette al oficio de la tarde. La distinción era ciertamente débil; pero en la necesidad se acepta cualquier consuelo. Así Siebenkäs se alegró secretamente de que su mujer no tuviera por el inspector el alto grado de amor que él había supuesto. No digas nada aquí contra esta minúscula tela de araña que nos sostiene, así como a nuestra felicidad; cuando la hemos hilado y sacado de nuestro ser, como la araña la suya, ella nos sostiene, y también como la araña, permanecemos medianamente bien en mitad de ella, protegidos, aunque el viento de la tempestad nos sacuda con la tela sin causarnos daño.»
 
[El extracto pertenece a la edición en español de la editorial Berenice, en traducción de Paula Sánchez de Muniain. ISBN: 978-84-15441-35-9.]
 

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