viernes, 2 de marzo de 2018

El fuego de los orígenes.- Emmanuel Dongala (1941)


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Capítulo cuarto
20

«-En fin -concluyó el empleado-, de algo sirve la desgracia; al menos hoy tenemos un eje de comunicación de primer orden. ¿Qué trabajo quiere hacer usted?
 -No importa siempre que gane un poco de dinero, porque ahora es lo que más cuesta en este mundo.
 -Vamos a ver.
 Se levantó, abrió un cajón y comenzó a sacar los expedientes. Mandala le contemplaba, admirado. No cabía duda, aquel muchacho tenía una parte del poder de los extranjeros, una parte mucho mayor de la que él, nganga Mankunku, podría tener nunca. En adelante sus investigaciones le parecerían inútiles, los más jóvenes actuaban mejor de lo que él podía hacerlo;  ya sólo tenía un deseo, integrarse por completo en esa vida ciudadana, hacer su trabajo, ganar dinero y olvidar todo lo demás. El empleado volvió a sentarse. Abrió una carpeta y sacó algunos papeles.
 -Bueno, voy a hacerle un favor especial puesto que es usted antiguo empleado de los ferrocarriles. Acabamos de recibir una locomotora del tipo Mikado y me han pedido que seleccione a alguien para convertirle en el primer maquinista indígena. Voy a proponerle a usted.
 -¿Qué quiere decir "maquinista"?
 -Aprenderá a conducir las locomotoras.
 Mankunku se quedó pasmado.
 -¿Qui... quiere usted decir que podré desplazar aquella pesada máquina, hacerla avanzar, atravesar montañas, túneles y puentes?
 El empleado se rio de la incredulidad de su interlocutor.
 -Claro, puede usted hacerlo y lo hará bien. Será el primero, de modo que será bueno, ¿verdad? Será un orgullo para nosotros y sobre todo para mí, que le he recomendado. ¿De acuerdo?
 Mankunku se veía ya en su locomotora. Se sentía orgulloso, poderoso; una amplia sonrisa iluminó su rostro.
 -Sí, claro de acuerdo. Realmente no sé cómo agradecérselo.
 -Oh, no me lo agradezca. Todavía no es seguro. Deme sus papeles.
 -¿Mis papeles? ¿Qué papeles?
 -Su documento de identidad, certificados de trabajo si tiene.
 -No tengo papeles.
 -¿No les daban recibos cuando cobraban los salarios?
 -No, nunca nos dieron ningún papel.
 -Ah, es cierto, siempre olvido que eran más unos trabajos forzados que un trabajo normal, remunerado con un salario. ¡Realmente eran otros tiempos!
 Reflexionó unos instantes.
 -Le haré un certificado aunque, realmente, no tengo derecho a hacerlo.
 Tomó una hoja de papel, un lápiz y comenzó a anotar los datos.
 -Apellido.
 -Mandala Mankunku.
 -¿Nombre?
 Silencio.
 -Otro nombre antes que éste, un nombre de Dios.
 -No tengo.
 -Pues bien, tendrá que elegir uno.
 Tomó el calendario y empezó a leer al azar: Thierry, Rodrigue, Hégésippe, Zacharie, Zéphyri...
 -¿Esos son nombres?
 -Sí.
 -¿Qué significan?
 -Bueno, esos nombres extranjeros no quieren decir nada.
 -Pues bien, si para tener trabajo lo necesito, deme uno.
 -Aguarde. -Cerró los ojos y dejó caer el lápiz sobre un nombre-: Maximilien. Eso es, se llama usted Maximilien Mandala Mankunku. ¿Qué le parece?
 -Muy bien.
 -¿Cuándo nació?
 De pronto, Mandala tuvo miedo de que el empleado dudara de su nacimiento, de modo que se lanzó a una larga exposición apasionada y caótica.
 -Nací a mitad del segundo mes de la estación seca, quince o dieciséis estaciones de lluvias antes de la llegada del jefe Bizenga, veintidós o veintitrés estaciones antes de que comenzara el reclutamiento para el ferrocarril. En el lugar donde nací, cerca del río, hay unas palmas. Mi poblado se llama Lubituku; todavía hay hombres y mujeres que pueden dar testimonio de mi nacimiento, aunque mi padre y mi madre están ya muertos. Le juro que, pese a las malas lenguas que cuentan tonterías sobre mi nacimiento, nací de verdad...
 Al empleado le sorprendió el apasionamiento de Mankunku por probar que se había producido, efectivamente, el nacimiento, como si un ser humano pudiera existir en esta tierra sin que una madre le hubiera parido.
 -Le creo, estoy seguro de que tuvo usted una madre, de ello no me cabe duda alguna. Sin embargo, es difícil determinar una fecha. Veamos, digamos que nació en julio y que tiene usted treinta y cinco años, no, es demasiado, treinta está mejor.
 Escribió en el papel el nombre de Maximilien Mandala Mankunku de veinticinco años.
 -Vaya a un fotógrafo y hágase dos fotos, vuelva mañana a la misma hora y tendrá sus papeles.
 -Muchas gracias. ¿Cómo se llama usted?
 -Poaty. Ambroise Poaty. Si no estoy en mi despacho, pregúntele a cualquiera, me conocen, yo me encargo de la contratación del personal indígena.
 -Gracias otra vez y hasta mañana.
 Salió de la oficina y se mantuvo un largo rato delante, para asegurarse de que no soñaba; sí, efectivamente había puesto los pies allí, le habían recibido con amabilidad e iba a volver mañana de nuevo. Se sonrió a sí mismo y comenzó a buscar un fotógrafo.»
 
[El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Del Bronce, en traducción de Manuel Serrat Crespo. ISBN: 84-7809-901-8.]
  

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