jueves, 8 de marzo de 2018

Ensayos.- Francisco Giner de los Ríos (1839-1915)


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15.-La enseñanza confesional y la escuela

«Entre las varias consideraciones con que se defiende la enseñanza confesional -esto es, de las religiones positivas- en la escuela primaria hay una de que conviene tomar nota para rectificarla. Sus partidarios alegan que sin espíritu religioso, sin levantar el alma del niño al presentimiento siquiera de un orden universal de las cosas, de un supremo ideal de la vida, de un primer principio y nexo fundamental de los seres, la educación está incompleta, seca, desvirtuada, y en vano pretenderá desenvolver íntegramente todas las facultades del niño e iniciarlo en todas las esferas de la realidad y del pensamiento.
 Esto, a nuestro ver, es indiscutible. Años ha que un insigne filósofo español tenido, sin embargo, por impío (como todo filósofo seglar en su tiempo), Sanz del Río, lo proclamaba en un memorable discurso cuyas páginas dan el más admirable testimonio de la concertada alianza entre la Religión y la Ciencia.
 Lo que falta probar es que la elevación de las almas por cima del horizonte visible, la formación del sentido religioso en el niño, requiere el auxilio de los dogmas particulares de una teología histórica, por sabia y respetable que sea, en vez de una dirección amplia y verdaderamente universal, atenta sólo a despertar en aquél esa quaedam perennis religio, ese elemento común que hay en el fondo de todas las confesiones positivas, como, en otro orden, lo hay en el de todos los sistemas filosóficos y en el de todos los partidos políticos, por divergentes y aun hostiles que entre sí parezcan. El mismo ateo -es decir, el ateo que piensa y se quiere llamar tal, no el ateo práctico, instintivo y conservador que diríamos, y al cual se le importa un ardite de todos estos problemas, aparentando a veces por conveniencia creer lo mismo que desprecia en sus adentros- entra a su modo en esa comunión universal, mejor quizá que muchos seudorreligiosos, pues ya dijo una autoridad inspirada: "¡Cuántos están en la Iglesia visible sin estar en la Iglesia invisible, y al contrario!"
 Precisamente si hay una educación religiosa que deba darse en la escuela es esa de la tolerancia positiva, no escéptica e indiferente, de la simpatía hacia todos los cultos y creencias, considerados cual formas ya rudimentarias, ya superiores y aun sublimes como el cristianismo, pero encaminadas todas a satisfacer sin duda en muy diverso grado -en el que a cada cual de ellas es posible-, según su cultura y demás condiciones, una tendencia inmortal del espíritu humano.
 Sobre esa base fundamental, unitaria y común, la más firme para toda edificación subsiguiente, sobre ese respeto y esa simpatía, venga luego a su hora para los fieles de cada confesión la enseñanza y la práctica de su culto, confiadas a la dirección de la familia y del sacerdote y consagradas en el hogar y el templo, donde podrán caber ya diferencias que en la escuela son prematuras sin otro fundamento que influjos subjetivos y sirven de frecuente estímulo para odiosas pasiones.
 Aun entonces allí esa enseñanza debe realizar, entre otras, dos condiciones esenciales: la primera, inspirarse en medio de su particularidad de un espíritu de reverencia y tolerancia; la segunda, procurar a toda costa hacerse accesible al educando, en vez de limitarse a que repita fórmulas abstractas, dogmas enigmáticos para él y oraciones ininteligibles cuyo mecanismo, impotente para despertar en su alma el sentido de las cosas divinas ni el de las humanas ni ninguno, le deja en realidad huérfano de toda educación religiosa.
 Por lo dicho, se comprende sin gran dificultad que, no sólo debe excluirse la enseñanza confesional o dogmática de las escuelas del Estado, sino aun de las privadas, con una diferencia muy natural, a saber: que de aquéllas ha de alejarla la ley; de éstas, el buen sentido de sus fundadores y maestros. Así es que la práctica usual en muchas naciones de Europa y en general donde existe una religión oficial, incluso entre nosotros, de establecer escuelas particulares para los niños de los cultos disidentes, católico, protestante, hebreo, etc. ha producido y producirá siempre los más desastrosos resultados, dividiendo a los niños, que luego han de ser hombres, en castas incomunicadas ya desde la cuna.
 La escuela privada o pública debe ser, no ya campo neutral, sino maestra universal de paz, de mutuo respeto, más aún, de amor, y despertar doquiera este espíritu humano desde los primeros albores de la vida. "Cuando se habla de Dios se puede hacer con elevación, sin herir la conciencia de nadie; la atmósfera de la escuela es religiosa para todos cuando está impregnada de buen sentido y de honradez", ha dicho uno de los fundadores de la admirable Escuela Modelo de Bruselas.
 Por esto también debe censurarse la manera como en ciertos pueblos, señaladamente en Bélgica y en Francia, han planteado la cuestión muchos defensores de la neutralidad confesional de la escuela, es decir, en nombre del llamado "libre examen" racionalista y en abierta hostilidad a una religión positiva o a todas. Así es como la denominación de enseñanza laica ha venido a ser en muchas ocasiones bandera agresiva de un partido, muy respetable, sin duda, pero que, en vez de servir a la libertad, a la tolerancia, a la paz de las conciencias y de las sociedades, sirve en esos casos para todo lo contrario.
 [...]  El movimiento emancipador que desde el siglo XVI, sobre todo, ha venido secularizando, por decirlo así, y consagrando la independencia del Estado, de la moral, de la ciencia, de la industria, de todos los órdenes humanos, ha excedido su fin en la Historia y declinado en un como ateísmo, que sólo quiere oír hablar de la vida presente y de los intereses terrenos.
 Conforme a este sentido, mucha parte de los defensores de la llamada "enseñanza laica" no lo son por razones jurídicas, ni por las exigencias de una educación verdaderamente racional, sino por combatir el influjo del clero católico o protestante, griego, etc. y fundar una supuesta educación "anticlerical, racionalista y republicana", etcétera. Olvidando que el mismo derecho que tiene la nación a que no se perturbe con preocupaciones e intolerancias la conciencia del niño, lo puede invocar exactamente lo mismo frente a frente del fanatismo anticatólico que del ultramontanismo o de la High Church o del Sínodo ruso; contra los partidos políticos, como contra los religiosos. Unos y otros ponen en peligro, profanan, más bien, la escuela y convierten la educación en obra exclusiva militante y sectaria.»  

[El extracto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial. Depósito legal: M.9317-1969.]

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