Capítulo tres: Lo que sigue al exceso de producción
«Un poeta griego de la época de Cicerón -Antíparos- cantaba en los siguientes términos la invención del molino de agua (para la molienda de trigo), que iba a emancipar a las mujeres esclavas y a traer la edad de oro:
"¡Ahorrad el brazo que hace girar la piedra, oh molineras, y dormid tranquilamente! ¡Que en vano os advierta el gallo que es de día! Dánae ha impuesto a las ninfas el trabajo de las esclavas y ahí están brincando alegremente sobre la rueda y ahí está el eje sacudido que con sus rayos hace girar la pesada piedra. Vivamos de la vida de nuestros padres y gocemos ociosos de los dones que la diosa concede."
Pero, ¡ay!, los ocios que el poeta pagano anunciaba no han llegado todavía.
La pasión ciega, perversa y homicida del trabajo transforma la máquina liberadora en instrumento de esclavitud de los hombres libres: su productividad los empobrece.
Una buena obrera no hace con su huso más de cinco mallas por minuto; ciertas máquinas hacen treinta mil en el mismo tiempo. Cada minuto de la máquina equivale, por consiguiente, a cien horas de trabajo de la obrera o lo que es igual: cada minuto de trabajo de la máquina concede a la obrera diez días de reposo.
Lo que es cierto para la industria de los tejidos lo es, más o menos, para todas las industrias renovadas por la máquina moderna.
Pero, ¿qué vemos? A medida que la máquina se perfecciona y sustituye con una rapidez y precisión cada vez mayor al trabajo humano, el obrero, en vez de aumentar su reposo en la misma cantidad, redobla aún más su esfuerzo, como si quisiera rivalizar con la máquina. ¡Oh, competencia absurda y asesina!
Para dar libre curso a esta competencia entre el hombre y la máquina, los proletarios han abolido las sabias leyes que limitaban el trabajo de los artesanos de las antiguas corporaciones, y han suprimido los días de fiesta.*
Pero, ¿acaso se cree que porque los obreros trabajaran entonces cinco días sobre siete, vivían sólo de aire y agua fresca, como cuentan los mentirosos economistas? ¡Venga ya! Ellos tenían ocios para probar los goces de la tierra, para hacer el amor y reírse y banquetear alegremente en honor a la jubilosa diosa Holgazanería.
La sombría Inglaterra, convertida en la mojigata del protestantismo, se llamaba entonces la "alegre Inglaterra".
Rabelais, Quevedo, Cervantes, los autores desconocidos de las novelas picarescas, nos hacen la boca agua con las escenas de aquellas monumentales comilonas con que se regalaban en aquella época entre dos batallas y dos devastaciones y en las que no se escatimaba en nada. Jordáens y la escuela flamenca de pintura nos las han reproducido en sus telas vivaces.
Sublimes estómagos gargantuescos, ¿qué os ha pasado? Sublimes cerebros que encerraban todo el pensamiento humano, ¿dónde habéis ido a parar? ¡Cuánto hemos degenerado y empequeñecido! La vaca rabiosa, la patata, el vino adulterado y el aguardiente prusiano combinados con los trabajos forzados, han debilitado nuestros cuerpos y encogido nuestras mentes. ¡Y es precisamente entonces cuando el hombre restringe su estómago y la máquina aumenta su productividad, cuando los economistas predican la teoría malthusiana, la religión de la abstinencia y el dogma del trabajo! Tendríamos que arrancarles la lengua y tirársela a los perros.
Como la clase trabajadora, en su ingenuidad y buena fe, se ha dejado adoctrinar y se ha arrojado ciegamente, con su impetuosidad nativa, al trabajo y a la abstinencia, la clase capitalista se ve condenada a la pereza y al goce forzado, a la improductividad y al sobreconsumo. Pero si el sobretrabajo del proletariado aniquila su carne y atenaza sus nervios, el exceso de consumo no es menos fecundo en sufrimientos para el burgués.»
*En la Edad Media, las leyes de la Iglesia garantizaban a los obreros 90 días de reposo al año -52 domingos y 38 días feriados- en los cuales estaba terminantemente prohibido trabajar. Fue éste el gran crimen del catolicismo, la causa primera de la irreligiosidad de la burguesía industrial y comerciante. Durante la Revolución, apenas asumió el poder, abolió los días de fiesta y reemplazó la semana por la década, a fin de que el pueblo no tuviera más que un día de descanso de cada diez. Libertó a los obreros del yugo de la Iglesia para someterlos mejor al yugo del trabajo. El odio contra los días feriados surge cuando la moderna burguesía industrial y comercial toma cuerpo, es decir, entre los siglos XV y XVI. Enrique IV pidió su reducción al Papa, quien se negó por ser "una herejía en boga tocar los días de fiesta". (Carta del cardenal de Ossat). Pero, en 1666, Péréfixe, arzobispo de París, suprimió 17 en su diócesis. El protestantismo, que era la religión cristiana acomodada a las nuevas necesidades industriales y comerciales de la burguesía, descuidó el reposo popular: destronó los santos del cielo para abolir sus fiestas en la tierra. La reforma religiosa y el librepensamiento filosófico no fueron más que pretextos de los que se valió la burguesía jesuítica y rapaz para escamotear al pueblo los días festivos. (N. del A.)
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