domingo, 25 de diciembre de 2016

"Soñé con elefantes".- Ivica Djikic (1977)

 
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   Dvor del Una

  «Magas abrió una carpeta de color azul claro que contenía por lo menos un centenar de folios. Miró por la ventana un momento, como si se resistiera a leer el informe que le habían entregado siguiendo las órdenes de Majstorovic. Fuera continuaba lloviendo y con la lluvia se disiparon los olores de ese desértico verano zagrebiense de 1991.
 
 A la pregunta de si sabía algo sobre la detención de las personas de la región de Zagreb contestó negativamente y declaró que todas las órdenes relacionadas con los registros de las viviendas, requisamiento de armas y detención de las personas de la región de Zagreb partían de Trusic, que dejaba notas con los detalles correspondientes en el despacho del pabellón 22 del recinto ferial de Zagreb, y entonces el primero en llegar al despacho recogía la nota y tenía la obligación de realizar los registros solicitados. Insistió en que nunca había efectuado un registro domiciliario por iniciativa propia, sino que cumplía órdenes de Trusic, Mercep o Mandjeral.
 A los detenidos no los ejecutaban enseguida, sino que los mantenían con vida durante unos días para que limpiaran, lavaran, descargaran municiones, etc.
 A ese hombre asesinado en el campo lo encontraron una mañana unos campesinos de un cercano pueblo croata. Él piensa que debieron informar a alguien y les dijeron que lo escondieran. Está seguro de que lo enterraron, pero no sabe dónde. En general, pocas veces asistía a los interrogatorios. Según afirma, "nos tocaba llevárnoslos y matarlos, nada más". Antes de liquidarlos hablaba con esa gente, les daba de fumar y les concedía sus últimos deseos. Todas las ejecuciones se efectuaban cumpliendo órdenes. No se podía hacer nada sin tener luz verde. Las ejecuciones se realizaban siempre de noche. Por costumbre, los detenidos cavaban las fosas de los que debían ser liquidados en ese momento. Ese trabajo lo llevaban a cabo dos o tres detenidos. De vez en cuando él se pasaba por la cárcel, y en una de esas ocasiones vio allí mucha gente, no sabe cuánta, piensa que se trataba de once personas a las que mataron en un sótano en Bujavica. Por lo general no estaba presente cuando otros ejecutaban, así que no sabe el número de personas que liquidaron otros.
 Se acuerda de que mantenía una buena amistad con Sasa. Sasa incluso le había regalado un jersey de lana y le había dado una escopeta. Un día antes de la ejecución pasearon por la ciudad y se divirtieron. Cree que con la orden de ejecutar a Sasa lo pusieron a prueba para ver cuán obediente y dispuesto estaba a cumplir con las órdenes. Opina que en caso de no haberlo hecho, él habría sido el siguiente.
 Con mis propias manos asesiné a setenta y dos personas, entre ellas nueve mujeres. No hacíamos distinciones, no preguntábamos nada, para nosotros ellos eran chetniks y enemigos. Lo más difícil es incendiar la primera casa y matar a la primera persona. Luego todo lo haces como siguiendo un patrón. Me sé los nombres y apellidos de todos los que maté.
 La orden era "limpieza étnica". Matamos a directores de Correos y de hospitales, dueños de restaurantes y algunos otros serbios. Matábamos de un tiro en la frente, porque no disponíamos de tiempo.
 Encerrábamos a los detenidos en el sótano de la escuela primaria y, cuando no cabían, también en las aulas. Cuando peor lo pasaban era de noche, cuando les dábamos un repaso, lo que quería decir que intentábamos dar con la mejor manera de hacerles cuanto más daño mejor, con el fin de que confesaran todo lo posible. ¿Sabe cuál es la mejor manera? Quemar al detenido con la llama de un soplete y después echarle vinagre encima, sobre todo en los genitales y en los ojos. Luego contábamos con un pequeño inductor, un teléfono de campaña, al que enchufábamos a un serbio. Se trata de corriente continua: no puede matarte, aunque te produce una sensación desagradable. Entonces le preguntas al serbio que está enchufado de dónde es, y él te contesta de Dvor, junto al río Una, y entonces tú marcas en el teléfono de campaña y llamas a la localidad de Dvor del Una. En ocasiones a los detenidos les metíamos por el ano un cable de cinco hilos y se lo dejábamos puesto un par de horas para que no pudieran sentarse. Les abríamos las heridas para echarles por encima sal o vinagre. En general, no permitíamos que dejaran de sangrar.
 También los nuestros, croatas, nos tenían miedo. Durante toda la noche se oían en el pueblo gritos y súplicas; la gente no podía dormir, pero no se atrevía a decirnos nada. Todos sabían que si preguntaban algo, también ellos podían acabar en la cárcel.
 Primero los llevó hasta el hotel Panorama y desde allí hasta la montaña de Sljeme, donde los ejecutó.
 Ella era tan inocente... no sabía ni llorar, sólo le caían las lágrimas. Su asesinato no fue ordenado concretamente por su nombre y apellido, sino que nos ordenaron que limpiáramos la cárcel y eso significaba ejecutar a los detenidos.
 
 ¿Y ahora qué vas a hacer, señor Magas? ¿Quién se tomará a mal que estampes tu firma absolutoria, que absuelvas a nuestros liberadores? Francamente, ¿quién? Quizá en unos treinta o cincuenta años un marginal, en un libro que nadie leerá, mencionará tu nombre, informando en una nota al pie que pusiste en libertad a unos asesinos que habían confesado sus crímenes, pero eso sólo dentro de treinta o cincuenta años; tú estarás más muerto que la cal. Ahora hay que salvar la cabeza, todos lo entenderán, sabrán que debías hacerlo, que no tenías elección en una situación tan delicada. Todos sabrán que en realidad no fue una decisión tuya, no fue decisión de nadie en concreto. Es la voluntad del pueblo y tú, por suerte o por desgracia, estabas aquí para estampar tu firma y seguir, seguir adelante.»

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