viernes, 30 de diciembre de 2016

"El problema de la guerra y las vías de la paz".- Norberto Bobbio (1909-2004)


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«Después de estas aclaraciones, que la guerra es un camino bloqueado puede significar dos cosas diversas: a) la guerra es una institución agotada que ya ha cumplido su ciclo y está destinada a desaparecer; b) la guerra es una institución inconveniente o injusta o impía, que debe ser eliminada. En otras palabras, el fin de la guerra se da ya por sentado, pero se trata de saber si este evento es objeto de una predicción o de un proyecto humano. Las dos posiciones han dado origen, como veremos en su momento, a dos corrientes de pacifismo que denominaremos pacifismo pasivo y pacifismo activo. No hay duda de que la amenaza de la guerra termonuclear ha contribuido enormemente a reforzar ambas: ante el problema de la nueva guerra y de sus consecuencias, en efecto, las dos reacciones más frecuentes son las que corresponden justamente a las actitudes del pacifismo pasivo y del pacifismo activo: a) la guerra hoy se ha convertido en algo tan terrible y catastrófico para ambos contendientes que, como medio para resolver las grandes controversias internacionales, no sirve y, por consiguiente, está destinada a desaparecer (dejando de lado por ahora el problema de las guerras con armas tradicionales que, de todos modos, no podría resolver las grandes controversias internacionales); b) la guerra termonuclear, por sus consecuencias terroríficas, por la amenaza que acarrea consigo de la autodestrucción del género humano, y de todas formas, incluso para los más optimistas, de la aniquilación de centenares de millones de víctimas ignorantes e inocentes, es condenable según los valores humanos más comúnmente aceptados, y por lo tanto es preciso hacer todos los esfuerzos para encontrar los remedios adecuados para eliminarla para siempre.
 La primera actitud corresponde a la fe en el llamado equilibrio del terror, por el cual la paz se confiaría no al tradicional e inestable equilibrio de poder sino, por el contrario, a una nueva y más estable forma de equilibrio, el de la impotencia (terror paralizante). Pueden recordarse a este propósito las célebres declaraciones de Churchill al día siguiente del estallido de la primera bomba atómica soviética: "Por un proceso de sublime ironía, el mundo ha alcanzado un estadio en el cual la seguridad será el gallardo vástago del terror y la supervivencia el hermano gemelo de la aniquilación." La segunda actitud es la que da impulso a todos los movimientos que de un modo u otro tienden a la formación de una conciencia atómica. Desde el punto de vista de la primera de las actitudes, el hecho de que la institución de la guerra, después de la aparición del arma total, deba considerarse un camino bloqueado significa que el camino de la guerra, recorrido ininterrumpidamente hasta hoy por la humanidad, se ha hecho imposible; desde el punto de vista de la segunda de las actitudes significa que, aun siendo posible, es injustificable (o ilegítima). [...]
 Muchas veces la historia se nos ha aparecido como el resultado de elecciones inconscientes y casuales. Pero corresponde hoy a la filosofía la doble tarea de adquirir y transmitir la conciencia de esta situación-límite, en que nos coloca esta última encrucijada, y de mostrar por claras señales adónde conducen respectivamente las dos vías de modo que ninguno pueda decir en adelante que no conocía con exactitud lo que le esperaba a la salida, o que lo conocía pero el único modo de salir era una vez más no por medio de un cálculo sino de una apuesta. Hacer adquirir esta conciencia y dar un nombre a las dos vías es lo que se llama hoy promover una conciencia atómica. Además, existe la elección personal de cada uno, con cuya responsabilidad carga cada uno. Pero después del esclarecimiento, ¿cómo es aún posible pensar en una multiplicación de elecciones? ¿Y si la elección es única, por qué razón no se debería hacer una previsión sobre nuestro futuro con algún fundamento de probabilidad? [...]
 No soy optimista, pero no por eso creo que debamos rendirnos. Una cosa es prever, otra hacer la propia elección. Cuando digo que mi elección se dirige a no dejar ningún medio sin probar para llegar a la formación de una conciencia atómica, y que la filosofía que hoy no se compromete en esta dirección es un ocio estéril, no hago ninguna previsión para el futuro. Me limito a dar a entender lo que quisiera con todas mis fuerzas que no sucediese, aun cuando en el fondo de mi conciencia tengo el oscuro presentimiento de que sucederá. Pero la apuesta es demasiado fuerte como para que no debamos tomar posición, cada uno por su parte, por más que las probabilidades de victoria sean pequeñísimas. A veces ha sucedido que un pequeño grano de arena lanzado al aire por el viento ha detenido a una máquina. Aunque existiera un millonésimo de millonésimo de probabilidad de que tal grano, lanzado por el viento, vaya a parar al más delicado de los engranajes para detener su movimiento, la máquina que estamos construyendo es demasiado monstruosa como para que no valga la pena desafiar al destino.»

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