sábado, 3 de diciembre de 2016

"Disciplina clericalis".- Pedro Alfonso de Huesca (1062-1140)


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 XIV.- Ejemplo del pozo

 "Hubo un joven que puso todo su afán y sentidos y empleó todo su tiempo en aprender todo tipo del arte mujeril y, cumplido esto, quiso casarse. Pero, en primer lugar, fue a pedir consejo. Se dirigió para ello al hombre más sabio de la región y le preguntó cómo podría guardar a la que quería hacer su esposa. El sabio, oyendo esto, le aconsejó construir una casa con unos altos muros de piedra y que, encerrando en ella a la mujer, le diera comida suficiente y los vestidos necesarios, y que cuidara de que en la casa hubiera solamente una puerta y una sola ventana, por la que pudiera ver, pero hecha a tal altura que nadie pudiera entrar ni salir por ella. y el joven, oído el consejo del sabio, hizo como le había mandado. Por la mañana, cuando salía de casa, cerraba la puerta y lo mismo hacía cuando entraba. Mientras dormía, ponía la llave debajo de la almohada. Hizo así durante largo tiempo. Pero algún día, mientras el hombre iba al mercado, la mujer solía subirse a la ventana y mirar con interés a los que iban y venían. Y así, un día, estando asomada a la ventana, vio a cierto joven hermoso de cuerpo y de rostro. Tan pronto como le vio ardió en amor por él. Esta mujer, abrasada e pasión por aquel mozo y guardada como ya se ha dicho, empezó a pensar por qué modo y arte podría hablar con el hombre amado. Llena de ingenio y picardía, discurrió robar las llaves de su señor mientras dormía, e hizo así: adquirió la costumbre de emborrachar con vino, cada noche, a su marido, para poder salir más fácilmente a encontrarse con su amigo y satisfacer su deseo. Pero el marido, instruido por las sabias amonestaciones de aquel filósofo y sabiendo que ningún acto femenino podía carecer engañosa intención, empezó a meditar qué planearía su mujer con la abundante y diaria bebida. Y para averiguarlo fingió estar ebrio. Ignorante de eso la mujer, levantándose de la cama durante la noche, fue a la puerta de la casa y, abriéndola, salió a encontrarse con su amigo. Mas hete aquí que el marido, en el silencio de la noche, se levantó y llegándose a la puerta la cerró bien cerrada; luego se subió sin ruido a la ventana y allí estuvo hasta que vio venir a la mujer, desnuda bajo su camisa; la cual, al llegar a casa, encontró la puerta atrancada, por lo que se asustó mucho; pero, aun con todo, llamó. El marido, oyendo y viendo a su mujer, como ignorante de todo, preguntaba quién era quien llamaba. Y ella, pidiendo perdón por la culpa y prometiendo que nunca más lo haría, no logró ser perdonada, sino que su marido, airado, decía que no había de permitirle entrar y que, por el contrario, había de explicar su culpa a sus padres. Y ella, gritando más y más, le amenazaba con tirarse, si no le abría la puerta, a un pozo que había junto a la casa y así él tendría que dar cuenta de su vida a amigos y parientes. Despreciando las amenazas de la mujer, el marido siguió sin dejarle entrar. Mas la mujer, llena de picardía y malicia, cogió una gran piedra que lanzó al pozo con la intención de que su marido, oyendo el ruido que haría al caer, creyera que era ella la que había caído. Hecho así, la mujer escondióse detrás del pozo. El hombre, simple e inocente, al oír el ruido de la piedra que caía en el pozo, saliendo al punto y sin tardanza se acercó corriendo, pensando que en verdad había oído caer a su mujer, quien viendo abierta la puerta de la casa y no olvidándose de sus mañas, entró, y cerrándola se subió a la ventana. Él, viendo que había sido engañado, dijo: "Mujer falaz y llena de las artes del diablo, déjame entrar y te juro que te perdonaré el mal que me has hecho fuera". Pero ella, increpándole y negándole de todas las maneras y hasta con juramento la entrada a la casa, decía: "¡Ay, seductor! Ya explicaré a tus padres que la culpa es tuya y bien tuya, que todas las noches salías así furtivamente y me dejabas para ir con meretrices". Y así lo hizo. Los padres, oyendo esto y creyendo que era la verdad, le reprendieron mucho. Y de este modo la mujer, liberada por sus artes, hizo caer el deshonor que ella merecía en el marido. Al que no sólo no aprovechó sino más bien perjudicó haber custodiado a su mujer. Pues sucedió, incluso, este colmo de desgracia: que, en estimación de muchos se creía que había merecido lo que sufría. Por lo que, desairado por los hombres honrados, despojado de sus dignidades, rebajado en el aprecio merced a la calumnia de su mujer, cargó él con el castigo del pecado no cometido".   

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