III.-Condiciones del siglo XIII
"Abelardo nos habla de su impaciencia por llegar a París, ciudad dialéctica. Juan de Salisbury ha enumerado todos los encantos de la ciudad: la abundancia de manjares, la alegría del pueblo, el respeto que se tiene al clero, las ocupaciones variadas de los espíritus que filosofan, y acaba en términos enfáticos: "En verdad el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía." Cualquiera que sea la parte y la originalidad de Oxford en el movimiento intelectual, la Universidad de París conservará su primer lugar. En los primeros años del siglo XIII, el conjunto de maestros y estudiantes, universitas magistrorum et scholarium, constituye un cuerpo privilegiado. Esto sucede en la capital de Felipe Augusto, con la ayuda de Inocencio III. La Universidad medieval aparece como un órgano de la Cristiandad. Los historiadores han señalado el reclutamiento internacional, no sólo de los estudiantes, sino también de los profesores; se ha notado, incluso, que desde Alejandro de Hales hasta Juan Duns Escoto, ninguno de los más célebres doctores parisienses era originario del reino de Francia. Veinte años después de su fundación, dominicos y franciscanos enseñan en París; las órdenes mendicantes se instalan, no sin resistencia por parte de los seculares; sus maestros en teología se han conservado ante la historia en primera fila. Al lado del Sacerdocio y del Imperio, la Universidad se aparece a los contemporáneos como una de las tres fuerzas de la Iglesia universal. Nosotros que vivimos de culturas nacionales, debemos, para comprender el siglo XIII, asentar, en primer lugar, este catolicismo del centro de estudios parisiense, de ese studium parisiense en el que, como hemos visto, desemboca la translatio studii. Como el racionalismo clásico, la teología medieval no piensa en particular para tal o cual, sino, en general, para cualquiera; la escolástica es un universalismo.
La Universidad comprende cuatro facultades: esta palabra, que se aplicaba primitivamente a cada disciplina enseñada, designa a los que reciben o dan la enseñanza. Dejemos de lado el derecho y la medicina para ocuparnos de las artes y de la teología. La importancia que tiene la formación de los espíritus exigiría que pudiéramos, en la Facultad de Artes, seguir el destino de la lógica y de la gramática. Los doctores del siglo XIII proceden por preguntas; participaron en disputas, unas ordinarias, sobre un tema determinado de antemano, otras extraordinarias, en las que cualquier asistente podía proponer cualquier tema; de las primeras nacieron las quaestiones disputatae; de las segundas, las quaestiones quodlibetales, que leemos hoy. En este régimen, la dialéctica es dueña: la hemos visto perfeccionarse por la agregación a la lógica vetus de la lógica nova, principalmente de los Topicos. Valdría la pena considerar la influencia de los Analíticos. Un ideal de estricta demostración constituye un principio temeroso de crítica para las pruebas hasta entonces admitidas. A la explicación de la lógica de Aristóteles, que constituyó en el siglo XII la "lógica antigua" y la "lógica nueva", el siglo XIII une la "lógica de los modernos": esta lógica modernorum es un tratado sistemático de las propiedades de los términos, que se encuentra en el inglés Wilhelm Shyreswood, en el dominico Lamberto de Auxerre y en un manual que se conservó en los siglos XIV y XV: las Summulae logicales de un cierto Petrus Hispanus, tradicionalmente identificado con el Papa Juan XXI. Desgraciadamente, estos autores no son, para nosotros, más que nombres. Desde Prantl, en el siglo pasado, a ningún investigador le ha tentado la tarea ingrata de inventariar su obra. Podría notarse, sin embargo, una tradición lógica: estas especulaciones sobre los términos y sus propiedades contienen la teoría de la suppositio, que volveremos a encontrar en Guillermo de Occam; Abelardo, con su estudio de la significación, parece el iniciador del movimiento. Mientras que los lógicos se ocupan de los términos, los gramáticos se mueven cada vez más en lo abstracto: se desinteresan de los autores y de todo el aspecto concreto, literario de la lengua, para dar a su disciplina el aspecto de una lógica. Aquí aparece también la idea de significación: esta "gramática especulativa" trata de las maneras de significar -de modis significandi-. Estas materias lógicogramaticales, apenas exploradas, forman la infraestructura de las grandes construcciones especulativas y explicarían, sin duda, más de uno de sus rasgos si fueran mejor conocidas. Según el mismo Santo Tomás, la teología no toma en consideración solamente las cosas, sino también las significaciones de los nombres, porque, para lograr la salvación, no se necesita solamente una fe, relacionada con la verdad de las cosas, sino también una confesión, de viva voz, por nombres. Es propio, creo, de la estructura del pensamiento medieval tratar de las maneras de hablar tanto como de las maneras de ser: plantear los problemas tanto in voce como in re. Y sus análisis verbales interesan todavía a ciertos filósofos de hoy, como lo atestigua el trabajo que Martin Heidegger ha consagrado a la doctrina de la significación, contenida en una gramática especulativa del siglo XIV".
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