domingo, 18 de diciembre de 2016

"Alma primitiva".- Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939)


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 Capítulo IV: Elementos y límites de la individualidad (continuación)
 V

« Para nosotros la semejanza consiste en una relación entre dos objetos de los cuales uno reproduce al otro. Nuestra imagen, lo mismo que nuestra sombra, que es nuestra imagen en el suelo, o el reflejo de nuestra persona en el agua, resulta algo exterior a nuestra persona. La imagen es, ciertamente, una reduplicación de nosotros mismos y en este sentido nos afecta muy de cerca. Decimos al mirarla: "Soy yo". Pero sabemos al mismo tiempo que experimentamos con ello una semejanza, no una identidad. Mi imagen tiene una existencia distinta de la mía y su suerte no tiene influencia alguna sobre mi destino. Para la mentalidad primitiva sucede de otro modo. La imagen no es una reproducción del original distinto de éste. Es este mismo original. La semejanza no es simplemente una relación efectuada por el pensamiento. En virtud de una participación íntima, la imagen, lo mismo que la pertenencia, es consustancial al individuo. Mi imagen, mi sombra, mi reflejo, mi eco, etc., soy yo mismo, y hay que entender esto al pie de la letra. Quien posea mi imagen me tendrá en su poder. De ahí la práctica universal de la hechicería que no difiere en nada de otras formas, tan variadas, de embrujamiento por medio de las pertenencias.
 Pero quizás se diga que hasta el primitivo más primitivo sabe muy bien que su imagen o su sombra es una cosa y que él mismo es otra. Cuando su sombra se proyecta sobre el suelo o cuando su imagen aparece en el agua, se reconoce sin duda, pero las ve distinto a él mismo. Por íntima que sienta la relación de esta imagen con su persona, no las confunde la una con la otra. Las percibe separadamente, igual que nosotros. Todo esto es verdad, pero este hecho no contradice lo que antes decíamos. En las representaciones de la mentalidad primitiva, lo que predomina de ordinario no es, como en las nuestras, los elementos que llamamos objetivos, suministrados y controlados por la experiencia. Son los elementos místicos. Se ha visto esto ya por lo que se refiere a las pertenencias. Ateniéndose a los datos de la percepción sensible y de la experiencia objetiva, para el primitivo, al igual que para nosotros, su sudor, sus excrementos, las huellas de sus pasos, los vestidos que ha llevado, los instrumentos que ha manejado, en una palabra, todas sus pertenencias, son objetos exteriores a su persona: no puede ignorarlo. Pero las siente y se las representa como partes integrantes de su individualidad. Ellas son él mismo y sus actos prueban de manera indudable que esta convicción es preponderante en su espíritu. No es del todo combatida por la experiencia objetiva que, por otra parte, no sabría desmentirla. Se puede incluso llegar a decir que en este caso la presencia y la fuerza de los elementos místicos en las representaciones hacen que los primitivos, a pesar de las apariencias, no perciban del mismo modo que nosotros.
 Por lo mismo poco le importa a la mentalidad primitiva que la imagen y el original sean dos cosas distintas en el espacio, y que parezcan subsistir independientemente la una de la otra. Percibe este hecho y no pretende en absoluto negarlo. Simplemente no lo  tiene en cuenta. No le presta ninguna atención. Siente la imagen consustancial al individuo y se comporta de forma enteramente emocional y mística con respecto a esta representación.
 No basta, pues, con decir, como se hace de ordinario, que la sombra es un "segundo yo", como si tuviera una existencia realmente distinta de la del "primer yo". En realidad no es más que otro aspecto del "primer yo". O bien, si se persiste en hablar de un "segundo yo", conviene representárselo al modo como lo hacen los primitivos.
 Unidad, dualidad o pluralidad no son categorías o esquemas habituales de los objetos para su pensamiento en el mismo sentido que lo son para el nuestro. Nosotros estamos acostumbrados a la consideración abstracta de números y de sus relaciones. La oposición lógica del uno y de lo diverso nos es tan familiar desde nuestros primeros años como la de lo mismo y de lo otro. Por el contrario, la mentalidad primitiva, incluso entre los adultos, practica poco la abstracción, sobre todo la abstracción lógica. [...]
 Que un mismo ser sea a la vez uno, dos o varios, es algo que a la mentalidad primitiva no le sorprende como a nosotros nos sorprendería, si fuera el caso. Lo admite sin darle demasiada importancia en una infinidad de casos en que la ley de participación entra en acción, lo que no le impide en otras ocasiones contar tranquilamente con el principio de contradicción. Por ejemplo, cuando se trata de trueques o de salarios. A su entender la imagen es un ser, el original es otro ser: son dos seres y, sin embargo, es el mismo ser. Es igualmente verdadero para esa mentalidad que sean dos y que sea uno: dos en uno o uno en dos. No ve en ello nada extraordinario. Nosotros tenemos otro parecer. Pero los hechos prueban que estaríamos equivocados en imponer nuestras exigencias lógicas en sus representaciones.»

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