1.-Cuestiones sobre el arte a partir de una escuela cuestionada
Pierre Bourdieu
«Agradezco a Nadine Descendre y a Inés Champey, y a todos
ustedes, que han aceptado las reglas del juego enviándome un cuestionario por
escrito. En efecto, pensé que al venir a una Escuela de Bellas Artes como ésta
(como algunas otras), que se enfrenta con cierta incomprensión e, incluso,
hostilidad, debía hallar una forma menos convencional y más adecuada que la
conferencia tradicional, y más cercana a un modelo artístico —"intervención"
o "happening"—, para abordar los problemas ligados a la animadversión
con respecto a la creación contemporánea que hoy se manifiesta cada vez con más
frecuencia —como lo atestigua una carta de Paul Devautour que acabo de recibir,
a propósito de otra escuela de Bellas Artes, cuya existencia se ve amenazada
por su propia municipalidad—. Ustedes me han enviado
muchas preguntas que revelan sus preocupaciones. Me han parecido, en su mayor
parte, muy difíciles. Algunas, porque son demasiado claras, demasiado simples
en apariencia, demasiado fáciles de comprender y entonces se corre el riesgo de
no ver las cuestiones profundas y complicadas que disimulan bajo su aire de
familiaridad o de banalidad; otras, porque son demasiado oscuras, parecen
desprovistas de sentido e incluso absurdas, y la tentación de desecharlas con
rapidez es grande; sin embargo, pueden contener verdaderas preguntas que, a
falta de los instrumentos necesarios para formularlas, no han podido
enunciarse. ¿Qué puedo hacer
aquí, pues, con ustedes? Me gustaría practicar un verdadero diálogo y ayudarlos
a dar a luz, según la metáfora socrática de la mayéutica, los problemas que
llevan en ustedes mismos. Quisiera ayudarlos a devenir los sujetos de
sus problemas, partir de sus propios problemas, y contribuir a plantearlos con
claridad, en lugar de imponerles los míos. Esto es exactamente lo contrario
de lo que se hace la mayoría de las veces, sobre todo en el dominio del arte y de la
crítica de arte, donde se practica con asiduidad el abuso de poder, que
consiste en imponer a espíritus poco armados construcciones teóricas y
problemas más o menos fantásticos. Algo de esto resuena en la oscuridad de
algunas de sus preguntas.
Dicho esto, y dadas
las condiciones en las que nos encontramos —ustedes son muchos y no tenemos
demasiado tiempo—, les propongo practicar una suerte de diálogo, en la medida en
que yo responderé las preguntas y trataré de dejar lapsos abiertos a sus
intervenciones. Sin embargo, será un falso diálogo o, mejor, el comienzo de un
diálogo que podrán continuar entre ustedes. Voy a comenzar por
referirles las preguntas tal como las he entendido. Me parece que la situación
en que se encuentra la Escuela de Bellas Artes de Nimes, en tanto es cuestionada,
como suele decirse, favorece la interrogación. Una institución en crisis es
más reflexiva, está más dispuesta a la interrogación sobre sí que una
institución sin problemas. Lo mismo sucede con los agentes sociales: la gente
que está bien en el mundo social no encuentra nada para criticar al mundo tal
como es, no tiene nada muy interesante que decir sobre él. Las preguntas que he
recibido me parecen en general interesantes por el sentido que revelan, que
se expresa a través de ellas, sin que ustedes lo busquen deliberadamente, y que
quisiera intentar explicitar. Ustedes están aquí presentes. Podrán, pues,
corregir, redireccionar, completar.
En primer lugar,
una cantidad de preguntas trata sobre ustedes mismos en cuanto aprendices de
artistas, como esta pregunta (la 1): "¿Cuál es la diferencia entre un
aprendiz de artista (o un artista) y un ciudadano común?". La cuestión de
la diferencia entre un aprendiz de artista, alguien que está en una escuela
donde encuentra natural iniciarse en el arte, incluso en el arte contemporáneo,
y los ciudadanos comunes de una ciudad común, para quienes todo esto no es natural y se
preguntan si es bueno que exista una escuela de Bellas Artes, si el arte
contemporáneo puede enseñarse, si debe enseñarse, es uno de los puntos
fundamentales que ustedes plantean, porque a su vez les viene de la realidad
misma, producto del cuestionamiento de la Escuela de Bellas Artes de
Nimes.
Esta pregunta
acarrea otras, explicitadas en algunos casos y, en otros, implícitas:
"¿Qué es un artista?", "¿En qué se reconoce que alguien es un
artista?". Hay otra pregunta que no es totalmente idéntica (la 2):
"¿Cuál es la diferencia entre un artista verdadero y uno falso, un
impostor?". ¿Un artista es alguien que dice de sí mismo que es un artista,
o es aquel de quien los otros dicen que es artista? Pero los otros, ¿quiénes son?
¿Son los otros artistas, o la gente de su pueblo que cree que es un artista,
que puede creer que un pintor aficionado es un artista? Puede verse que la
cuestión de decidir quién tiene el derecho de decir de alguien que es un
artista es muy importante y muy dificil. ¿Es la crítica, el coleccionista? ¿Es
el comerciante de cuadros? ¿Es el público, el "gran público" o el
"pequeño público" de los conocedores? Estas preguntas son planteadas
por ciertos artistas que llevan a cabo acciones que se declaran como
imposturas; imposturas que algunos, sin embargo, consideran artísticas.
Otro conjunto de
preguntas (por ejemplo, la 3): "¿Por qué y cómo se deviene artista?",
dentro del cual hay una muy interesante, que voy a leer ¡aunque no sea una
lista de laureados! (la 4): "Aparte del deseo de gloria, ¿qué es lo que
produce la vocación de ser artista?". El deseo de gloria podría
considerarse una explicación suficiente, y muchos de ustedes podrían creer que
la sociología se contenta con invocar el interés de practicar esta conducta.
Explicación que no explica nada, ya que es visiblemente tautológica.
Por el momento, no
respondo a las preguntas, me contento con formularlas para que dejen de ser
simples frases en el papel. Ustedes plantean, además, interrogaciones
correlativas: "¿Quién tiene razón cuando se trata de decir lo que está
bien en materia de arte y en materia de artista? ¿El artista mismo? ¿Los
críticos? ¿O el 'pueblo' (con o sin comillas)?". ¿Qué decir? El
"pueblo" no habla de arte (ni siquiera de política) a menos que se lo
haga hablar; los políticos, los periodistas, todos se constituyen en portavoces
del pueblo, hablan en nombre del pueblo (pregunta 5): "¿Cómo explica
usted que esto provoque tanta agresividad en la ciudad y en el periódico de la
región?".
Hablar en nombre
del pueblo, y también en lugar del pueblo, es dar una respuesta
"populista" a otra pregunta planteada por uno de ustedes (la 6):
"¿Quién tiene derecho a juzgar en materia de arte?". A esta posición
populista se puede oponer otra, igualmente burda, evocada por una de las
preguntas (la 7): "¿El artista puede imponer su gusto, crear nuevas
categorías artísticas?". La respuesta elitista consiste en estimar
que el artista es único juez en materia de arte y que tiene, incluso, el
derecho de imponer su gusto. Pero ¿esto no es exponerse a la anarquía de los
juicios antagónicos, siendo cada artista juez y parte? ¿Cómo no dudar de
que quienes participan del juego y de las apuestas artísticas —artistas pero
también coleccionistas, críticos, historiadores del arte, etc.— puedan someter
a la duda radical los presupuestos tácitamente aceptados de un mundo con el que
están de acuerdo? Hay que apelar a instancias exteriores (pregunta 8):
"¿Quién forma el valor del arte contemporáneo? ¿Los coleccionistas?".
Uno piensa en esa suerte de bolsa de valores
artísticos creada por un crítico, Willy Bongart, cuando publica, en Kunst
Kompass, la lista de los cien
pintores más citados por un panel de coleccionistas y críticos. Bernard Pivot
procedió de la misma manera con la literatura, publicando la lista de los
autores más citados por doscientos o trescientos jueces designados por él. Pero ¿cómo no ver que la que será la
lista de premiados se decide decidiendo quiénes serán los jueces? Para decirlo
de manera rigurosa: ¿quién será juez de la legitimidad de los jueces? ¿Quién
decidirá en última instancia? Se puede pensar que, en el mundo social, la escuela
o el Estado constituyen perfectamente (poniendo a Dios entre paréntesis) el
tribunal de última instancia cuando se trata de certificar el valor de las
cosas. Para que comprendan, les doy, muy rápidamente, un ejemplo: cuando un
médico redacta un certificado de enfermedad, ¿quién certifica al que certifica?
¿La facultad que le ha concedido un diploma? De regresión en regresión se llega
al Estado, esa suerte de última instancia de consagración. Y no es por azar que,
en los conflictos a propósito de la Escuela de Bellas Artes de Nimes, nos
volvamos hacia el Estado.
Hay también todo un
conjunto de preguntas sobre la escuela, sobre la enseñanza del arte (la 9):
"¿Es necesaria una escuela de Bellas Artes?". Dicho de otro modo, ¿el
arte debe y puede enseñarse?»
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