Acto primero. Escena primera.
"Lear: Desvelaremos, entretanto, el más penoso de nuestros proyectos.
Traednos ese mapa. Sabed que hemos dividido
nuestro reino en tres partes; y que es nuestro propósito
firme librarnos en nuestra vejez de toda carga y toda obligación
y confiarlas a más jóvenes brazos, mientras nos, aliviado,
nos arrastramos a la muerte. Vos, nuestro hijo de Cornwall
y también vos, nuestro no menos querido hijo de Albany,
es nuestra firme voluntad en esta hora dar anuncio a la dote
de mis tres hijas, como prevención de futuras disputas.
Los príncipes de Francia y de Borgoña,
rivales en el amor de nuestra hija más pequeña,
han prolongado en nuestra corte su visita amorosa,
y han de obtener una respuesta aquí. Decidnos, hijas mías,
cuando nos hemos despojado de nuestro poder,
de nuestras posesiones y las cargas de Estado,
quién nos ama más de vosotras, para que podamos
usar de una más grande generosidad
en quien los méritos con la Naturaleza rivalicen. Gonerill,
primogénita nuestra, hablad primero.
Gonerill: Señor, os amo más de lo que las palabras pueden expresar
y más que a vista, espacio, libertad,
más, muchísimo más que lo estimado, lo precioso, lo raro,
no menos que la vida llena de dignidad, salud, belleza, honor,
tanto como jamás amó un hijo o un padre fuese amado;
un amor que empobrece el aliento y debilita el habla,
os amo más allá de la forma de decir "muchísimo".
Cordelia: (Aparte.) ¿Qué ha de decir Cordelia? Ama y no digas nada.
Lear: De todos estos confines, de esta línea a aquella,
llenos de espesos bosques y campiñas,
de ríos caudalosos y praderas extensas
os proclamo señora. Y que así sea para los descendientes
de Albany y de vos. ¿Qué dice nuestra segunda hija,
nuestra querida Regan, desposada con Cornwall?
Regan: Estoy hecha con los mismos metales que mi hermana
y en su medida me valoro. Mi corazón veraz
siente cómo ella expresa mi contrato de amor,
pero de modo leve: me declaro enemiga
de todos los placeres que, en precioso conjunto,
poseen los sentidos;
tan sólo encuentro la felicidad
en el amor a Vuestra Alteza.
Cordelia: (Aparte.) ¡Pobre Cordelia, entonces!
Aunque no, ya que segura estoy de que mi amor
sobrepasa mi lengua.
Lear: Para vos y los vuestros en herencia
quede por siempre este amplio tercio de nuestro hermoso reino,
no inferior en espacio, ni en valor, ni en provecho
al concedido a Gonerill. Y ahora, gozo nuestro,
nuestra última hija y más pequeña, cuyo amor juvenil
enfrenta, interesados, los pastos de Borgoña
y las vides de Francia, ¿qué haréis para obtener
un tercio más valioso que el de vuestras hermanas?
¿Qué tenéis que decir?
Cordelia: Nada, my lord.
Lear: ¿Nada?
Cordelia: Nada.
Lear: Nada obtendréis de nada. Hablad de nuevo.
Cordelia: Infeliz como soy, no consigo elevar
mi corazón hasta mis labios. Conforme a nuestro vínculo
os amo, Majestad, no más, no menos.
Lear: ¿Cómo, Cordelia? Cuidad lo que decís,
o arriesgaréis vuestra fortuna.
Cordelia: Mi señor,
vos me habéis engendrado y criado y amado
y en la misma medida os correspondo,
os obedezco y amo y, sobre todo, os honro.
¿Por qué se desposaron mis hermanas cuando dicen
que os aman sólo a vos? Si tomara marido
el señor cuya mano asumiese mi emblema llevaría con él
la mitad de mi amor, y deber y cuidados.
Cierto es que nunca me desposaré, como mis dos hermanas,
para poder amar solamente a mi padre.
Lear: ¿Es eso lo que dice vuestro corazón?
Cordelia: Sí, mi señor.
Lear: ¿Tan joven y tan dura?
Cordelia: Tan joven, mi señor, y tan sincera.
Lear: ¡Que la sinceridad sea, pues, vuestra dote!"
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