martes, 9 de agosto de 2016

"La alegría del capitán Ribot".- Armando Palacio Valdés (1853-1938)

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 XV

 "-Los gustos de los hombres, Castell, son tan varios como sus  fisonomías. Por muy enamorado que usted se halle de Cristina, creo estarlo yo más. La adoro con toda mi alma, con todas las fuerzas de mi corazón. Pero obtenerla por medio de una traición, lejos de causarme alegría, sería la mayor desgracia que pudiera ocurrirme sobre la tierra. Nunca más dormiría tranquilo. Acabo de hacer un sacrificio cruel; pero lo he hecho por el amor de ella, por el sosiego de mi conciencia. Estas lágrimas que usted ve en mis ojos ahora mismo  refrescan mi alma, no la abrasan. Me voy; me voy para siempre. Usted se queda y quizá con el tiempo logre lo que tanto apetece, pero errante por el mar, solo encima de la cubierta de mi barco, seré más feliz que usted. Las estrellas del cielo brillando sobre mi cabeza me dirán: "Alégrate, porque has sido bueno." El viento silbando en la jarcia, las olas chocando en el casco, me dirán: "¡Alégrate, alégrate!"
 La luz de la luna bañaba su rostro. Vi cómo se dibujaba en él poco a poco una sonrisa.
 -Esas mismas olas que le dicen a usted cosas tan gratas el día menos pensado le tragarán como una mosca; el viento les ayudará a consumar la hazaña y las estrellas del cielo presenciarán el espectáculo tan serenas... Vive usted en un profundo error, Ribot. No hay otra felicidad sobre la tierra que poseer lo que se desea.
 -¿Aunque para ello se hiera de muerte y por la espalda a un amigo?
 Quedó un instante suspenso, pero en seguida dijo con firmeza:
 -Aunque para conseguirlo sea necesario pasar por encima de los hombres.
 -¿No hay bien ni mal entonces?
 -En la existencia, el bien de los unos es el mal de los otros, y así será eternamente... Alguna vez habrá visto usted un nido de golondrinas. Los pájaros esperan ansiosos la llegada de la madre; al verla, pían, abren su piquito y ella, con amorosa diligencia, los va cebando uno por uno. ¡Qué interesante! ¡Qué espectáculo tan tierno! ¿Verdad? Pero a los mosquitos que huyen aterrados y al fin caen en el pico de la golondrina para servir de cebo a sus hijuelos, ¿les parecerá tan tierno y tan interesante? Por el contrario, usted ve a un hombre acercarse a otro cautelosamente, abatirlo de una puñalada, arrancarle del bolsillo el dinero  y llevarlo a su casa para proporcionar a sus hijos el sustento. ¡Qué horror! Se estremece usted y se aleja precipitadamente de aquellos sitios. ¿Por qué? Si usted fuese mosquito pasaría por allí zumbando alegremente.
 -Pero nosotros tenemos conciencia.
 -La conciencia no nos priva de estar tan fatalmente encadenados. Usted se encuentra enamorado de Cristina, como yo; ambos ansiamos poseerla; pero usted se detiene por el miedo al remordimiento, mientras yo prosigo mi empresa sin ningún temor. Los dos obedecemos a un instinto. El mío es más sano, porque tiende a aumentar mi vitalidad, mientras el de usted a disminuirla... No ría usted, ni se muestre tan sorprendido... El remordimiento, en un mundo donde impera la necesidad, es absurdo. Piense usted que los héroes de Homero y Esquilo no se detenían ante el fratricidio ni ante el incesto y, sin embargo, han sido los ejemplares más bellos y más nobles de la humanidad.
 -Estoy lejos de oponerme a que usted aumente su vitalidad -repliqué con acento irónico-. Pero, ¿no sería mejor que lo hiciese por medio de su propia mujer y no con la de otro?
 -¡De otro!... ¡De otro!... -pronunció sordamente-. Una convención, como todo lo demás.
 Quedó algunos momentos pensativo, mirando al paisaje por la ventanilla. Yo le observaba con mezcla de curiosidad y repugnancia. Aquellos ojos azules, de reflejos acerados, me inspiraban por primera vez sobresalto.
 -La virtuosa Draudpadi -comenzó a decir lentamente sin apartar los ojos del paisaje-, una de las heroínas más interesantes de la antigüedad india, poseía cinco maridos, los hermanos Pándavas. Aquellos héroes gozaban en común de su amor sin desdoro ni remordimiento. Si nosotros viviésemos en aquella edad, el acto de pretender a Cristina sería moral y plausible, puesto que ofreceríamos a una mujer dos nuevos protectores. ¿Por qué le causa a usted tanto horror compartir la mujer de un amigo? El mundo, que ha comenzado de este modo, puede terminar lo mismo.
 -¡Que termine como quiera! -exclamé con ímpetu-. Ahora y siempre el causar voluntariamente un dolor será pecado.
 -No sea usted niño, Ribot -repuso con suficiencia irritante-. No hay más que una sola verdad indiscutible en el mundo y es ese impulso de la Naturaleza que todos sentimos: la planta como el animal, el insecto como el hombre. En la región serena donde se aposenta la vida, la vida eterna, el dolor y la muerte no significan nada. El único y supremo fin del Universo es aumentar la intensidad de esta vida".     

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